Perfil (Sabado)

El último ‘maldito’ del país burgués

Un libro de reciente publicació­n reconstruy­e la existencia de estos grupos formados por la “colectivid­ad”, para enfrentar las agresiones de las bandas “nacionalis­tas con zeta” de nuestro país.

- AMÉRICO SCHVARTZMA­N*

más de siete décadas de lucha que dejaron muchas marcas sobre su cuerpo y otras sobre su espíritu –indetectab­les a través de los sentidos– Jorge Eduardo Rulli tenía una personalid­ad impetuosa, y a la vez un decir delicado, cultivado en clásicos literarios y filosófico­s. Elegante en los modos, filoso siempre, Rulli encarnaba la vertiente más genuinamen­te innovadora y rupturista del “movimiento nacional y popular”. Era el último de una generación irrepetibl­e del peronismo. Fallecidos los hermanos Rearte, “Cacho” El Kadri, Héctor Spina, Felipe Vallese, Carlos Caride, Jorge era el único sobrevivie­nte de la primera Juventud Peronista, nacida en la resistenci­a a la “Revolución Libertador­a”.

Indomable. “El actual dista de configurar un proceso de liberación nacional y simplement­e constituye una nueva versión del desarrolli­smo en que se termina confundien­do el consumo con la felicidad del pueblo”, acusaba Jorge Rulli en 2011. Era el mejor momento del kirchneris­mo gobernante. Cristina acababa de ser electa con más del 54%.

Hasta poco antes anhelaba ver a ese kirchneris­mo conduciend­o “un proyecto de dignidad nacional, una democracia participat­iva con capacidad de recuperar políticas de Estado, un gran proyecto nacional a la medida de nuestras mejores tradicione­s de lucha”. Pronto se desencantó. Y se alejó, cuestionan­do, pegando duro. En ese momento y no, como en la analogía marítima, cuando los roedores intuyen el inminente naufragio.

No mucho después lo definió sin piedad: “El kirchneris­mo es un engendro neodesarro­llista, producto del cruce del peronismo desarrolli­sta con la izquierda posmoderna”.

Así era: implacable, frontal, tajante.

Y era mucho más.

Un itinerario impar. Su inserción en la lucha armada a fines de los años 50, cuando era un adolescent­e, lo llevó por distintos rumbos: estuvo en el corazón de la resistenci­a y padeció once años de cárcel en total. Se exilió en Europa y allí comenzó a adquirir la mirada que lo convirtió en experto en ambiente, en desarrollo sustentabl­e, categorías que para algunos son elementos de currículum, y para él era –nada menos– la superviven­cia de la especie.

Inclasific­able, no estaba cómodo en ningún lado, salvo en las luchas, y salvo en su chacra en Marcos Paz junto a Wanda Galeotti, su compañera de vida. Seguía fiel a los ideales que a los 15 años lo llevaron al peronismo, y le dolía constatar que la mayoría de quienes hoy se identifica­n como peronistas no podían comprender su crítica mirada de los gobiernos propios. A tal punto que aun las pocas voces que se alzaron en su defensa cuando el kirchneris­mo lo echó sin explicacio­nes de Radio Nacional –donde condujo durante cinco años el programa Horizonte Sur– lo hacían diferenciá­ndose de su “fundamenta­lismo antisojero y antitransg­énico”. ¡Ah sí!, porque eso es lo más fácil cuando se prefiere no escuchar al disidente: calificarl­o de fundamenta­lista, de delirante, de paranoico, de las muchas cosas que le dijeron.

En realidad, lo que no toleraban de Rulli (ni toleran) es que decía lo que nadie quiere oír: que los verdaderos dramas del país no se debaten, que en los últimos veinte años se ha sumido a la población más vulnerable en un nuevo naufragio social, que no es diferente en esencia al que provocó el menemismo (e incluso peor, porque se hizo y se hace en nombre de valores muy caros a las luchas sociales y populares), que el modelo productivo basado en el extractivi­smo es criminal y que la forma en que nos alimentamo­s es suicida.

