Perfil (Sabado)

El monotema

- MARTÍN KOHAN

Hablar de plata todo el día, pensar todo el día en la plata: puede ser muy fatigoso, puede ser incluso agobiante. Hay gente a la que hacerlo le encanta, y es un gusto como cualquier otro. En sus crónicas de infinita agudeza, Sara Gallardo mencionaba qué es lo que hacía reconocibl­es a los argentinos de viaje en Europa: pasaban hablando a los gritos, y hablando siempre de plata (no por eso era una cualidad nacional, sino de una franja social bien definida). Podemos pensar también en Aarón Loewenthal, ese dueño de fábrica al que dispara a quemarropa “la obrera Zunz”, de quien Borges especifica que “el dinero era su verdadera pasión” (sé de quienes, como él, han llegado hasta a casarse por dinero, o sostienen laboriosam­ente un matrimonio más que nada por esa razón).

Ahí no debe haber agobio, ahí no debe haber fatiga. Pero

Esta vida achatada y ramplona, esta vida de angustia y cálculo, es política de Estado

hay gente que no vive la vida así. Obviamente no se trata de fraguar engañosas fantasías inmaterial­es; es sabido que, en el mundo social existente, no hay ninguna relación que no esté mediada por el dinero y que hasta el tiempo existencia­l se reparte entre las horas de ganarlo y las horas de gastarlo, y nada más (desde la filosofía de la praxis se han formulado sustancios­os análisis al respecto).

Está más que claro, por lo tanto, que “todo es cuestión de plata” (lo cantaba León Gieco hace tiempo, a poco de darse cuenta). Pero no es lo mismo saberse sujeto al condiciona­miento económico, incluso en un grado de “determinac­ión en última instancia”, que verse continuame­nte subsumido, a lo largo de los meses, y en cada una de sus horas, en la constante tematizaci­ón del dinero, a pensar sin descanso en él.

Para no vernos reducidos a la plata, hace falta plata: así funciona el condiciona­miento económico, y ese es el mundo en el que vivimos. Pero incluso bajo tal condiciona­miento estricto, contábamos con esa libertad: la de poder hablar de otras cosas, la de poder tener también otra clase de cosas en mente. Por razones diferentes, según la situación social de cada cual, vamos todos perdiendo penosament­e esa forma primordial de libertad. Esta vida achatada y ramplona, esta vida de angustia y cálculo, es política de Estado y se aplasta bajo su poder singular.

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