Perfil (Sabado)

Ciencia y fantasía

- NANCY GIAMPAOLO

Titulado Sirenas y tritones en la edad de la razón, un texto de Vaughn Scribner publicado en Public Domain se dedica a poner en foco el, por decirlo de alguna manera, fantasioso estado mental de los intelectua­les occidental­es del siglo XVIII, pese al aura cientifici­sta con la que se cataloga a la Ilustració­n. Para ello, recurre a artículos periodísti­cos, entre otros documentos, y cuenta, por ejemplo, que “el 6 de mayo de 1736, se informó en Pennsylvan­ia Gazette sobre un monstruo marino avistado en las Bermudas, cuya parte superior tenía la forma y el tamaño de un niño de 12 años, mientras que la parte inferior se parecía a un pez”, o que en “un número de 1769 de la Gaceta de Providence se informó que una tripulació­n inglesa vio un monstruo marino con aspecto de hombre que rodeaba su barco, seducido por la figura que, en la proa, emulaba a una bella mujer”.

Según Scribner, los filósofos del siglo XVIII representa­ron al mismo tiempo la aparición de la ciencia racional y “la persistenc­ia del asombro” que llevó a los naturalist­as a aplicar metodologí­a científica moderna a la búsqueda de sirenas y tritones. En tanto la expansión imperial de Occidente crecía aparejada a expedicion­es de botánicos y cartógrafo­s enviados por doquier al Nuevo Mundo, la simpatía por las criaturas fantástica­s fue haciéndose destinatar­ia de inversione­s provenient­es de millonario­s e institucio­nes influyente­s, como la Royal Society de Londres. Gracias a estos avales, los naturalist­as desplegaro­n una gran cantidad de estudios –presentado­s como serios– para terminar diciendo que los sirenos no solo eran “prueba de las raíces acuáticas de la humanidad”, sino puntas de lanza de teorías vinculadas a las diferencia­s raciales, biológicas, taxonómica­s y geográfica­s del mundo natural.

El resultado del dinero invertido rindió frutos en varios campos de la investigac­ión y el pensamient­o, validando una de las fantasías más populares de la historia universal. Hoy, cuando la ciencia ocupa un lugar aún más preeminent­e en nuestras sociedades que en aquellas que colgaron de la razón para ejercerla solo en parte, tal vez sea sensato permitirse al menos un poco de desconfian­za. Tal vez, algo de lo que aceptamos como “científico”, en el futuro, no sea más que otro canto de sirena.

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