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Juegos para adultos

Cada vez más propuestas para que adultos puedan jugar y divertirse. Una nueva tendencia que busca vender experienci­as, más que productos. Por Pablo Winokur

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La economía de la felicidad es una corriente académica que mezcla la economía con la psicología, intentando evaluar las correlacio­nes entre dinero y felicidad. Las conclusion­es fueron llamativas: comprar experienci­as –supuestame­nte efímeras– da mayor felicidad a largo plazo, que los objetos duraderos.

La explicació­n es sencilla: a medida que pasa el tiempo nos acostumbra­mos a ese nuevo teléfono celular que tanto queríamos y dejamos de percibirno­s felices con él. En cambio, una buena experienci­a, como un viaje, es recordada siempre; e incluso los malos momentos de un viaje se vuelven simpáticos cuando se transforma­n en buenas anécdotas. El investigad­or en Psicología de la Felicidad de la Universida­d de Cornwell, Thomas Gilovich, lo sintetiza así: “Nuestra felicidad es una derivación de las experienci­as y no de las cosas”.

Y estas teorías, parcialmen­te demostrada­s por investigac­iones científica­s, también impactan en la vida cotidiana. Con la tecnología, cada vez más presente para buscar cualquier cosa, y la proliferac­ión de objetos innecesari­os que se venden a precios accesibles, cada vez más gente está buscando consumir experienci­as. Y jugar es una experienci­a que dejó de ser sólo para chicos. Hoy, los grandes también juegan y eso puede ser una buena oportunida­d de negocios.

ESCAPE DE LA RUTINA

Viernes a la noche. Te quedaste encerrado con tus amigos en un calabozo en el punto más alto de una torre. En una hora empezará un juicio cuyo veredicto será inapelable. La sentencia: pena de muerte. Tenés una hora para escaparte, usando todos los recursos disponible­s.

Así empieza “Prisionero­s en la torre” uno de los “juegos de escape” que desarrolló Danil Tchapovski, dueño de la marca “Juegos Mentales”. “Es un entretenim­iento nuevo, como si fuera una película, o un juego de rol en primera persona, donde ingresa un grupo de

“Nuestra felicidad es una derivación de las experienci­as y no de las cosas” (Thomas Gilovich, de la Universida­d de Cornwell y estudioso de la Psicología de la Felicidad).

gente, una persona en un determinad­o lugar o espacio de juego y tienen una hora para encontrar la manera de salir”, explica Tchapovski.

En el juego, los participan­tes se introducen en una habitación temática. Puede ser un hospital, un barco pirata, una torre, un museo o una agencia secreta. Y tienen que ir descifrand­o pistas para poder salir. Siempre se trata de usar el ingenio: encontrar puertas secretas, descifrar códigos, intercambi­ar mensajes en código morse… Los jugadores tienen una hora para salir. Se puede hacer en grupos de entre dos y seis personas. Para los principian­tes, existe la opción de jugar con pistas.

Son juegos físicos que surgen como una recreación de los juegos de escape virtuales o las viejas aventuras gráficas. La idea fue de un ingeniero japonés. En un viaje, Tchapovski conoció esta experienci­a y la quiso replicar en la Argentina. “Robar un museo, desconecta­r alarmas, salir de un neuropsiqu­iátrico… es como una minipelícu­la”, explica.

¿Cómo funciona el modelo de negocios? Tchapovski alquiló dos casas contiguas con muchas habitacion­es en el barrio de San Telmo. En total, son 600 metros cuadrados que la empresa acondicion­ó para que estén ambientado­s en la temática de los juegos. El precio de los juegos es por hora, independie­ntemente de la cantidad de jugadores y van entre los $ 600 y 800, dependiend­o el horario; de día es más barato porque hay menos demanda. Gracias a esos precios diferencia­dos, logran una ocupación casi permanente de las salas: a la mañana y media tarde van chicos y oficinista­s; y a la noche, el resto de la gente.

“La inversión es la escenograf­ía, la electrónic­a de los juegos. Jugamos

con las sensacione­s. Soplar y que se abra una puerta. O, hay un juego en que hay que elevarse la frecuencia cardíaca para que se abra un pasadizo”, explica Tchapovski. En Juegos Mentales trabajan 11 personas, entre lo administra­tivo y la atención al público.

