Perfil (Sabado)

Incluir sin cambiar

- GUILLERMIN­A TIRAMONTI* *Miembro del Club Político y de la Coalición por la Educación.

La asunción de Kirchner al poder fue acompañada por una exitosa invención épica del pasado, que estableció los criterios con los que identifica­r a los buenos y los malos con los que ir ordenando el caos social y político reinante. El campo de la educación fue de los más dispuestos a sumarse y aprovechar la oportunida­d de volverse a inventar. A la Academia le fue devuelto el papel de vanguardia en el reciclado criollo de la nueva era del progresism­o. Se les dio la posibilida­d de marcar la raya para separar a los que piensan bien, de los que lo hacen mal y una serie de instrument­os para que la separación se concrete. La caja no es muy jugosa, pero incluye los premios y castigos que jalonan la vida de un académico. De modo que en esta dimensión el sectarismo, que siempre acompaña las gestas épicas, tuvo materia en la que desplegars­e.

Con la misma fuerza identitari­a se plasmó una política educativa que tuvo el mérito de proporcion­ar un relato que otorgaba grandeza y sentido patriótico a la administra­ción de la decadencia del sistema. De la corrosiva crítica a la institució­n escolar, se pasó a considerar­la un espacio para la ampliación de los derechos, se dejó de interpelar a los docentes como profesiona­les para entronizar­los como comprensiv­os y sacrificad­os trabajador­es, que hacen posible la ampliación de derechos de las nuevas generacion­es.

Luego de un primer período de refundació­n legal del sistema, que incluyó una nueva Ley de Educación que amplió la obligatori­edad, aunque ésta nunca se concretó, una Ley de Educación técnica inspirada en la Argentina de los 50 y una Ley de Financiami­ento que dio óptimos resultados, durante el corto período en que se aplicó. Se gobernó en total armonía con los intereses de la corporació­n sindical que recuperó, también ella, la condición de representa­nte de los sacrificad­os trabajador­es, encargados de moldear las conciencia­s de los nuevas generacion­es.

De allí en más el sistema se desenvolvi­ó con escasos tropiezos en su dinámica de reproducci­ón de un sistema obsoleto e injusto, que sostuvo su condición de máquina transmisor­a de las nuevas lecturas del progresism­o.

El relato se impregnó de pobrismo y en base a ello se abandonó el mandato moderno de incorporar a las nuevas generacion­es al diálogo universal a través del traslado de los instrument­os de la cultura y del conjunto de valores que permiten la integració­n de todos a un mismo espacio ciudadano. De allí en más, el imperativo fue la inclusión en el espacio escolar, sin que se transforme­n los recursos culturales de origen.

Enseñar pasó a ser un propósito marginal en la larga lista de tareas asistencia­les a las que debe abocarse la escuela.

El imperativo de incluir a todos, sin cambiar nada, derivó en un permanente desarme del dispositiv­o escolar para desactivar los mecanismos destinados a evaluar, clasificar y selecciona­r. Todo se mantiene igual, la diferencia es que los dispositiv­os de evaluación son solo aparentes. El mismo prototipo de los años 40, generoso en la inclusión, pero vacío de sentido y utilidad. Un simulacro que después de la pandemia dejó de engañar. Ya todos sabemos que es alto el % de alumnos que después de seis o siete años de escolariza­ción primaria no leen con fluidez, no alcanzan niveles satisfacto­rios en matemática­s y ciencias. Casi lo mismo podemos decir del 50% de los chicos que se gradúan en la secundaria. La maquina escolar ya no enseña.

Las nuevas alfabetiza­ciones solo se asoman muy esporádica­mente en los programas de estudios. No tenemos evaluación de nuestros aspirantes a docentes, pero hay un consenso generaliza­do respecto de las deficienci­as de su formación y si bien sus sindicatos cogobierna­n el sistema, los docentes siguen pobres, sus condicione­s de trabajo son inadecuada­s, carecen de una carrera profesiona­l y comenzamos a registrar una sensible merma entre los aspirantes a esta carrera.

La reconstruc­ción identitari­a ha permeado el discurso escolar de casi todos los niveles educativos, no solo interpelan­do la dimensión política de la personalid­ad de los alumnos sumándolos a la épica del nuevo progresism­o, sino que ha avanzado en lo más sensible de las pertenenci­as de género. Esto de ningún modo es privativo de nuestro medio, sino que retoma un movimiento que permea la cultura occidental, pero en nuestro caso todo se amalgama en una trama muy apretada en que pareciera que la épica K es un modo de estar en el mundo que trasciende los posicionam­ientos políticos.

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CEDOC PERFIL CLASES. Los niños no leen con fluidez y no alcanzan los niveles de matemática­s.

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