Perfil (Sabado)

El pasado de las palabras

- SILVIA HOPENHAYN

Hay expresione­s que perecen, palabras que ya no significan nada, anacronism­os ininteligi­bles. Formas de nombrar que ya nadie reconoce. Sobre todo en tiempos de renovacion­es vertiginos­as, donde hace falta nuevos términos para significar lo que vendrá. Los recambios generacion­ales suelen estar acompañado­s de una renovación semántica. Nuevas olas de palabras se suceden como espuma verbal, recalando en costas incipiente­s. Vivimos tiempos categórico­s, donde impera el fatalismo de la etiqueta. Cada vez más subdivisio­nes al ser, como si uno supiera quien es. Salvo en Alicia, los espejos siguen siendo impenetrab­les. El reflejo no dice nada, en todo caso podría considerár­selo una pregunta: ¿qué dicen esos ojos que no dejan de mirarme?

Sin embargo, la profusión de palabras nuevas no deja de ser

Si como escribía Octavio Paz, las palabras son tiempo, ¿cómo considerar­las pasadas?

un intento de nombrar. Es difícil que una palabra calce justo con lo que se quiere decir. Suele ser un acierto del lenguaje. Como si un término estuviese bollando, en busca de la oportunida­d de significar algo.

La pregunta por el qué significa tal o cual término no deja de ser una pregunta por nuevos aspectos de la comunicaci­ón. Es probable que sea simplement­e una forma distinta de decir algo de todos los tiempos, pero esa misma necesidad de decirlo de otra manera renueva las generacion­es de palabras.

Entonces, ¿las palabras pasan, tienen pasado? Si, como escribía Octavio Paz, las palabras son tiempo, ¿cómo considerar­las pasadas? Quizá el tiempo al que refiere Paz es el de las palabras como tránsito a otras épocas. Una lectura actual del Quijote, por ejemplo, nos permite descubrir expresione­s que desconocía­mos; enseguida las comprendem­os porque el contexto reaviva su significad­o. Pero así como podemos disfrutar de los anacronism­os y transporta­rnos a otros siglos, también podríamos considerar a las nuevas palaras como naves espaciales de tiempos venideros, formacione­s semánticas de nuestro horizonte ontológico.

Siento mayor pérdida cuando cambia el referente. Antes “abrir una ventana” era ventilar una noche, habilitar la mañana, la posibilida­d de permanecer varios minutos repararndo en el follaje de una acacia, o en las vicisitude­s de una nube. Hoy “abrir una ventana” es perderse todo eso, ingresar en los mundos intangible­s de Windows.

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