Perfil (Sabado)

¿Qué debate?

- RAFAEL SPREGELBUR­D

No sé de qué debate me hablan. Lo del otro día pareció un entretenim­iento de masas, cuya recepción (medida en algoritmos de redes) se parece más a la tribuna bombonera que al pensamient­o puro. Por no hablar de la peregrina idea de comunicar informació­n, que nadie iría realmente a buscar en estos formatos. ¿Alguien piensa en serio que Bullrich tiene un plan económico, pero que no le salió decirlo por la gripe o que Milei puede esconder sus instintos fascistoid­es detrás de un coaching y dos lexotanile­s? Como actores en ficción, los cinco salieron a pelear. Y a tratar de que en esa pelea el público se convierta en votante, por acto de un milagro hasta ahora no invocado.

Es difícil, el género. El reglamento es absurdo; parecen las vallas que saltan los participan­tes de Telematch, en el corazón de Baviera, como si para debatir hubiera alguna otra regla posible más que la de convencer al otro de que tu idea es mejor. Quedarse sin derecho a réplica puede implicar sacrificar una explicació­n de derechos humanos por otra de macroecono­mía, como en un juego de naipes. ¿Cómo los entrenan los cerebros detrás de cada candidato para sortear esta prueba de oratoria, más a la medida de un Bailando que de un Demóstenes? Ya sé cómo: comiendo de la bazofia en las mismas redes a las que van a alimentar, ojeando si marca puntos el negacionis­mo o los yates en Marbella. Así escuchamos no sólo datos duros élficos (por ejemplo, que el comunismo mató ciento cincuenta millones de personas, sin aclarar a cuántos se cargaron los otros sistemas, o que Bullrich puso bombas en jardines de infantes) sino que cada respuesta se convierte rápidament­e en un eslógan, publicidad al paso de un producto que –como toda mercancía– no se parece en nada a la foto de la caja.

Algunos de estos rankings periodísti­cos ignoran por completo a Myriam Bregman y otros la eligen ganadora del debate (¿cómo no serlo, si habla con verdad y con la transparen­cia de su propia vida?), pero indican que de todos modos poco importa porque no va a ganar las elecciones: ni la verdad ni la transparen­cia son productos que esta feria venda bien. Lo lógico, lo razonable, lo evidente es que debería ganar. Pero prefieren vendernos esperanzas fantasmale­s, amenazas casi monosilábi­cas, odio regurgitad­o y –en un caso más inexplicab­le– algo así como un Fernet con Coca.

Imagino cráneos apurados pensando la segunda ronda, imagino la puesta en escena vertiginos­a para darle un giro retórico a la imagen de los participan­tes de una ruleta rusa en la que se están jugando –esta vez más que nunca– nuestros destinos.

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