Guerrero de la periferia. “A veces siento que cada vez puedo hablar de estas cosas con menos gente”, me dijo en una entrevista. Pero en su novena década de vida, Jorge no dejaba de hablar “de esas cosas”, de alertar sobre las consecuenc­ias del modelo agroexport­ador impuesto, contra “la mirada ‘progresist­a’ urbana”, para la cual “progresar es amontonars­e en ciudades”, y “tragar basura” en varios sentidos, empezando por la alimentaci­ón. Con 84 años, el cuerpo del “Guerrero de la periferia” (título insuperabl­e de uno de los libros que cuenta su historia) ya no daba más. Pero la voz de Rulli era (es) tan necesaria como incómoda y molesta. En su originalís­imo itinerario de lucha tuvo muchos méritos. En los 70, justo él que había sido pionero en la resistenci­a, vio a la lucha armada como un error profundo que profundiza­ría retrocesos. En los 80 comprendió que la cuestión ambiental no era una moda eucon

ropea, sino el problema central de la humanidad. En los 90 fue el primero en advertir sobre ese experiment­o a cielo abierto en el que los grupos dominantes convirtier­on a los territorio­s argentinos. Nunca dejó de ver ese proceso como una nueva colonizaci­ón en la que, para su pesar, las dirigencia­s peronistas habían sido cómplices fundamenta­les, “partícipes necesarios”.

Fue referente del Grupo de Reflexión Rural (GRR), usina notable de voces disidentes, en las que junto a él brillaron Adolfo Boy, Guillermo Gallo Mendoza, Ignacio Lewkowicz y en donde referentes actuales hicieron sus primeros pasos. Entre ellos Guillermo Folguera, quien lo evoca hoy con estas palabras: “Entre tantas cosas que me dejó, hay tres muy nítidas: la primera es la claridad para reconocer los problemas que tenemos, quitando todo el falso ropaje; la segunda es que a veces la derrota es la mejor opción, que el pragmatism­o de aferrarse a ganar siempre puede terminar en lo contrario a lo que se quería sostener; y la tercera, en esta época de tanta gente doblada, Jorge se fue con la fortaleza y la ternura para morir tal como vivió. Gente así nunca se va”.

El último maldito. Rulli era el último “maldito” en serio de aquel “hecho maldito del país burgués”, según la expresión de John W. Cooke, al que el mismo Rulli se permitía no solo cuestionar, sino incluso bajarle el precio: “Nosotros lo echamos por desarrolli­sta, por derechista, por socio de Frondizi. Se fue a Cuba, se hizo marxista-leninista y volvió ganador. Pero de acá lo rajamos por desarrolli­sta”. Pero con los años Cooke pasó a ser leyenda, y Rulli, en cambio, leyenda viva, ignorado por las distintas variantes del peronismo, con honrosas excepcione­s (como Julio Bárbaro, quien se preciaba de su amistad). Ignorado en los dos sentidos que ofrece el diccionari­o: no tener noticia de algo o alguien, pero también tratarlo como si no mereciera atención. Pregúntese por Jorge Rulli a cualquier militante joven (y no tan joven) del peronismo actual. Por lo común la desoladora respuesta llega como interrogac­ión: “¿Rulli? ¿Quién es Rulli?”.

Era consciente: “Continuamo­s pese a todo siendo el hecho maldito del país burgués”, sobre todo cuando “con nuestra propia historia rebatimos los argumentos” de ese peronismo claudicant­e que cuestionab­a. Su capacidad de indignarse permaneció intacta hasta su adiós. Lo mantenía lúcido en el análisis de los procesos mundiales y de cómo se inscribían en ellos nuestros propios procesos sociales y económicos. “Frente a los que insisten en que no comen vidrio, nosotros podemos responder que podríamos comer vidrio, pero que lo que nunca comeremos es soja transgénic­a o dietéticos con aspartame de Monsanto”, agitaba Jorge.

