El “boom” de las ferias y festivales.
Las ferias tienen un formato más abierto y con posibilidad de ser replicadas varias veces al año, a diferencia de las exposiciones tradicionales. Su eje suele ser la convocatoria al grupo familiar completo, para grandes y chicos. Por Pablo Winokur
Cada vez más propuestas para toda la familia que combinan stands de ventas de productos varios, espectáculos culturales, espacios para chicos y buena gastronomía. ¿En qué consisten estas propuestas y cómo se organizan? ¿Cómo se monetizan? ¿Negocio en sí mismo o una unidad más de un negocio más integral?
En tiempos líquidos, donde la gente cada vez más vive vidas virtuales y se relaciona de manera virtual, ciertos espacios empiezan a adquirir más relevancia. Espacios donde la gente se puede juntar, compartir una actividad cultural, recrearse y –ya que estamos– comer.
No se trata de una oposición al mundo virtual. De hecho, la mayoría de estas propuestas se comunican vía Internet: portales, redes sociales, mailings… Las nuevas tecnologías permiten llevar las propuestas al nicho selectamente buscado.
Se trata de ferias y festivales que, a diferencia de las exposiciones tradicionales –Feria del Libro, ExpoMuebles, Expodiseño–, plantean
propuestas mucho más chicas en volumen, con menor duración en el tiempo, pero más constantes (un fin de semana al mes, por ejemplo), en lugares públicos o semipúblicos y con la gastronomía como un eje fundamental, sino el principal.
LA VUELTA DE LAS FERIAS
Hasta principios de la década de
1990, era muy común que la gente comprara sus alimentos en ferias barriales. En cada barrio había una en que había carnicerías, verdulerías, pollerías, pescaderías, almacenes, entre otros rubros. En los ’90, florecieron las cadenas de supermercados y las ferias –en general predios municipales– fueron cerrando. Unas pocas quedaron en pie.
Hoy, el concepto de comprar alimentos en este tipo de ferias está volviendo en una versión más sofisticada. Sea en las viejas ferias que quedaron en pie, o en las ferias itinerantes barriales, o en aquellas que se arman y se desarman para eventos puntuales.
Éste es el caso de Sabe la Tierra, una feria de alimentos que se replica en distintas zonas de la Ciudad y del Conurbano periódicamente. La organización nació en 2010 para promover la sustentabilidad a través de un mercado de pequeños productores. “Difundimos todo lo que tiene que ver con el comercio justo, el consumo responsable, la alimentación saludable, el desarrollo sustentable y el desarrollo local. Promovemos el paradigma de la sustentabilidad”, explica Angie Ferrazzini, de 48 años, organizadora de la propuesta.
En 2010, empezaron con 30 productores. Hoy tienen siete mercados en marcha y una red de 350 productores: se juntan los miércoles en Callao y
“Éste es un espacio para que microemprendedores puedan vender de manera directa, sin intermediarios.”
En la década de 1990, con el auge de las cadenas de supermercados, muy pocas ferias quedaron en pie. Ahora están retornando, en una versión más sofisticada.
Lavalle, los viernes en Plaza Houssay y los sábados en Belgrano. También tienen presencia en el Conurbano en Vicente López y San Fernando, y una vez por mes se juntan en Tigre. Además, tienen un mercado franquiciado en un predio en Pilar.
Quizá lo más complicado para arrancar fue conseguir los permisos para poder instalarse en la vía pública. “No se corta la calle. En el caso de la Ciudad, tenemos permiso del Ministerio de Espacio Público del gobierno porteño. Hicimos un trámite que es bastante ágil y se renueva cada tres meses”, cuenta Ferrazzini.
Atención para quienes recién arrancan, el primer permiso les llevó un año conseguirlo hasta que lograron presentar los papeles y plantear claramente el concepto.
“Hoy está aceitado, porque tenemos confianza y el Gobierno está interesado en promover estas ferias y mercados. Nosotros nos ganamos el lugar, porque hacemos bien las cosas”, aclara.
