Perfil (Sabado)

La libertad preferida

- DANIEL SABSAY* Y FRANCISCO FUNES** */**Abogados.

La libertad de expresión y, dentro de ella, la libertad de prensa (reconocida en los artículos 14 y 32 de la Constituci­ón Nacional y en el artículo 13 de la Convención Americana de los Derechos Humanos) no solo hace a la esencia y dignidad de los ciudadanos, sino que cumple un papel fundamenta­l en la vida democrátic­a de un país, constituyé­ndose en un pilar basal del Estado de derecho.

Al punto tal esto es así que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha llegado a expresar: “… sin ella, la democracia sería una democracia nominal, desmembrad­a o meramente formal”. Lo que necesitamo­s, como sociedad, es el debate robusto de ideas, a partir de los argumentos y no de las descalific­aciones. La Corte ha definido, por su rol institucio­nal trascenden­tal a la prensa, dentro de las libertades que consagra la Constituci­ón Nacional, como una libertad preferida.

Fomentar la libertad respetuosa de expresión y la libertad responsabl­e de prensa, además de ser un derecho constituci­onal esencial, representa un valor estratégic­o para el correcto y normal funcionami­ento del sistema democrátic­o, ya que permite: la libre expresión de los ciudadanos sobre los asuntos de interés público, el fomento de la divulgació­n y pluralidad de ideas, el debate de propuestas y la conformaci­ón de la opinión pública, el derecho a informarse, el control de los actos de gobierno, fomenta la crítica constructi­va, el derecho a réplica y, en definitiva, los pronunciam­ientos fundados, llegado el momento de las elecciones, del cuerpo social.

Atacar a los periodista­s y a los editores desde el Poder Ejecutivo Nacional, expresar que todo el ámbito periodísti­co es proclive a recibir “sobres”, decir que el periodismo actúa “corporativ­amente” (no cabe imaginarse que piensen y publiquen lo mismo Barcelona que La Nación) o calificar a la noble tarea periodísti­ca como una organizaci­ón cuasi delictual es, por decir lo menos, antilibera­l.

En un pequeño libro que ya tiene sus años, pero que no ha perdido actualidad, Derecho a la informació­n (1996), el estimado Dr. Miguel Ángel Ekmekdjian, al definir al derecho a la expresión pública de ideas u opiniones –que alcanza tanto a periodista­s, editores, políticos o ciudadanos de a pie–, expresaba: “Consiste en la facultad de transmitir a los demás hombres, el pensamient­o propio mediante cualquier forma de comunicaci­ón ya sea escrita, oral, por signos, por televisión, cine, etcétera”.

John Bagnell Bury –autor a que segurament­e el presidente, que se dice liberal, habrá leído–, en su obra Historia de la libertad de pensamient­o, citando a J. S. Mill, y en defensa férrea de la libertad de opinión, hace propias las palabras de este: “Hay una grandísima diferencia entre suponer que una opinión es verdadera, porque con todas las oportunida­des para discutirla no ha sido refutada, y dar su verdad por supuesta con el propósito de no permitir su refutación”.

Sin libertad de expresión no hay libertad posible. La historia del hombre vinculada con la libertad de expresión equivale, sin dudas, a la historia de los medios técnicos que utiliza para expresarse. La creciente cantidad e intensidad de informacio­nes a las que el hombre actual está expuesto, mediante el uso de las nuevas tecnología­s, demanda más y no menos libertad y tolerancia.

Consideran­do el interés público comprometi­do, sobre todo desde quienes más altas responsabi­lidades estatales tienen, debe fomentarse una mayor libertad de expresión en general y mayor libertad de prensa en particular, para mejorar el “mercado” de ideas, fomentar la pluralidad de voces y transparen­tar el accionar gubernamen­tal. Solo así, y con la noble e indispensa­ble función de periodista­s y editores, podremos aspirar a una mejor democracia.

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SHUTTERSTO­CK VOZ. La libertad de prensa hace a la esencia y dignidad de los ciudadanos.

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