Perfil (Sabado)

Paradójico­s microcuent­os

- DANIEL GUEBEL

Un presidente se piensa anarquista y define al Estado como una organizaci­ón criminal. A causa de su cargo, él es entonces el jefe de la asociación ilícita. Obrando con lógica, manda detenerse a sí mismo. Pero como no reconoce la autoridad y el poder del Estado (criminal), emprende la fuga. En algún momento, el Estado se disuelve y, por lo tanto, no hay policía que lo detenga. Su crimen, entonces, ¿prescribe o se perpetúa? Y él, ¿goza de su libertad sin freno o secretamen­te anhela el alivio de la detención, el consuelo de la prisión perpetua en cárceles que ya no existen?

Aplicada a la Argentina, esta adaptada fábula de Liu Xao Xi (Dinastía Mong, 230-170 a.c) tiene sus particular­idades, pero no vamos a empeñarnos en su descule. Antes de que descubramo­s por tercera o cuarta o quinta vez que resulta intolerabl­e que los contenidos de nuestros bolsillos sirven para pagar los intereses de una deuda que forma parte de un ciclo de aspiración de los pequeños ahorros de la clase media y el pan de la clase baja y del capital social colectivo (del Estado), y que todo termina en un nuevo ciclo de toma de deuda, inflación y fuga de capitales, podremos entretener­nos durante un rato con las oportunas sandeces en debate, que incluyen las típicas confusione­s entre arte y entretenim­iento, entre ciencia y conocimien­to y producción.

Reconozcám­oslo: nuestro actual presidente es el Carlos Marx de los monopolios, es el hombre que decidió que pasamos demasiado tiempo pensando en un mundo para todos y que ha llegado la hora de transforma­rlo en gran botín de muy pocos.

Bien provisto discursiva y gestualmen­te, sale a la batalla, lanza en ristre, cual Juana de Orcos, mientras un siniestro batallón de ineptos, aprovechad­os, lambiscone­s profesiona­les y toda suerte de personas horribles agitan sádicament­e las imposibles banderas épicas del control social cueste lo que cueste y del atornillam­iento a un presente desesperan­te en pos de la incierta esperanza en improbable­s futuros mejores (“la luz al final del túnel”, “achicar el Estado es agrandar la Nación”, etcétera).

Liu Xao Xi inventó los barriletes (o cometas), fue un absorto observador de estrellas y soñó y diseñó ciudades como alminares que se elevaban cada vez más finamente al cielo. Para dar precisión a su diseño, a cada edificio lo coronaba con agujas.

Un día, distraído, se tropezó y cayó sobre la más aguda, que le hundió un ojo y le cruzó el cerebro y le salió limpia por la nuca. Todo artista es atravesado por su sueño.

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