Sabe la Tierra empezó con una inversión inicial de $ 50.000 en 2009. Ferrazzini desarrolló la marca y fue generando el proyecto durante cinco años, manteniendo en paralelo otros trabajos. Desde 2014, vive de esto. En la organización, trabajan 10 personas que realizan la coordinación general de los mercados, y la generación de contenidos y talleres, entre otras tareas.
¿Cómo se monetiza? Desarrollaron un esquema basado en la confianza. Cada productor que coloca un stand paga entre $ 500 y 900 por día, o el 15% de su facturación declarada, según el importe más alto. Ferrazzini explica que nadie está fiscalizando, sino que confían en la palabra de los productores. Si bien tuvieron alguna situación incómoda alguna vez, en general –dice–, esa forma de trabajo le dio resultados.
En cuanto a costos, el 30% de la recaudación se lo lleva la logística de armado, que permite que el productor pueda llegar a la feria sólo con su mercadería. El resto se va en comu- nicación, publicidad, desarrollo de newsletters, entre otras cuestiones.
Hoy, entre las distintas ferias tienen 727 puestos (algunos son productores repetidos). “Nosotros no somos una feria misma que rueda por toda la Argentina, sino que desarrollamos mercados de productores. Hacemos curaduría y promovemos el desarrollo local”, dice Ferrazzini. Y cuenta que muchos productores se iniciaron en Sabe la Tierra y lograron abrir sus propios negocios, o desarrollar catering para eventos, entre otras posibilidades. “Sabe la Tierra se convirtió en una vidriera muy importante para todos ellos”, sintetiza Ferrazzini.
NUEVAS Y VIEJAS TENDENCIAS
Una de las exposiciones más tradicionales que existe en Buenos Aires es la Feria del Libro, que cada año congrega a más de un millón de personas en sus dos semanas de duración. Casi como contracara de esa multitud y como una versión renovada, surgió la Feria Leer y Comer, que dos veces por año organiza La Cornisa producciones, la productora del periodista Luis Majul. “Para mí es una marca distintiva. La primera feria literaria y gastronómica con características únicas. La gente se encuentra con los mejores escritores, cocineros, escucha música, come, se divierte y, cuando termina la experiencia, no siente que le arrancaron la cabeza”, describe Majul.
Se trata de una feria que tiene stands de librerías y editoriales, pero también tiene mucho espacio para la gastronomía. Participan del evento, además, escritores y cocineros reconocidos. La entrada es gratuita.
¿Cómo surgió la idea? “Ferias gastronómicas hay muchas, literarias hay pocas… La Feria del Libro tiene otro concepto, es de mucho impacto, muy tradicional y muy rígida como propuesta. Es espectacular y lleva mucha gente, pero tiene otro estilo”, dice. Y aclara que Leer y Comer es una propuesta alternativa que no busca competir con la del Libro.
“En el fondo, es una manera alternativa de comunicar. Hice radio,
TV, agencia de noticias, revistas, en todos los formatos vinculados con los medios, antes y después del boom de las nuevas tecnologías. Los proyectos culturales que encaro tienen que ver con una misma acción, que es comunicar de una manera creativa. En momentos de comunicación virtual, la apuesta es a construir cosas tangibles. Hay más necesidad de juntarse, de que las comunidades que tienen los mismos intereses se encuentren en cosas que les pueden generar identificación”, explica el periodista.
“En los títulos de los libros, y los escritores y novelistas que se
presentan, hacemos estrategia de curación muy fuerte”, cuenta Majul. La idea es que aquellos que exhiban o vendan le generen un valor agregado al proyecto; y que llegar a exponer ahí sea un mérito en sí mismo. Se los elige en función de la propuesta, del prestigio o del apoyo que se le quiera dar a un nuevo cocinero o escritor.
¿Cómo se monetiza la propuesta? Teniendo en cuenta que el evento es gratuito para el público, la recaudación del evento se da por el canon que pagan las editoriales y foodtrucks, y por el auspicio de distintas marcas. “No perdemos dinero. Si cobráramos entrada, la rentabilidad sería mayor”, reconoce Majul.
