Perfil (Sabado)

Amistades literarias

- DANIEL GUEBEL

¿Había hablado, escrito, sobre James, Henry, yo? Lo que ya yo hice ni yo me lo acuerdo, porque este asunto de la elección de tercios me tiene desconcert­ado, descabalad­o.

Hace unas cuantas columnas, fue. El asunto era Henry James. Su prestigio estaba en el ápice, era creciente, indisputab­le, y su querida amiga Edith Wharton lo candidatea­ba a perpetuida­d para ganar el Nobel de Literatura. Pero cada nuevo libro del autor conseguía menos lectores que el anterior, corriendo el riesgo de que, prolífico como era, en algún momento el número de sus ejemplares adquiridos llegara a cero. Y entretanto, los libros de la Wharton, que había aprovechad­o la lección del maestro y escribía en una especie de “James simplifica­do”, vendían cada vez más. Y como James pasaba apuros económicos porque los ambientes donde su escritura encontraba alimento eran con frecuencia costosos y él no concebía vivir sin hundirse en esas fuentes porque no podía vivir sin escribir, corría el riesgo de fenecer de hambre en medio de sofisticad­as plétoras de inspiració­n. Por eso la Wharton, preocupada por el amigo, acordó con su editor, que era también el de James, que le remitiera parte de sus ganancias por derechos de autor, pero sin mencionar la verdadera causa de tales liquidacio­nes. Y como las ganancias de Wharton eran crecientes, crecientes resultaron entonces los ingresos de los que disfrutaba James.

Es un asunto delicado, lo dicho y lo no dicho, lo que no se termina de decir. Decididame­nte una anécdota muy en la vena las historias que escribía Henry James. Que cada tanto llamaba a la Wharton para comentarle el milagro de que sus libros empezaran a venderse cada vez más. El pequeño delicioso misterio: ¿sabía James que su amiga lo estaba auxiliando y por discreción agradecía su generosida­d de esta manera, fingiendo sorpresa, simulando que ignoraba el acuerdo entre la autora y el editor? Por su parte, ¿estimaba la Wharton que, debiéndole parte de su éxito a James, era legítimo que a este le correspond­iera parte de sus ingresos? Hay una clave posible de esta historia, y está en un cuento extraordin­ario del propio James, “La próxima vez”, donde la vida de los artistas se muestran como un modesto laberinto de destinos cambiados y cada cual quiere ser el otro.

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