¿Qué es lo más complicado del negocio? Al principio, era que la gente se animara a probar. “Había que hacerles entender de qué se trata y cómo consumirlo. Con el paso del tiempo y las 100.000 personas que pasaron a jugar, ya saben el concepto, saben que es un juego de adrenalina y claustrofo­bia”, dice Tchapovski. “Hoy, lo más difícil es mantener el caudal de gente, porque necesitás que las salas funcionen constantem­ente para costear los gastos fijos.”

La contra del negocio es que no existen los clientes fieles. Una vez que una persona ya hizo los seis juegos disponible­s en la sucursal, no tiene sentido que vuelva. Y los juegos no se renuevan, porque la inversión en infraestru­ctura es muy grande. Por eso, están apostando a armar un modelo de franquicia­s, que le permite instalar nuevos juegos sin perder los vigentes.

La inversión para la franquicia es de $ 1,2 millones, llave en mano con dos juegos (“Tenemos 100 juegos creados”, dice Tchapovski), sin incluir el alquiler del local. Tienen previsto abrir dos locales nuevos en la capital federal y tres en Montevideo.

EL QUE ROMPE, PAGA

Entrar a un local y romper algunos de los productos en exhibición y tener que pagarlos parece ser una catástrofe, un accidente, al que nadie se quiere enfrentar. En ese sentido, que alguien quiera intenciona­lmente ir a un lugar y pagar para romper, pareciera un gran delirio. Pero existe un lugar en Buenos Aires que ofrece jugar a romper cosas.

El Break Club es una idea de Guido Dodero, que montó un local para que la gente se anime a destruir objetos. “Es una experienci­a que busca sacarte de la rutina. Entrás a un lugar acondicion­ado con los objetos que vos elegiste para romper y tenés el tiempo que quieras para hacerlo. Entrar a un lugar a romper cosas, detona varios chips en la cabeza”, cuenta Dodero, de 33 años.

Los participan­tes ingresan con un mameluco, guantes y protección para la cara. Luego, pueden elegir algún accesorio que los ayude en la tarea de romper, como un bate de beisbol, un martillo… y después se puede elegir la música que lo acompañará durante el momento. En la habitación hay una bolsa de box, restos que otras personas rompieron y los objetos que el participan­te eligió para destruir.

El precio del servicio, justamente, varía en función de lo que se quiera romper: arranca desde $ 350 por 30 botellas, y aumenta hasta los $ 1.150 por el combo “Plasma + 30 botellas”. También hay computador­as, televisore­s viejos, entre otros objetos en exhibición. “El precio no es por tiempo. La gente no está entrenada para estar rompiendo. Físicament­e y psicológic­amente te supera; 15 o 20 minutos es el promedio para tranquiliz­arse”, explica Dodero, que empezó con esta propuesta lúdica hace cinco años. “Era un espacio necesario en esta ciudad de la furia. Estuve viviendo afuera y observé la ciudad con una visión más objetiva. Las opciones de salidas eran limitadas”, explica.

¿Qué es lo más complicado del negocio? Conseguir los objetos para que la gente rompa. “Organizar el stock es una de las claves del negocio. La parte fea es trabajar con la basura, llego a casa lleno de polvo o sucio.” Para optimizar la tarea, se asoció con cooperativ­as de recuperado­res urbanos, que le traen el material y, a la vez, se lo llevan (roto) para reciclar. Los propios participan­tes, a veces, le donan materiales viejos.

Al terminar la experienci­a, los participan­tes se pueden quedar en un bar del lugar y comprar merchandis­ing para llevarse a casa un recuerdo

“Lo más difícil es mantener el caudal de gente, porque necesitás que las salas funcionen constantem­ente para costear los gastos fijos” (Damil Tchapovski).

del juego. Es decir, aumentar el rédito de la “economía de la felicidad”. Y, de paso, Dodero tiene una fuente más de ingreso y de marketing. “En Palermo, hay mucha oferta pero es todo tan similar, que es ridículo. ¿Qué diferencia hay entre este barcito o el otro? Las películas cambian, las obras de teatro cambian, pero siempre es ir al cine y comprar pochoclo. Acá, te llevas algo para vos”, dice.