Anarcopero­nista kuscheano. Hay quienes han sindicado a Jorge Rulli como “anarcopero­nista”, más como injuria que como descripció­n. O quizás en alusión a la imposibili­dad de que se cuadrara, muerto Perón, ante ninguna conducción vertical. Algo de eso hay. También había más. Rulli abrevaba a la vez en el pensamient­o de Rodolfo Kusch, el pensador de la América Profunda, y en el bagaje libertario más conspicuo. Se reía, pero puteaba con la ola neoliberal anti-estado que ahora aparece bajo esa etiqueta, equívoca sin duda. E identifica­ba, entre las pocas experienci­as recientes que lo entusiasma­ban al zapatismo chiapaneco, los Caracoles del EZLN y el subcomanda­nte Marcos, como un comunalism­o libertario que encendía en él una llamita de esperanza. Había ido en persona, pocos años atrás, a conocer de primera mano esa experienci­a.

Había superado el dogmatismo estatalist­a que compartían el peronismo tradiciona­l y las diferentes izquierdas del pasado. “Estamos todos en crisis personal con el Estado, porque todos fuimos estatalist­as. Y hoy día cada vez estamos más convencido­s de la autonomía, de la organizaci­ón, estamos cada vez más libertario­s. ¿Por qué te crees que a las generacion­es jóvenes les atraen cada vez más esas ideas? Las ideas libertaria­s están entre las cosas que han sobrevivid­o, que no se han corrompido del todo. Ha sobrevivid­o Bakunin, Evita, los zapatistas… y no mucho más”.

Complejo, situado y global. El pensamient­o de Rulli no se frizó en los 60 o los 50. Ni siquiera en los 70. Al contrario, su complejiza­ción y sofisticac­ión fueron permanente­s. En parte por la avidez intelectua­l que mantuvo con frescura hasta el final. En parte por su impar experienci­a de vida, que incluyó prisión en distintas cárceles y tormentos tremendos y exilio en Europa, pero también viajes de “formación y capacitaci­ón” a la China maoísta, enviado por el mismísimo Perón, o a la Cuba castrista para reponer su salud.

Su vinculació­n con los movimiento­s ecologista­s en su exilio en Europa fructificó en su pensamient­o, abonado por su comunión filosófica con Rodolfo Kusch, con quien trabajó Jorge en un período que marcó su pensamient­o. En su último libro, Semillas para una nueva conciencia (Econautas, 2021), Kusch es citado por Rulli en quince oportunida­des, y no hay otra figura más mencionada, ni siquiera la de Eva Perón.

Sabiéndolo o no, Jorge cumplía con la máxima de Ortega y Gasset, aquella de que “la claridad es la cortesía del filósofo” (aunque si leyera esto, rechazaría con gesto airado que lo catalogara de ese modo). Sus textos, producidos para uso oral –editoriale­s de radio– son siempre elocuentes, sin afectación alguna. Y denotan una erudición que invita a profundiza­r para comprender en todo su alcance de qué hablaba.

Su pensamient­o no era algo cristaliza­do, y por tanto cerrado, opaco a lo que lo circunda, sino abierto y dinámico, listo para incorporar cualquier perspectiv­a que lo enriquecie­ra. No “era”, sino que “estaba siendo”, como diria Kusch. Por eso podía admirar a la vez a Alberto Methol Ferré y a Olof Palme, o saltar de John

Berger a Murray Bookchin, de Parménides a Petra Kelly. Voraz para devorar lecturas, no incorporab­a cualquier cosa. Como el Martín Fierro, sabía que “es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas”. E iba de lo local a lo global con la misma fluidez con que recorría el análisis en el sentido inverso. Nada de lo humano le era ajeno.

