El inmigrante es el otro
Las palabras por sí mismas no crean realidades, pero a menudo ciertas etiquetas o usos de etiquetas, al inducir reducciones o simplificaciones, encubren la complejidad de la realidad antes que ayudarnos a comprenderla y revelarla. Es lo que ocurre con lo que cabe llamar el idioma de la migración. Por ello, para comprender el campo de los problemas migratorios en el mundo contemporáneo, no solo se requiere registrar datos estadísticos, observar hechos en perspectiva o seguir de cerca las políticas e informes de los organismos internacionales. La diversidad de los fenómenos asociados bajo una etiqueta pretendidamente neutral y descriptiva exige poner en primer plano los desplazamientos masivos cuyo destino final acaba en la tragedia del naufragio o la marginalidad del refugio precario; en cualquier caso, en el padecimiento de la exclusión de una vida digna, aun cuando se hagan intervenir políticas de derechos humanos.
La constante mezcla entre los datos y sus representaciones aparece como síntoma, por caso, en el informe de 2020 de la OIM (Organización Internacional para las Migraciones, organización intergubernamental creada en 1951. Se trata del informe número 20, y consigna el trabajo desarrollado entre los años 2016 y 2019; es de presumir que el próximo informe acuse recibo del impacto de la reciente pandemia en los fenómenos de la migración). Esa mezcla se refleja en la introducción del informe, donde se plantea la siguiente pregunta: ¿está cambiando la migración o están cambiando las representaciones de la migración? (OIM, página 5). Se habla correctamente de migraciones así, en plural, ¿pero a qué obedece este plural? ¿A que son muchas? ¿A que son diversas en su tipo y significación? ¿A ambas cosas?
En una primera aproximación, cabe observar que inmigrante como determinación identitaria en primera persona singular o plural es más bien un uso reivindicativo, de combate o de exigencia de derechos. Por debajo del mismo y fuera del contexto del conflicto, es probable que esa determinación se disipe o invisibilice a favor de identificaciones que conforman identidades más robustas, como las que remiten a nacionalidades o etnias. Es en relación con este componente identitario que el campo de problemas de la migración se despliega.
Pero no es en tanto inmigrantes que se afirman en esa identidad, sino en nombre de su identidad de paisanos, sea en sentido nacional, cultural, étnico, etc. Es que parece ser que el inmigrante casi siempre es el otro, tanto respecto de aquellos inmigrantes que adoptan nuevas identidades como respecto de la población a la que estos se integran. Sin embargo, la condición de inmigrante es utilizada crecientemente tanto en la reivindicación de derechos por parte de quienes ostentan esa condición como en la fijación de políticas internacionales de especial interés de los países más ricos, que son los principales destinos de las migraciones masivas.
Se produce entonces un campo de problemas tensionado entre la construcción de identidades intramigratorias y la circunstancia misma de la migración. Todo esto ocurre dentro del acabamiento del proceso de mundialización y globalización que ha hecho de todo el planeta el lugar, fracasado, de un pretendido único paisanaje. ¿Hacia dónde dirigir las políticas entonces? ¿Hacia la paulatina disolución de las identidades aborígenes o hacia el reconocimiento de su irreductibilidad?
Lo que resulta más acuciante: se requiere volver a reconocer los problemas propios del campo de la construcción o reconocimiento de identidades, con los obstáculos asociados al vínculo entre lo particular y lo universal, la periferia y el centro, lo plural y lo único, las diferencias y el ser-en-común. Estas determinaciones se pierden por debajo de un uso político del lenguaje y de sus categorías, según el cual todo se reduce al reconocimiento de los derechos humanos de los migrantes, en relación con la lógica de los Estados-nación que, por su realidad económica y geopolítica, constituyen mayoritariamente el territorio dentro del que los dramas de la migración, pero también las oportunidades se desenvuelven.
En suma, desde la perspectiva de ciertas naciones hegemónicas, el problema es la fuerza centrípeta que ejercen sobre millones de vidas en sus excolonias, víctimas a su vez de violencias de todo tipo. (Sin embargo, supieron aprovechar esa misma fuerza como mano de obra barata y desprotegida, lo que persiste en sus consecuencias). Para contrarrestar la curvatura centrípeta reorientándola centrífugamente hacia las naciones representadas como periféricas, esos países, con Estados Unidos a la cabeza, transfieren cuantiosos flujos de capital para reducir o incluso detener las inmigraciones masivas en sus territorios. En fin, ambos flujos migrantes desde la periferia al centro; capital desde el centro a la periferia, no dejan de producir, en sus fracasos o desencuentros, la
situación más dolorosa: la de los muertos de frontera y la marginalidad de los refugiados.
Nuevamente, el inmigrante es el otro: para unos, por tratarse de extranjeros de los que hay que cuidarse o a los que hay que rechazar; para los migrantes mismos también, porque la migración no es, naturalmente, identidad primaria, y no está destinada a generar positivamente nuevas identidades, sino solo las del conflicto, la reivindicación y la lucha.
En conclusión, una crítica del idioma de la migración, de la lógica de las categorías que se entretejen en él, permite reconocer que hay dos órdenes de problemas: el de los hechos y circunstancias de esas migraciones, claro está, pero también el del uso geopolítico de ese idioma, que tiende a cristalizar y aun a profundizar esas realidades primarias.
En esta dinámica de los hechos y su comprensión crítica, el refugiado es quien mejor encarna el símbolo de todos nuestros fracasos e impotencias para estar a la altura de las exigencias de la vida en común. Y no se trata de aspirar a políticas que pretendan disolver la tensión constitutiva entre los dispositivos de inmunización soberanos y su desestructuración comunitaria, sino más bien de encontrar puntos de equilibrio en las tensiones mismas de este movimiento.