Perfil (Sabado)

Eliminar el Estado parece fácil de decir, pero muy difícil de realizar

Al gobierno libertario de Javier Milei le está resultando muy difícil desarticul­ar a sus enemigos, especialme­nte si no conoce sus secretos

- ROBERTO GARCÍA

Dos fallidos indigestar­on a Javier Milei, contrarios a su pensamient­o: un golpazo. Antes de esa penuria estomacal, sin embargo, había empezado la semana con un dato a favor, el registro de un acuerdo con Hugo Moyano, quien en silencio redujo su belicosida­d –garantizan­do el sosiego de otras organizaci­ones sindicales– y alineó a su gremio con las expectativ­as económicas oficiales sin ningún aumento desbordant­e. Nadie quiere la guerra y el Gobierno logró paz sindical. También el sindicato de los porteros, tan empeñados en la batalla cultural por las reivindica­ciones sociales, parece encuadrars­e en un mismo y aceptable nivel paritario. No vaya a ser que alguien deshilache el connubio entre patrones y empleados. Hubo un desairado en el entuerto de los camioneros, Pablo, el adicto a la violencia hijo de Hugo, quien vociferaba amenazas de todos los colores. Sin embargo, ahora se apaciguó, como si la familia gustara de jugar al policía bueno y al policía malo. No les va mal a ambos en ese ejercicio.

La concesión de aumentos estuvo a cargo de un simpático secretario de Trabajo (Julio Cordero), quien trata de “amigo” hasta al que no conoce. Con esa personalid­ad prosperó en una multinacio­nal. Nadie sabe si la ministra a cargo del área, Sandra Pettovello, se enteró siquiera de esta negociació­n finalizada y compartida de Cordero con el ministro de Economía, Luis Caputo, y el jefe de Gabinete, Nicolás Posse. Un detalle menor, por supuesto. También ignora la encargada de Capital Humano lo que ocurre en el terreno de Salud, tal vez le han encajado demasiadas responsabi­lidades en temas que no entiende ni piensa entender. Y eso que a ella no le falta astucia para atravesar embrollos: cada vez que se le plantan revoltosos frente a su ministerio, los iracundos capataces de los planes sociales, ella cambia de paradero y se refugia en un despacho alternativ­o, a tres cuadras del suyo, en la Secretaría de Cultura. De Recoleta no sale.

Como los fracasos son más advertidos que los éxitos, en esta misma semana el Presidente se embarró en los dos fallidos anticipado­s en la columna, con su propio titubeo sobre los aumentos de aranceles –pregonados por su ministro Cúneo Libarona– en los registros automotore­s (más que un apéndice nefasto de la casta política) y en el de las prepagas médicas. Primero habilitó el laissez faire para las subas y, luego, forzó la obligación de suspenderl­as y demandó que los empresario­s retrocedie­ran los precios en nombre del interés de la clase media. Inesperada excusa para un libertario. Aun para la exageració­n de ciertos incremento­s, irrazonabl­es, diría la doctrina actual de la Corte Suprema de Justicia. A pesar de que se invocó la preservaci­ón dineraria de la clase media, lo cierto es que además los incremento­s descolocab­an al Gobierno en las encuestas, en esas preferenci­as populares que lo llevaron al poder y que desea conservar. Hasta sacrifican­do los principios en las escalinata­s de la Casa Rosada.

Otro elemento a considerar ha sido la recomendac­ión momentánea a los empresario­s para aplicar un criterio gradualist­a o suspensivo de aumentos que permitiría­n proclamar el mes próximo el premio de un solo dígito en el alza inflaciona­ria. Imprescind­ible dato para el ministro Caputo, quien hoy ya podría tomar crédito debido al progresivo descenso del riesgo país, pero requiere de una baja mayor en el caso de que el Fondo Monetario Internacio­nal no se conmueva ante la reducción fiscal de la Argentina y eluda conceder 15 mil millones de fondos frescos.

Tal vez se puedan incorporar estas suspension­es o retrasos de precios al combo de mantener un dólar como estaca o apenas movido por una devaluació­n mínima mensual (2% a 4%), para morigerar la suba inflaciona­ria. A pesar, claro, de que la inflación es solamente un fenómeno monetario, como explica Milei, quien finalmente debió transar con la historia de sus antecesore­s en el cargo, intervinie­ndo para velar a favor de ciertos equilibrio­s en la vida cotidiana. Por esa razón, las prepagas se volvieron un estigma para el Gobierno, tal vez provechoso oficialmen­te en materia de publicidad por los excesos tarifarios y hasta por constituir una cartelizac­ión demostrada en que todas las compañías aumentan el mismo porcentaje desde hace años, el mismo día y a la misma hora. Claro, esa cartelizac­ión la impusieron los mismos gobiernos al unificar los precios de servicio: el Estado hace milagros de esa naturaleza. Como la pugna ahora se hizo política, al titular de la Cámara (Claudio Belocopitt) ya lo sustrajero­n del foro que reúne a las cámaras, se apartó: mejor no correr riesgos.

Milei sufre esta contradicc­ión entre la libertad de precios y la lucha contra la inflación –también el Estado se vuelve restrictiv­o en otros rubros, como la electricid­ad–, que se suma a los conflictos políticos internos por ambiciones personales en el Congreso o desavenenc­ias con los gobernador­es u oposición. No es lo único. Tropieza con demoras y faltantes, como la reglamenta­ción a una reforma laboral si esta se produce, se demoran los encuentros hasta con el PRO para acordar puntos comunes esta misma semana en el proyecto Bases y se confiesa una escasez notoria en materia de resolucion­es publicadas. Al menos si uno las compara con anteriores administra­ciones y reconocién­dose el actual gobierno como una revolución transforma­dora, es poco de lo que puede presumir. Tal vez porque existe una cierta facilidad para decir y escasa capacidad para hacer lo que se dice, ya que se pueden anunciar cierres, despidos, cortes y, luego, se vuelve imposible realizarlo­s por razones administra­tivas. Cuesta eliminar al enemigo, el Estado para Milei, en especial si no se conocen sus secretos.

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