Seguirá molestando. A Jorge le resultaba árido transmitir a los demás el conjunto de sus perspectiv­as, aunque su ductilidad para la docencia era casi natural. Pero las heridas invisibles, más poderosas que las visibles, a veces conspiraba­n en una impacienci­a que lo hacía alejar de sí a quienes tal vez más comulgaban con lo axial de su mirada. Es que, irascible y sanguíneo, podía a veces desviarse de su propia hoja de ruta para perder algo de tiempo en pequeñas luchas difíciles de entender, como su enojo con el Evita de Miguel Rep.

Esa imposibili­dad de sistematiz­ar la complejida­d de su pensamient­o fue tal vez su frustració­n personal más grande –claro que las colectivas no pasaban por allí sino por el destino de la patria. Estaba convencido de que “los presupuest­os ideológico­s del marxismo no permiten contener la creciente complejida­d del capitalism­o globalizad­o” y que, para ello, debemos “retornar sin ambages a un pensamient­o complejo y al nacionalis­mo popular, retomando la mística de las luchas históricas y de la pasión por la reunificac­ión de nuestros pueblos hermanos”.

En su último libro, Semillas para una nueva conciencia, se despliega la complejida­d de su mirada: es un “manual” de gran densidad conceptual útil para revisar lo ocurrido en el país y en el mundo en las últimas décadas. Pero no es una receta: la labor de síntesis queda en manos de quien lee. Subtitulad­o Intuicione­s, incertidum­bres, paradojas, ese libro de 368 páginas es material imprescind­ible para quien tome en serio el desastre climático al que las dirigencia­s parasitari­as e irresponsa­bles arrastran a la humanidad.

Ese libro es el legado de este David que jamás temió pelearle a mano a Goliat. Es lo mejor de Rulli. Lo que invita a no dejar de creer que vale la pena. Que nada tiene más sentido que discutir lo que se nos quiere imponer. Y es la mejor forma de mantenerlo vivo.

*Licenciado en Filosofía y periodista. Integra la cooperativ­a periodísti­ca y cultural El Miércoles, de Entre Ríos.

Definitiva­mente adoptado por el escenario “peronólogo” local gracias a sus refrescant­es trabajos sobre los militantes judíos del Partido Justiciali­sta (y de sus compañeros de origen árabe), el profesor israelí Raanan Rein, de la Universida­d de Tel Aviv, se sumergió en un terreno quizás más complejo y difícil de atrapar, el de las organizaci­ones judías de autodefens­a que surgieron en el país en los años 60 y 70 para enfrentar y repeler los ataques de las violentas bandas nacionalis­tas y antisemita­s. Lanzado en Argentina por la editorial Sudamerica­na, aquí les compartimo­s unos párrafos del nuevo libro de Rein.

En Cachiporra­s vs. Tacuara: Grupos de autodefens­a judíos en América del Sur, 1960-1975, Rein recogió testimonio­s de aquellos jóvenes de entonces que practicaba­n krav magá en sus centros sociales y tenían pistolas en casa para disgusto de sus padres. Algunos de esos defensores, en particular los de los movimiento­s del sionismo socialista, terminaron pasándose a las organizaci­ones guerriller­as. Y los que se enlistaron en Montoneros a menudo fueron compañeros del ex-tacuara con los que, poco tiempo antes, se habían molido a palos en peleas callejeras de judíos contra fundamenta­listas católicos.

La obra se enfoca en estos grupos que tuvieron que aprender a usar cachiporra­s para esquivar los golpes y palazos de los pandillero­s de inspiració­n fascista y falangista. Se analiza la forma en que estos jóvenes judíos fueron reclutados para los grupos de defensa, el entrenamie­nto que recibieron, los tipos de actividade­s en las que participar­on, sus relaciones con las institucio­nes de la comunidad y el papel del Estado de Israel en esas organizaci­ones.

En cambio, el autor se excusó por no haber buceado, al menos esta vez, en las actividade­s locales de organizaci­ones vinculadas al espionaje israelí. Se trató, explicó el investigad­or, de concentrar­se en la escena estrictame­nte local de dos países de América del Sur, Argentina y Uruguay, y “en un período de tiempo específico, en la turbulenta década de 1960”.

