Los triunfos y fracasos de la joya de Adult Swim
La séptima temporada de Rick y Morty nació no de las cenizas, pero literalmente el fuego del conflicto urgente, con hashtag antes que ninguna, pero ninguna, otra cosa. Así es como el show llega a su temporada 7 sin Justin Roiland, uno de sus cerebros, y literales cuerdas vocales (era el intérprete de Rick y de Morty, y de otros personajes). La razón tiene que ver con denuncias penales de violencia doméstica por las cuales fue despedido por Adult Swim, cargos de los que después fue absuelto por la Justicia. Así, la serie cuyo caos y corazón latía en partes iguales con los modos de Dan Harmon, cerebro de comedia ultrapop y responsable de Community, aquel milagro que la TV quiere olvidar pero su mediocridad no le permite y los de Roiland. Y el orden, claro, gentileza de Scott Mader, que sí regresa, y cuya huella es mucho más grande de lo que se cree. Regresan Rick y Morty, otra vez a jugar con esos modos de sci-fi que todo lo sabe, una entidad nuclear de autoconciencia que no tiene miedo apelar al absurdo fuera de norma (Monthy Python hiperactivo, sin lo inglés y sí con la cultura pop y sus lenguajes como, a veces, cantero) y a la melancolía casi generacional, disfrazada de depresión cósmica e ironía sabionda. Y el regreso, como suele suceder desde hace algunas temporadas), tiene sus altos y bajos: al funcionar mucho a partir del episodio concepto, de la gambeta narrativa que casi nadie ha logrado soñar antes en la animación adulta mainstream, cuando el concepto no enciende, o no tiene picos de altura similares a sus hermanos, es fácil sentir el bajón. Aun así, sus momentos Mona Lisa, saben dar en la tecla de cierta forma de exprimir su tema principal: la soledad en tiempos de la conectividad 24/7 y la supuesta megainformación que nos rodea.