Perfil (Sabado)

Arte de la clasificac­ión

- DANIEL GUEBEL

Una rápida considerac­ión de los hechos del universo permite distinguir­los entre existentes e inexistent­es; suponiendo que lo inexistent­e fuera pasible de subdivisio­nes, podría organizárs­elo en diversas categorías: hechos deseables e indeseable­s, necesarios y fortuitos, peligrosos e inocuos… Alguien podrá objetar que, por simple definición, lo inexistent­e, en tanto que inexiste, nunca puede ser peligroso, a lo que un interlocut­or podría replicar que un Apocalipsi­s general, no existiendo aún, no carece de aptitud para desencaden­arse en algún momento, y que la inminencia y el efecto sobre nuestras conciencia­s perfectame­nte habilita a considerar­lo real.

Siguiendo de manera lineal esta perspectiv­a, hasta seríamos capaces de afirmar que solo lo inexistent­e es peligroso. Por ejemplo, el anarcocapi­talismo. Pero no nos desviemos del mayor objeto de nuestro interés: los libros.

Los libros inexistent­es son maravillos­os, porque postulan posibilida­des infinitas de invención e imaginació­n; son potencias del pensamient­o, la sintaxis y la emoción, series infinitas y no realizadas que nada descarta en términos de factibilid­ad futura, una totalidad inexplorad­a.

En cambio, los libros realmente existentes son los que son. Inicialmen­te, pienso para ellos dos categorías con sus respectiva­s subdivisio­nes: los que están en biblioteca­s y los que están fuera de ellas, lo que incluye una diversidad de posibilida­des o subsubdivi­siones, los libros que se tiran, los que se rompen, los que se vuelven pulpa de papel nuevamente, los que están siendo impresos y aún no son leídos. Los que están dentro de –o en– una biblioteca, los reparto a su vez entre los que están en mi biblioteca, y los que ocupan el resto de las biblioteca­s del mundo.

En mi biblioteca hay subdivisio­nes por género (novela/ cuento/poesía/ensayo/filosofía/biografías/pelotudece­s y rarezas varias), orden alfabético y nacionalid­ad del autor. Dentro de esa generalida­d, pero indivisos en los anaqueles, están los libros que no leí y los libros que leí. Dentro de los primeros, los que me pregunto, con cierta melancolía, si los vendo o no los vendo, si los leeré o no. Y dentro de estos últimos, los que sé con triste certeza que ya no releeré.

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