PARA TODA LA FAMILIA
Joaquín Neyra es creador y organizador del festival Wateke, que él mismo define como un “proyecto para toda la familia”. “Creíamos que era algo que no había en formato familiar. La idea era poder mezclar en un lugar propuestas de música, entretenimientos y comida, al que puedan asistir padres con sus hijos y que también hubiera actividades para ellos”, cuenta.
“Queríamos hacer un festival distinto. Los festivales, en general, son para adolescentes. Acá buscamos atraer a las familias”, insiste Neyra. A diferencia de otros festivales, Wateke apuesta mucho a la estructura de producción y la puesta en escena en el lugar: “Lo que lo hace diferente, es la puesta en escena en el lugar. Es un festival de lifestyle (estilo de vida en inglés) con mucho impacto visual. Apuntamos mucho a familias jóvenes, con hijos de entre 25 a 45 años, que están muy conectadas, que ven cosas creativas e innovadoras y eso genera sorpresa y alegría. Y nos enfocamos mucho en que se generen esas sensaciones”.
El festival requiere de una gran preparación. Arrancan en enero para un festival que se realizará en noviembre. Cuentan con tres escena-
Wateke, que se realiza en noviembre, comienza a ser preparado desde enero. Tiene tres escenarios y entre 50 y 70 shows durante cuatro días.
rios y entre 50 y 70 shows en cuatro días, que incluyen a 160 artistas itinerantes, que van circulando por el evento: circo, magia, músicos, escenarios escenográficos… “Lo que nos diferencia de otros festivales, es el contenido.”
Este festival va por su tercera edición. El primero fue en Pinamar y luego se mudaron al Hipódromo de Palermo, que tiene cinco hectáreas y les permite desarrollar al máximo su propuesta. Como aspiran a generar experiencias, es fundamental para ellos que el espacio no se sature: “Si la gente tiene que hacer una cola de tres horas para comer, no estamos cumpliendo con el objetivo”, explica Joaquín. Hasta ahora, la relación público/espacio siempre cumplió con el objetivo.
“Buscamos generar una experiencia real. Convertimos el Hipódromo en una gran escenografía que genere gran impacto en la gente. Y muchas veces nos dicen que no pueden creer que algo así se haga en el país. Logramos que cada lugar tenga su objetivo y su contenido específico”, cuenta Neyra. Dato importante: una de las formas de monetización tiene que ver con los sponsors.
Pero incluso a ellos les exigen que hagan un aporte a los contenidos del evento y descartan, por ejemplo, los stands promocionales. La idea es evitar la contaminación visual.
“La marca va en un lugar que tenga sentido”, dice.
La otra forma de monetización tiene que ver con los puestos de comida. A diferencia de otros festivales, ellos no cobran canon sino que van a porcentaje. ¿Cómo controlan que esto se cumpla? En la entrada le dan a cada asistente una pulserita magnética que el público puede cargar con dinero. Luego, cada compra dentro del predio se hace con esa pulsera. De ese modo, dentro del evento no hace falta usar plata. Aunque al final del día la cuenta es la misma, también suma a la experiencia no tener que sacar la billetera. La entrada, que es la tercera vía de facturación, cuesta alrededor de $ 100.
Neyra, de 32 años, es productor de eventos y publicista. Hoy por hoy, reconoce, Wakeke le da más satisfacciones que dinero. “Por ahora, es más inversión que otra cosa”, aclara. Y plantea que la experiencia le está sirviendo para posicionarse en el mercado como productor; incluso se ilusiona con poder, en poco tiempo, exportar esta idea a otros lugares del mundo.
Wateke es organizado por 10 personas en total, aunque luego, para el evento, se contratan personas para cada necesidad. En total son
400 personas trabajando los días del evento. El último año, asistieron 40.000 personas en los cuatro días del festival.
PENSADOS PARA LOS CHICOS
Fabián Saidón es director de la Revista Planetario, una guía especializada que difunde y promociona servicios dedicados a padres e hijos: actividades recreativas, educativas, fiestas infantiles, profesionales, escuelas, indumentaria, entre otros rubros.