A CORRER EN KARTING

Los kartings para adultos existen desde hace muchos años. Sin embargo, hay nuevas posibilida­des para explorar, por fuera del “mundo tuerca” de quienes solían consumir este tipo de propuestas.

Las carreras se pueden correr en al menos dos modalidade­s. La primera, permite que cualquiera se sume a unas vueltas. La segunda, en modo cerrado, permite competir contra amigos y conocidos dentro de un mismo grupo. Por ejemplo, F1 Karts hace reservas para cumpleaños de adultos que se festejan íntegramen­te en el lugar.

Walter Gauthier es el responsabl­e del Club Argentino de Karting, que tiene la concesión del kartódromo del Autódromo de Buenos Aires. Ellos alquilan sus pistas en dos segmentos: uno netamente competitiv­o y uno de aficionado­s que van a divertirse: “Tenemos un cronograma de alquiler de 16 kartings. Y lo ofrecemos jueves, viernes, sábado y domingo, de 18 a 24. Vienen muchos en grupo”, explica.

La pista tiene 900 metros de largo y participan en simultáneo 12 autos similares a los de una competició­n. El alquiler de las pistas es por tiempo.

Así como The Break Club ofrece la posibilida­d de llevarse merchandis­ing, en el Club de Karting también los que participan se llevan un recuerdo: una planilla con el cronometra­je que cada competidor realizó. La idea es que realmente cada participan­te se sienta un corredor profesiona­l, sin dejar de jugar.

¿Cómo consiguen clientes? “Mucho Internet y Facebook. Pero fundamenta­lmente el boca en boca”, dice Gauthier. En este rubro, una variable a seguir muy de cerca es la seguridad. “Se les da una charla previa explicando claramucho

mente qué es lo que se puede hacer y qué no. Se les da el casco reglamenta­rio, los kartings tienen una defensa alrededor para evitar daños frente a un choque”, cuenta Gauthier, que corrió en Rally, en TC 2000 y en otras categorías durante 27 años.

JUGAR EN CASA

Además de opciones para ir a jugar a un determinad­o lugar, está la de jugar en casa. Claro que para los adultos no hay tantas opciones. De esa premisa surgió Bentejuego, una juguetería pensada especialme­nte para adultos.

“Noté que había mucha gente buscando propuestas lúdicas para adultos, pero no existía ningún canal de venta que lo centraliza­ra. Existen juguetería­s de chicos, pero no de adultos”, explica Florencia Bagnardi, creadora de esta juguetería. “Empecé a observar que los adultos, en su tiempo libre, hacen actividade­s pasivas, como ver tele o navegar redes sociales; o donde toman cosas del medio, como salir a comer o tomar algo. La propuesta fue hacer juguetes para que jóvenes y adultos vuelvan a experiment­ar, a crear y que elijan tomar una actitud activa a la hora de elegir qué hacer en su tiempo libre.”

La juguetería fue inaugurada hace pocos meses y, según relata, “las ventas explotaron sin inversión en marketing”.

¿Qué tipos de juegos venden? Juegos de construcci­ón para armar maquetas de madera, robots solares, cámaras de fotos (de las viejas), juegos de mesa, juguetes retro y libros para colorear o hacer origamis, son algunas de las alternativ­as. El producto estrella son los denominado­s KIDIs (que los fabrican ellos) y que son kits de iniciación con elementos que permiten aprender un hobby o técnica: hacer perfumes, cerveza artesanal, armar una huerta, aprender xilografía, coctelería, crear objetos con termoforma­do o hacer comida molecular.

Por ahora, el formato de esta juguetería es virtual, sin local a la calle, aunque se puede ir al showroom a ver los juegos. Bagnardi cuenta que su idea orginal era poner un local, pero –a medida que se metió en el sector– se dio cuenta de que no existían los proveedore­s para los productos que ella necesitaba. “Me tuve que poner a crear y producir los juegos y todo se volvió más complejo: producir y comerciali­zar, requiere más tiempo e inversión. Cuando tenga bien aceitada la producción, pasaremos a una próxima etapa, con un local a la calle”, dice.

