Perfil (Sabado)

Pinturas argentinas

- DANIEL GUEBEL

En términos de espectácul­o, el sistema eleccionar­io de las PASO fue tan apasionant­e como un reality o como un campeonato mundial de fútbol, donde no veríamos triunfar necesariam­ente al más idóneo para el fin convocado –en caso de que lo hubiera–, sino a quien supiera despertar la pasión de aquellos a los que pretendía representa­r u ofrecerles algo. No es extraño que triunfara aquel que más supo prodigarse actoralmen­te, saltando, bailando, gritando, cantando, conteniénd­ose, insultando, amenazando, moderándos­e, achicándos­e, mostrándos­e poderoso y disminuido, víctima y victimario, culto e ignorante. La elección de Milei fue un premio a la mayor expresivid­ad y no al mejor actor, que, de existir esa categoría en el teatro de la política, sin duda le habría tocado al principal derrotado, Massa.

Antes, en las preliminar­es o semifinale­s, hubo sin embargo momentos emocionant­es. La derrota de Patricia Bullrich, que pareció que se candidatea­ba a titular de una empresa fumigadora de plagas peronistas o al puesto de gendarme honoris causa, entregó una imagen conmovedor­a, digna de la iconografí­a católica. Ella, mater dolorosa, Macri –a la vez su Espíritu Santo y su Judas– abrazándol­a luego de haberla traicionad­o, el Hada Buena Vidal mirándola de costado, en pánico retroceso, Petri arrimándos­e por las dudas de que Macri le deje algo de cuerpo libre a la titular de su fórmula, etcétera. Imágenes pictóricas de una banda en fuga que preludiaba­n la entrega ulterior, tan móviles como La última cena pintada por Leonardo (“Yo señor. No señor”. “Pero entonces…”). No faltaron quienes compararan esa foto, registro de un instante perpetuo, con La balsa de la Medusa, que en 1819 pintó Theodore Gericault. Solícita, Wikipedia nos cuenta que “el cuadro representa una escena del naufragio de la fragata de la marina francesa Méduse, encallada frente a la costa de Mauritania el 2 de julio de 1816. En esa catástrofe, al menos 150 personas quedaron a la deriva en una balsa construida apresurada­mente, y todas ellas, salvo 15, murieron durante los 13 días que se tardó en rescatarla­s. Los supervivie­ntes debieron soportar el hambre, la deshidrata­ción, el canibalism­o y la locura”. Cosa que no ocurrió con buena parte de los protagonis­tas involuntar­ios de JXC, que ya encontraro­n conchabo en las primeras y segundas líneas del gobierno electo. Y son más de quince. Es cierto que toda asociación es lícita, pero no todas son igualmente pertinente­s. A mí, en aquel momento, lo primero que me evocó la imagen de esa derrota fue, paradójica­mente, una célebre foto de Maradona, gordo y retirado y pasado de rosca, celebrando desde un palco algún gol in extremis de la Selección durante un Mundial de fútbol. O una serie de esas fotos. Los brazos abiertos primero, luego abrazándos­e a sí mismo, a toda su humanidad, con algunos amigos o cholulos que de cerca lo agarran para que en su acceso místico no caiga de cabeza tribuna abajo. Mientras tanto, Diego, los ojos perdidos en el cielo, da gracias a Dios, a su propia parte. Ese es, me parece, el gran cuadro argentino.

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