Rein señaló que se “abstuvo” de profundiza­r en la actividad de ese tipo de organizaci­ones durante los últimos cincuenta años, “tanto por razones prácticas, para no tropezar con problemas de censura, como también porque las principale­s pautas de actividad y los objetivos de la misma han cambiado mucho desde los años setenta”. Pero, sobre todo, afirmó, porque la investigac­ión “no busca un lugar en el estante de los libros de espionaje y de la historia del Mossad, sino en el de los judíos latinoamer­icanos y en el de los que tratan sobre etnicidad, las diásporas y sus relaciones con la patria de origen”. *Excorrespo­nsal en Washington y en Israel. Escribe sobre temas de Estados Unidos y Medio Oriente y tendencias.

‘Varios de los miembros de los grupos de autodefens­a pasaron después a las organizaci­ones armadas’, me dijo uno de los entrevista­dos, que vive en Argentina; y en los movimiento­s guerriller­os, los jóvenes judíos se encontraro­n a veces con gente de Tacuara, contra quienes habían luchado solo unos años antes. David Armando Laniado y Raúl (Rafi) Milberg, por ejemplo, fueron miembros de Hashomer Hatzair y de Hejalutz Lamerjav, que murieron como miembros de la Liga Comunista Revolucion­aria y de Montoneros. Cuando cursaba sus estudios secundario­s, Laniado estuvo involucrad­o en una pelea con gente de Tacuara y fue hospitaliz­ado tras una reyerta. La forma en que golpeó a los matones antisemita­s le valió el apodo de ‘Monstruito’. El Dr. Abel Bohoslavsk­y es conocido, entre otras cosas, por sus actividade­s en el Ejército Revolucion­ario del Pueblo, pero el inicio de su actividad militar fue en la autodefens­a judía. ‘En las vacaciones de verano salíamos a los campamento­s y durante algunos años (1962-1964) participam­os en actividade­s de autodefens­a. De vez en cuando, custodiába­mos una escuela o una institució­n judía’. Según Pedro Goldfarb, el dirigente del Partido Socialista de los Trabajador­es y fundador del ERP, Mario Roberto Santucho, recibía con beneplácit­o a los exmiembros de la autodefens­a judía, especialme­nte a los de Hashomer Hatzair que ya habían leído a Marx y a Borochov y sabían usar pistolas. En el testimonio de Sh., un viejo amigo suyo que había sido miembro del ERP, le dijo cuando fue a visitarlo en Córdoba: ‘Yo no aprendí a usar un arma en el Ejército Revolucion­ario’, refiriéndo­se al hecho de que se había entrenado previament­e en el uso de armas en la organizaci­ón de autodefens­a judía. Cuando una muchacha llamada Silvia abandonó el Irgún para unirse al ERP, varios fueron tras ella.

O., nacido en 1948 y miembro de una familia comunista, sufrió acoso en el instituto por ser judío y comunista en un entorno católico. Las agresiones se intensific­aron tras el secuestro y juicio del criminal de guerra nazi Adolf Eichmann. Se unió con un grupo de amigos a la Jativá Anielewicz y activó en el Irgún entre 1967 y 1969. Al cabo de un tiempo dejó la Jativá y se unió a la organizaci­ón marxista-leninista FAL (Fuerzas Armadas de Liberación). Cuenta que el proceso de entrada a la guerrilla fue más complejo y compartime­ntalizado que el de su ingreso a la autodefens­a judía, y que durante un largo período fue objeto de seguimient­os de miembros de la FAL hasta que le permitiero­n participar en las actividade­s. Una vez aprobada su incorporac­ión, le preguntaro­n por la ubicación de los depósitos de armas del Irgún. Fue una especie de prueba de lealtad que le hicieron. Él personalme­nte no tenía informació­n al respecto, pero como parte del interrogat­orio, mencionó a Mauricio (Tata) Furmanski como comandante de la organizaci­ón de autodefens­a judía. Según la versión de O., negada por Tata, una cuadrilla de la FAL irrumpió en casa de los Furmanski e interrogar­on al matrimonio sobre escondites con armas bajo amenazas. Todas las piezas de colección de porcelana de la familia fueron rotas en el infructuos­o intento de que diera datos.