La publicación es un clásico entre quienes están transitando esa etapa del ciclo de la vida. Hace unos años, a Fabián se le ocurrió una idea: hacer un evento que materialice en vivo el concepto que hay detrás de su revista: “Tiene mucho que ver con el concepto editorial que tenemos. La idea es poner en contacto en vivo y juntar a las familias con los productores de la actividad infantil”, cuenta.
Así surgió, en 2002, la Planetario Fest, un evento inspirado en los grandes festivales musicales pero orientado 100% a los chicos y sus padres. “El concepto del festival tiene tres patas: la comercial, con productores que ofrecen y muestran sus productos y servicios; una pata cultural, que son los shows; y las actividades participativas o talleres, sean ofrecidos desde la producción del evento o por los sponsors”, explica Saidón.
El Planetario Fest tuvo ocho ediciones en Capital desde 2002 hasta 2009. Luego se discontinuó, principalmente por la falta de un lugar adecuado para realizarlo. Este año, de la mano del boom de este tipo de festivales, se animaron a relanzarlo; ya no en un predio de la ciudad de Buenos Aires, sino en Pilar. Y la respuesta del público fue inesperada: “Fue una sorpresa para nosotros. Era la primera vez que lo hacíamos en Pilar y apuntábamos mayoritariamente al público
“La idea es juntar a las familias con los productores de la actividad infantil” (Fabián Saidón).
local. Pero el 50% del público era de Capital”, relata Saidón, sorprendido por la magnitud de la movilización.
Este último evento se hizo en el complejo La Aldea de Pilar. La propuesta contaba con talleres de distinto tipo para chicos (plásticos, circo, construcción con ladrillos de juguete…), shows en vivo de las bandas de moda para chicos (Magdalena Fleitas, Los Raviolis, entre otros), juegos de plaza e inflables y una amplia oferta gastronómica.
“Nos asociamos con el lugar, no me cobraron alquiler del predio, las ganancias fueron de a mitades y lo organizamos juntos”, explica. Los principales gastos fueron la contratación de bandas y talleres, la artística y la infraestructura extra con la que no contaba el predio: escenario, talleres, alquileres, camarines, baños químicos, entre otros.
El evento se monetizó con la venta de entradas, el canon de los expositores (alrededor de $ 10.000 los foodtrucks y $ 4.000 los stands) y los sponsors. “Nuestra propuesta es diferencial por la cantidad de contenido que tiene. Las ferias gastronómicas son modas. Lo nuestro está muy enfocado en los contenidos, los talleres… La gente busca salir y hacer contacto, con propuestas al aire libre y familiares con propuestas económicas”, opina Saidón. Como Wateke, el foco está puesto en el contenido.
¿Cuáles son las dificultades del negocio? Saidón considera que el mayor riesgo es el climático; al hacer un evento al aire libre, se corre el riesgo de tener que suspender por mal clima, o que las familias no asistan en un clima intermedio. Siempre es complicado reprogramar. La otra dificultad –que fue lo que lo obligó a suspender la propuesta durante más de diez años– es la falta de lugares en Capital para hacerlo. “Hubo una crisis de predios. Habíamos hecho tres en el Jardín Japonés, dos en El Dorrego y tres en el Centro Municipal de Exposiciones. Algunos nos quedaron chicos, otros cerraron y se sumó el tema de Cromagnon, que achicó la oferta”, cuenta.
Sin embargo, la búsqueda de este tipo de propuestas por parte de las familias generó una nueva oportunidad: la última edición del Planetario Fest le demostró a Saidón que la gente está dispuesta a trasladarse. Por eso no descarta hacer este año una nueva edición del evento.
FERIAS DE NICHO
Emergente se define como una feria de marcas independientes. Empezó hace cuatro años y fue planteada inicialmente como un espacio de ventas para gente que esté arrancando con proyectos de diseño, particularmente de indumentaria.
“Difundimos el comercio justo y sustentable, junto al desarrollo local” Angie Ferrazzini.
Por la estética de la feria, está muy asociada a un público rockero. Incluso como parte de la propuesta hay también bandas de rock que tocan en vivo y –no pueden faltar– stands de comida y de cerveza artesanal. “Arrancamos justamente en una vieja cervecería, así que está muy identificado con nuestra propuesta”, explica Gustavo Lambre, su creador y organizador.
