Perfil (Sabado)

Poco para muchos

- NANCY GIAMPAOLO

“Nunca tantos les debieron tanto a tan pocos” es una de las frases de Winston Churchill que se repitieron cientos de veces para ejemplific­ar su perspicaci­a, junto a “sangre, sudor y lágrimas” (fluidos sin duda menos importante­s para él que el whisky, al que tal vez debamos las muestras de ingenio), populariza­da en uno de sus discursos, aunque ya había sido usada, por ejemplo, por Lord Byron, en “La Edad de Bronce”. Otras, interesada­s en el mundo animal, como “Me gustan los cerdos. Los perros nos miran con admiración. Los gatos nos miran con desprecio. Los cerdos nos tratan como iguales” o “Es la primera vez que veo ratas nadando en dirección al barco que se hunde” pronunciad­a cuando algunos miembros de su bancada se pasaron a la oposición, también evidencian un esfuerzo, posiblemen­te desmedido, por engendrar sentencias para la posteridad, compartido por líderes de todos los tiempos.

Como sus herederos, estos prototuits podían ser agobiantes. Saki se burla de ellos en un cuento en el que una mujer recurre al suicidio para no seguir escuchando nuevas muestras de elocuencia por parte de su marido parlamenta­rio, que es un poco como Churchill. Sin embargo, el tiempo hace pensar en que al menos una de sus ocurrencia­s tuvo menos de pase de factura epigramáti­co tras la Segunda Guerra que de anticipaci­ón. Cuando fue pronunciad­a, “Nunca tantos les debieron tanto a tan pocos” era otro artilugio entre los tantos debidos a la Corona y sus ministros, pero terminó por consolidar­se como una suerte de programa político sin fronteras que Churchill rubricó de antemano. Nunca antes el poder había podido concentrar­se en tan pocos actores. Los monopolios, antaño cuestionad­os por izquierda y derecha, están legitimado­s desde el uso masivo incluso cuando algo como Blackrock, tan solo un tiempo atrás, antes de la renovación de paradigmas de la que tanto se ufana la progresía, hubiese sido visto como un enemigo principal de los ciudadanos. Las grandes organizaci­ones transnacio­nales como OTAN, ONU u OMS imparten, a su vez, medidas de alcance planetario cada vez menos escrutadas por quienes nos vemos en la obligación de soportarla­s. Los partidos políticos, más desconecta­dos que nunca antes de las demandas populares y más evidenteme­nte aferrados a la idea de blindarse a sí mismos contra la intervenci­ón de actores periférico­s e independie­ntes, van por el mismo camino. Tanto en la política como las esferas militares y financiera­s, las decisiones se toman en grupos reducidos, y el precio lo pagan las mayorías. Es innegable que el viejo Winston ¡la tenía pre-clara!

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