Un film que refleja una era cargada de odios convenientes
Al cineasta y guionista inglés Alex Garland le atraen las historias en las que ubica al ser humano en situaciones límites. Una prueba son sus films: 28 días después (2002), sobre virus y zombies; Ex Machina (2014), con una humanoide creada por I.A., o Aniquilación (2018), una bióloga asiste a un entorno natural atípico. Guerra Civil puede leerse como un thriller distópico, pero no tan alejado de lo que hoy sucede en el mundo. Acá hay dos ítems que aborda Garland: muestra una exacerbada polaridad, Estados Unidos vive una situación de “todos contra todos”, civiles contra militares y civiles contra civiles: el goce pasa por exterminar al contrario. Mientras el presidente recluido en la Casa Blanca y a punto de renunciar espera escapar del bastión norteamericano sin que lo maten. A una posible entrevista con el mandatario, viajan cuatro periodistas de un extremo del país a Washington: una veterana fotógrafa de guerra (homenaje a Lee Miller, corresponsal de la Segunda Guerra Mundial), junto a otro periodista, ambos de la agencia Reuters; una novata que se mete en líos sin saber cómo va a salir y un veterano del New York Times. El contingente de cuatro viaja a bordo de una camioneta, lo que convierte al film en una especie de road-movie que es testigo de las atrocidades acontecidas en esa etapa del país: muertos por acá y allá, coches y carreteras destruidas, pueblos que conservan ese paisaje idílico muy del viejo “american way of life”, pero con francotiradores de civil. A esto se suman locos vestidos de soldados que acribillan por simple odio a inmigrantes y a estadounidenses.
Con este cóctel asimétrico, Alex Garland intenta prevenirnos sobre “lo que vendrá”, al estilo de La noche de la expiación (2013), pero real, no de cienciaficción. Si bien su film es impactante, doloroso, con imágenes potentes y es contado con una excelente utilización de cámara en mano, a medida que avanza el metraje va perdiendo su vigor dramático. Y lo hace por dos aspectos. Uno que refiere a que queda muy al desnudo la construcción de varios de sus escenarios, al estilo performático, como por ejemplo una fosa con cadáveres cubierta de muñecos, que simulan ser humanos, mientras la periodista más joven que casi fue asesinada por unos soldados, llora con desconsuelo. La otra es qué, si bien la labor de los personajes-periodistas es jugada al mejor estilo cinema verité, resultan poco creíbles. Estos corresponsales no se comunican con sus medios, no transmiten sus fotos, sí se muestran buscando el encuadre perfecto, no obstante, todo resulta artificial.
Alex Garland construyó muy bien una puesta en escena verosímil con formato de alegato épico. Pero de un contenido sugerente y poco creíble. Lo esencial para él es el impacto que provoca en el público, no importa si el relato es coherente. Lo mejor: el final, cuando soldados y corresponsales llegan a la Casa Blanca. Territorio comanche (1997) y el documental Cuatro horas en el Capitolio (2021) mostraron con mayor “verdad” acontecimientos similares..