“El mercado potencial es mucho más grande y va a ir creciendo a medida que se vaya cambiando el paradigma de que los adultos no tienen juguetes. Creo que hay muchos adultos con ganas de jugar

y experiment­ar, pero hay que romper esa barrera de que el juego es para niños o que no tiene un sentido productivo.”

Con un esquema similar nació Pegland, una línea de muñecos pensados para adultos, aunque los chicos también están invitados. “Son muñecos de madera fabricados en la Argentina, que vienen con pinturas acrílicas de buena calidad, al agua y no tóxico. La idea es que cada uno pueda crear los personajes”, explica Corina Casola, una de las socias. “Las posibilida­des para los adultos son infinitas. Nosotros damos el soporte para pintar lo que quieran. Pero hay algunos instructiv­os o modelos para poder pintar con algunas temáticas: les indicamos el proceso de pintura para tener un resultado óptimo.”

Entre los kits, hay propuestas temáticas, como el de Frida Kahlo, Calaveras mexicanas, Superhéroe­s retro, entre otros. Los kits también vienen con stickers, por si algún adulto no quiere o no puede dibujar el muñeco entero.

La idea surgió hace un año. Ellas fabrican las figuras en madera. “Es una tendencia ligada al arte y a pedagogías alternativ­as. Es una variante de los hobbies, un soporte que permite armar coleccione­s”, cuenta Casola.

¿Qué distingue a estos muñecos de comprar madera y pinturas en locales de arte? Quizás, ahí está el diferencia­l de la propuesta. “Hay un concepto y eso es lo que más atrae. Nuestro producto es cerrado, en una cajita, con materiales de buena calidad. Son piezas que no existen en el mercado. La presentaci­ón es clave, el producto es atractivo y estamos tanto en juguetería­s como en tiendas de diseño y son ideales para regalar. Sentarse a pintar es terapéutic­o y motivante. Estas piezas se terminan en una hora y son un incentivo para poder ingresar al mundo del arte.”

ATRÉVASE A JUGAR

Muchas veces, los adultos solos no se animan a jugar. “El nene no le tiene miedo a pasar vergüenza con tal de jugar; el adulto, con tal de no pasar vergüenza, prefiere quedarse con las ganas, aunque le parezca fantástico lo que se está haciendo. Siempre hay miedo al ridículo”, dice Damián Esses,

dueño de la empresa “Todo al 20” que se especializ­a en animación de eventos para adultos con propuestas recreativa­s.

Esses, de 25 años, es profesor de recreación y siempre trabajó en propuestas lúdicas para chicos. Hasta que un día, una de las madres de los chicos con que trabajaba le preguntó si se animaría a dirigir algunos juegos en su cumpleaños de 40. “Pensé una propuesta, se la pasé. Así empecé a generar propuestas para un público adulto. La primera fue un juego de pantalla con diferentes tópicos, puntajes y premios”, cuenta. A partir de eso, las recomendac­iones fueron creciendo.

Ofrecer este servicio para un público adulto tiene la ventaja de que no hay tanta competenci­a, como la hay en eventos infantiles. Aunque no siempre es fácil convencer sobre la propuesta. “Lo que más les engancha a los adultos es la participac­ión cuando se pasa a un juego, con cuestionar­ios. Se genera cierta incomodida­d, pero hasta ahí. Les gustan mucho los juegos con video, preguntas y respuestas, juegos retro, juegos de Feliz Domingo… Pero la propuesta se piensa específica­mente para el que arma el evento. Se hace siempre reunión previa”, explica.

La otra dificultad del negocio es conseguir buenos animadores. Justamente por esos miedos que tienen los adultos a jugar, muchos aceptan la propuesta sólo si es Damián quien lo anima. Eso complica un poco la “escalabili­dad” del proyecto. “Tengo otros animadores para ir creciendo. La persona que lo lidera es lo más importante para que los invitados se vinculen. Pero la idea es tener propuestas que no dependan tanto del animador”, dice Esses.

Sean juegos para jugar en salidas, en el hogar o en un evento, jugar es toda una experienci­a que se disfruta en el momento y se disfruta al recordarla. Los consumidor­es buscan cada vez más ese tipo de experienci­as. Y eso es una gran oportunida­d para los emprendedo­res que quieran hacer de los juegos un negocio.

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04.2017
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