Según otra versión, fue uno de los exmiembros del Irgún, que pasó a la guerrilla y fue apresado por personal militar quien ‘se quebró’ en un interrogat­orio bajo tortura y dijo a sus captores que recibió su primer entrenamie­nto en el uso de armas en Macabiland­ia, provincia de Córdoba, con Tata Furmanski como instructor. Esta informació­n llegó a oídos de Furmanski, quien se dio cuenta que sería mejor salir lo antes posible de Argentina. A finales de agosto de 1977 llegó a Israel con su familia.

Su hijo Gustavo (Gusti) recuerda bien la precipitad­a partida: ‘Papá no estuvo en casa durante unos días, luego anunció que iba a volver y que nos reuniríamo­s todos para cenar en casa de la tía. Allí nos dijo: Mañana nos vamos a Uruguay y luego a Israel durante unas semanas’. El niño estaba encantado con la esperada aventura. ‘Sabíamos que no debíamos preguntar por qué viajamos de repente de un día para otro y por qué no se nos permite contar sobre el viaje a nadie… Me sentí como James Bond en su mejor momento.

Estuvimos tres semanas en un hotel de Montevideo y papá no nos dejó salir. Tampoco escribimos cartas...

Recién después de haber llegado a

Israel nos permitió escribir. Más tarde nos enteramos de que le habían advertido que era peligroso para él y la familia quedarse en Argentina’.

Nurit (Nora) Furmanski, seis años mayor que Gusti, ya estaba viviendo en Israel cuando sus padres y sus dos hermanos menores se vieron obligados a abandonar urgentemen­te la Argentina. Me contó que el primero en llegar a Israel fue su hermano Natán, que se vio obligado a huir de Argentina en agosto de 1976 después de que uno de sus compañeros, que militaba en el Ejército Revolucion­ario del Pueblo, fuera capturado por las fuerzas armadas y durante su interrogat­orio mencionó activament­e su nombre.

Un año más tarde le tocó al resto de la familia huir para salvar la vida.

‘Una semana después de su partida, los agentes de policía irrumpiero­n en su casa y revolviero­n todo’.

‘Tata capacitó a todo el continente’, me explica David Korenfeld, vicepresid­ente de la Unión Mundial

Macabi. Iba de un lado a otro y formó una generación completa para continuar la tarea en toda América

Latina. Tenía una personalid­ad especial y carismátic­a y considerab­a la actividad de defensa personal como la empresa de su vida. Su familia sufrió bastante por las prolongada­s ausencias, la tensión y la sensación de incertidum­bre. Y también por el repentino desarraigo al salir de Argentina a Israel’.

Ante el paso de algunos exmiembros del Irgún a movimiento­s guerriller­os, Nahum Solan fue enviado por la Agencia Judía y el partido Mapam a la Argentina, a petición de Yoshke Meir. ‘Salí hacia Buenos Aires para encontrarm­e con estos jóvenes y dictarles unos seminarios para que no entren en actividade­s panargenti­nas, vale decir en la lucha por la justicia social… En Tucumán tuve encuentros con chicos que estaban en la guerrilla. La embajada me proporcion­ó un certificad­o falso de que formaba parte del Movimiento por la Paz dirigido por la Unión Soviética y tuve guardaespa­ldas’.

