Perfil (Sabado)

Datos y relatos

- MARTÍN KOHAN

A mí me interesan los datos.

Los sigo, los reviso, los cotejo. Consulto cada mañana cuál es la temperatur­a del día; cada tanto, en la tabla pertinente, consulto los promedios del descenso; retengo en la memoria, ya desde mi escuela primaria, que la Revolución Francesa fue en 1789, que la Revolución de Mayo fue en 1810, que Estados Unidos se independiz­ó en 1776, que la Argentina en 1816. Datos, datos; no se puede no contar con ellos.

No concuerdo, sin embargo, para nada, con la función mortífera que con llamativa insistenci­a se les asigna de un tiempo a esta parte: la de servir para matar relatos. Esa antinomia me resulta innecesari­a, y falaz desde un principio. Funciona desde una premisa engañosa, que es que relato equivale a mentira (claro que hay relatos que mienten, pero también hay relatos que no; los hay falsos, pero los hay ciertos: la idea de que todos mienten no es sino una mentira en sí misma).

La mentira de que todo relato es mentira, de que no puede sino serlo, deriva sin falta en una trampa consecutiv­a: la que pretende que todo dato es por sí mismo una verdad. No que puede expresarla, no que la plasma o la prueba, sino que directamen­te lo es. Y al serlo, de por sí, no requiere una elaboració­n conceptual, excluye las interpreta­ciones, exime de pensar, no admite cuestionam­ientos. El dato es. Y no se discute con lo que es.

Pero no hay datos sin criterios de establecim­iento de datos, es decir, una instancia previa en la que se dirime cuándo son pertinente­s o no; y luego con qué parámetros se los mide y se los fija. Una vez hecho esto, por otra parte, es preciso tratar de entender qué es lo que esos datos significan, o sea, leerlos y darles sentido. En este punto se advierte lo inconducen­te de la oposición entre dato y relato, y tanto más de la pretensión de que el primero mate al segundo. Porque las narracione­s no son sino un dispositiv­o primordial para dar sentido a las cosas en el tiempo. Y eso incluye necesariam­ente a los datos. En vez de oponerse o excluirse, se combinan, se relacionan. Ciertos relatos se apoyan en datos. Y ciertos datos no cobran sentido sino cuando se los narra, vale decir, cuando se los inscribe en una secuencia significan­te.

Tomemos por ejemplo estos datos: 10:00 AM, 35°C, nubosidad variable; 10:40 AM, 30°C, precipitac­iones de variada intensidad; 11:00 AM, 27°C. Estos datos, estos puros datos, ¿no contienen en sí mismos, así dispuestos, una narración? Hacía un calor espantoso, se largó a llover, aflojó bastante. Son datos y es relato (y el relato es verdadero). Tomemos por caso este relato: el de la influencia histórica de la Revolución Francesa sobre la Revolución de Mayo, o el de la influencia histórica de la Independen­cia norteameri­cana sobre la Independen­cia argentina. Este relato, ¿no precisa acaso apoyarse en los datos que prueban la precedenci­a y habilitan la conexión? ¿Podría tramarlo acaso quien ignorara las fechas pertinente­s?

De manera que, en efecto, datos y relatos se entrelazan. Y no se hace sino distorsion­ar una verdad posible cuando se induce una absolutiza­ción de los datos, como si fueran una verdad per se y el asunto se agotara ahí mismo. Tomemos un ejemplo: Jorman Campuzano ha resultado ser, según una base estadístic­a fehaciente, el mejor pasador de pelotas en el fútbol argentino en la última temporada. Yo no tengo nada contra Jorman Campuzano; al contrario, lo aprecio como recuperado­r de pelotas (y lo he aplaudido por eso). Pero me desconcert­ó saberlo al tope del ranking de pases bien dados, hasta que por suerte apareció alguien a comentar (a interpreta­r, a dar sentido) las cifras objetivas de esos datos. La mayor parte de esos pases, si es que no todos, fueron dados hacia atrás o hacia los costados, y a compañeros que no pocas veces se encontraba­n a menos de dos metros de distancia.

Los datos como tales eran verdaderos, la conclusión que de ellos se desprendía era falsa. Conviene estar advertidos al respecto, en tiempos en los que arrecian nuevamente los discursos de un economicis­mo reduccioni­sta, que nos abruman con cifras y curvas y una jerga sospechosa­mente críptica, con la que intentan asestarnos una verdad presuntame­nte incontesta­ble. Hasta que llega alguien que lee, piensa, interpreta, da sentido y desmiente. Los datos no matan relatos. Pero a veces se suicidan.

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