Hoy, más lejos de sus inicios, la feria se hace cada cuatro meses en El Espacio Cultural Julián Centeya, en el barrio de Boedo. “Al principio era mensual, pero preferimos espaciarla para no cansar”, aclara.
Lambre comenta que comenzó la feria a partir de una situación personal, que lo llevó primero a desarrollarse como serigrafista y a desarrollar su propia marca de ropa: Ruby Soho. Viendo que no existían buenos puntos de venta para comercializarla, decidió lanzar la feria. La idea era vender lo que él comercializaba. De a poco, se fueron juntando distintos productores como él. “Hoy, la feria no es más de marcas que recién empiezan. Los que se suman tienen que tener un producto bueno y acorde a nuestro público”, explica Lambre. El canon por poner el stand es de $ 1.500. “Es fijo y quienes ponen un puesto saben que el público viene y que viene a comprar”, asegura. Hace dos años, gracias a estos dos emprendimientos, logró dejar la relación de dependencia.
Lo fundamental para él es mantener la identidad de la feria. Su principal trabajo como organizador es convocar a la gente y desarrollar la estrategia de marca de la feria. “Hay que hacer mucha publicidad, porque si no la gente no va a ningún lado. Volanteamos a la salida de recitales, en locales amigos y en redes sociales”, explica. Además invierte mucho en la estética de la feria: “No es lo mismo que yo lo haga, que contratar a un diseñador gráfico que trabaje en la marca”, concluye Lambre.
DESDE EL BARRIO
María de la Paz Monzón es, junto a Lucía Braude, organizadora de la feria La Minga, una feria-festival de arte y diseño que hacen cada dos meses en el Club Cultural La Minga, en Boedo.
“Hago ferias desde hace un montón de tiempo. Hay una movida muy grande de cultura y de muchas actividades que se generaron en ese Centro Cultural y veía que se podía
hacer una feria importante y presenté un proyecto”, relata Monzón. Paralelamente, la otra organizadora había hecho una propuesta similar y las juntaron.
“Es un espacio para que microemprendedores puedan vender de forma directa. La idea es que puedan acercarse al consumidor y que puedan vender más, al estar a la mano de todo”, cuenta Monzón. Se trata de una propuesta con una impronta bien barrial, con apenas 24 stands en funcionamiento cuando se hace dentro del Centro Cultural. Dos veces por año, organizan la feria en la calle y llegan a 35 puestos.
Los puesteros hacen una colaboración “a la gorra”. Algunos pagan un básico y otros esperan a ver su facturación del día, y aportan en función de las ventas. “Las dos organizadoras dividimos en tres partes lo que se genera de esa ‘gorra’: dos para las organizadoras y una tercera parte para los gastos del Centro Cultural”, cuenta Monzón.
Con una mirada distinta a la de otras “curadurías de ferias”, ellas también seleccionan muy bien el perfil de feriantes: “Buscamos microemprendedores que quieran sustentarse de su microemprendimiento”, define. Paralelamente, intentan no tener más de dos rubros por feriante: tienen desde veladores, encuadernación, cerámica, muñecos reciclados con chatarra, entre otros.
¿Qué es lo más difícil a la hora de armarla? “Lo que evita las complicaciones es la experiencia; estamos muy aceitadas en el manejo del evento. El puestero es muy exigente. Por eso, hay que detallar lo que ofrecés y lo que cobrás… Hay que detallar mucho por escrito, explicar cuál es el espacio que va a tener, cuál es la hora a la que hay que armar, que si te pasás de esta hora no vas a poder armar…”, enumera Monzón. Este último requisito es común a muchas otras ferias. Incluso algunas plantean explícitamente que aunque el feriante termine de vender no se puede ir antes para no alterar la estética del evento.
Con formato de feria barrial o con una apuesta mayor, las ferias y festivales son más que una moda. Siempre intentando combinar tres pasiones familiares: las compras, la comida y el entretenimiento. Son negocios que, en distintas escalas, llegaron para quedarse.