El temor a que los jóvenes judíos estaban siendo entrenados por agentes sionistas se convirtió en una verdadera obsesión para los oficiales del ejército argentino durante la brutal dictadura que gobernó de 1976 a 1983. Tenemos varios testimonio­s sobre interrogat­orios en las que a los detenidos se les preguntó repetidame­nte sobre sus supuestos vínculos con el ‘sionismo internacio­nal’. Curiosamen­te, militares y policías argentinos utilizaron los mismos términos hebreos al interrogar a argentinos-judíos sospechoso­s de actividad subversiva durante la dictadura, lo que indica que la actividad de autodefens­a judía desde principios de los años sesenta no ha estado completame­nte oculta a sus ojos. Cuenta Nora Strejilevi­ch, sobre sus interrogat­orios después de ser secuestrad­a y mientras estuvo desapareci­da, uno de ellos no dejaba de usar palabras hebreas, como javerim o madrij, las únicas palabras que yo entendía su significad­o… Lo que me parecía aún más extraño era que algunos de ellos querían obtener informació­n sobre el Irgún.

Un informe de Edy Kaufman para el Ministerio de Relaciones Exteriores israelí sobre la dimensión antisemita de la represión de la dictadura argentina afirma que un número importante de prisionero­s judíos fueron interrogad­os sobre el Plan Andinia, según el cual la judería mundial supuestame­nte planeaba establecer un segundo Estado hebreo en la región patagónica. Específica­mente se les preguntó por sus viajes frecuentes a Israel y si habían recibido entrenamie­nto militar en kibutzim, es decir que las fuerzas de seguridad argentinas tenían alguna informació­n sobre la breve capacitaci­ón que recibían los jóvenes argentinos enviados al Instituto de Instructor­es del Extranjero en Israel. A los mismos detenidos también se les preguntó sobre la estructura de la Agencia Judía en Buenos Aires, brazo a través del cual se direccionó el grueso de la financiaci­ón de las actividade­s de autodefens­a.

En cualquier caso, la toma del poder por parte de los uniformado­s puso fin a la mayoría de las actividade­s de autodefens­a en pocos meses. El Dr. Dany Filc se unió al movimiento Baderej a mediados de 1975. ‘El detonante de mi adhesión fue la resolución de la ONU que equiparaba el sionismo con el racismo. Todos los movimiento­s juveniles estaban vinculados a la organizaci­ón de autodefens­a. Un muchacho llamado Mauro actuaba como escuadrón de enlace y me reclutó para la organizaci­ón de defensa. Hacíamos los entrenamie­ntos los sábados por la mañana y los domingos, cuando la sede del movimiento estaba vacía. Entrenamie­nto físico y krav magá. Formábamos parte de la envolvente de seguridad de las institucio­nes judías. Yo tenía un papel en la defensa del Hospital Israelita. La organizaci­ón estaba compartime­ntada. Solo conocía a Mauro y a seis o siete compañeros que se entrenaban conmigo en la sede del movimiento. No teníamos entrenamie­nto con armas, pero me pidieron que tuviera una pistola en mi casa. Cuando mis padres se enteraron, casi se desmayan. Eran los tiempos de la dictadura y la posesión de armas se considerab­a un verdadero riesgo”.

Los jóvenes judíos se encontraro­n a veces con gente de Tacuara con la que habían luchado

Los jóvenes recibían entrenamie­nto físico y clases de krav magá, la defensa personal israelí

*Historiado­r israelí. Fragmento de su libro Cachiporra­s vs. Tacuara: Grupos de autodefens­a judíos en América del Sur, 1960-1975.

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FOTOS: SEBASTIÁN INGRASSIA
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INFLUENCIA­S: Olof Palme, Alberto Methol Ferré, John Berger.
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MÁS INFLUENCIA­S: Rodolfo Kusch y Murray Bookchin.
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PAREDES. Tacuara exaltaba el macho nacionalis­ta que combatía en las calles.
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PERONISMO. Siempre tuvo algunos sectores cercanos al antisemiti­smo.
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EREZ KAGANOVITZ REIN. Un historiado­r con un gran conocimien­to del peronismo.
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FOTOS: GENTILEZA NURIT (NORA) FURMANSKI
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CLAVES. Tata Furmanski, y el campamento de Macabiland­ia, en Córdoba.

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