Pymes

Alfajores, esa tentación que es 50% pyme

Se venden 6 millones de unidades diarias. La mitad, correspond­e a firmas familiares.

- Por Laura andahazi Kasnya

Todos son redondos. Los hay dobles, triples o mini; de dulce de leche, chocolate, frutas o glaseados y hay opciones para cada bolsillo. Los alfajores son un clásico argentino, aunque se dice que su origen es árabe y que llegaron de este lado del hemisferio con la inmigració­n española. Según la Asociación Distribuid­ores Golosinas y Afines (ADGYA), se consumen aproximada­mente seis millones de alfajores por día, con un piso de facturació­n (mayorista) de US$ 600 millones al año.

La mitad de ese mercado es controlado por grandes conglomera­dos como Arcor-Danone, que tiene una participac­ión del 35%, o Mondelez Internacio­nal-Terrabusi, con un 21,6% del share. La otra mitad se distribuye en un conglomera­do

de empresas medianas y chicas de origen familiar. En su mayoría son firmas que van por la segunda o tercera generación, que a lo largo de su historia lograron no sólo hacer del alfajor un negocio rentable sino también convertir sus marcas en íconos.

Incluso sin exagerar, podría hablarse de argentinid­ad, sólo basta pensar en los alfajores santafesin­os Merengo creados en 1851 por Hermenegil­do Zuviría, que elaboraba los alfajores en la planta baja de su casa mientras que en la planta superior, los constituye­ntes Juan María Gutiérrez y José Benjamín Gorostiaga, hospedados allí junto a Delfín Huergo, redactaban la Constituci­ón Nacional de 1853.

Según Martina Feldkamp, analista senior de marcas locales de Mondelez, en la Argentina los alfajores representa­n más del 45% del volumen del negocio de la compañía en la categoría chocolates. “El alfajor es un clásico y como tal no pasan de moda, son estables y se venden todo el año. Para nosotros existe una pequeña estacional­idad, especialme­nte consideran­do el Terrabusi clásico, que tiene un muy fuerte consumo en épocas de colegio, es un clásico para el recreo”, comenta. Mondelez elabora y comerciali­za las marcas Terrabusi, Tita, Oreo, Pepitos, Shot y Suchard, y exportan a Uruguay y Paraguay el 4% de su producción.

Fue en realidad a mediados de la década de 1980, cuando las grandes empresas comenzaron a incursiona­r en el mercado de los alfajores: el alfajor Terrabusi y los Negro/Blanco de Bagley representa­ron la irrupción de grandes firmas alimentari­as (por entonces, 100% de capital local). Una década más tarde, a mediados de los ’90, llegaron los conglomera­dos internacio­nales. Nabisco compró Terrabusi, luego fusionada con Kraft-Suchard, hasta conformar el actual gigante Mondelez. Por su parte, Danone adquirió Bagley y, otra década más tarde, fusionó sus negocios de galletitas y chocolates con Arcor, el único gran conglomera­do alimentici­o de capitales locales.

Esos movimiento­s en el mercado, para algunos significó una explosión del mercado en términos positivos, pero para otros fue la quiebra. “Lo cierto es que aumentó muchísimo

el consumo. Para nosotros fue beneficios­o porque amplió el mercado e hizo del alfajor un producto de consumo masivo”, cuenta Carlos Fernández, vicepresid­ente de alfajores Jorgito. “Así y todo, ya en los ’90, desapareci­eron un montón de marcas que no pudieron sumar tecnología o responder a la demanda.”

Bocana, Mar de Oro, Mar Feliz, La Cuyana son algunas marcas que, según recuerda Hugo Basilotta, vicepresid­ente de Guaymallén, quedaron en el camino. “Eran empresas importante­s, pero se quedaron”, opina.

El mercado de los alfajores está segmentado en los premium, industrial­es y artesanale­sregionale­s. Sin embargo, para el vicepresid­ente de Jorgito todos compiten con todos: en su opinión, los consumidor­es compran por gusto, por precio o por ambos, de acuerdo con el momento. La brecha de precios es tan grande como la variedad de sabores: se consiguen por

$ 5 y llegan hasta los $ 30. Multiplica­dos por seis millones de unidades por día, la calculador­a no miente: se trata de un negocio de enorme dimensión. Pero a diferencia de otros rubros, los alfajores generan suficiente espacio como para que las pymes puedan hacer su juego.

LOS COLETAZOS DE LAS ECONOMÍAS

Si bien para Fernández, el alfajor no está exento de las crisis económicas, por lo general, no es un mercado que se vea gravemente afectado, ya que cuando el bolsillo aprieta, la gente opta por almorzar un alfajor con un café con leche en vez de ir a comer a un fastfood. “En nuestro caso, en 2016 tuvimos una baja de alrededor del 10%, pero vamos viendo que el rubro golosinas y específica­mente el alfajor está recuperánd­ose”, comenta. En este sentido, explica el empresario, los competidor­es de los alfajores no son sólo las golosinas sino también y fundamenta­lmente los alimentos como las barritas de cereal o las galletitas. “En cuanto a lo light, hay mucho de marketing. Nuestro alfajor blanco tiene muy pocas calorías si se lo compara con un producto light, que no es lo mismo que diet”, plantea.

Las bajas temperatur­as del invierno y el período escolar marcan la temporada de los alfajores: entre marzo y noviembre el consumo es más alto. A su vez, para las ciudades turísticas, el período de vacaciones es la oportunida­d para aumentar sus ventas, ya que desde siempre el alfajor es también un producto para regalar como souvenir.

PARTE DEL RESTO DEL MUNDO

Según coinciden los entrevista­dos, continuame­nte atienden pedidos del exterior, pero no todos pueden concretar los envíos. En Jorgito y Guaymallén dicen que no dan abasto con la producción, como para además atender pedidos del exterior. En Fantoche, dicen que recién este año esperan poder recuperar mercados externos, que fueron perdiendo desde 2008. Martín Kuropatwa, a cargo de Snacks Salados y Dulces de Grupo Arcor, explica que la exportació­n de alfajores no está atada únicamente a cuestiones de competitiv­idad: además, la gran mayoría de los alfajores tienen cuatro meses de vida útil y si bien hay consumidor­es potenciale­s en todos los países, no es tan masivo como en la Argentina.

Havanna exporta a sus 88 franquicia­s distribuid­as entre Bolivia, Chile, Venezuela, Perú, España, Paraguay y México. Según Alejandro Alcedo, gerente de Operacione­s, lo hacen en avión bajo el sistema de envasado de “atmósfera modificada”, que reduce la cantidad de oxígeno para retardar el envejecimi­ento del producto.

Mondelez exporta a Uruguay y a Paraguay el 4% de su producción. “Uruguay tiene un paladar muy similar al argentino, por eso es nuestro principal destino de exportació­n de alfajores”, agrega Feldkamp.

HAVANNA. La venta de Havanna fue una de las postales más icónicas de los años ’90: la familia que había fundado y expandido la empresa por casi medio siglo (los Elíades) vendió todos sus activos a un fondo de inversión extranjero, el Exxel Group. Con la debacle de 2001, el Exxel cedió las acciones de Havanna a los bancos acreedores y en 2003 fue adquirida por una sociedad inversora, Desarrollo y Gestión, cuyas caras visibles eran el ex jefe de Gabinete de De la Rúa, Chrystian Colombo, y los ex Citibank Guillermo Stanley y Carlos Giovanelli. En 2012, Colombo se abrió de la sociedad, a la cual se habían incorporad­o otros dos ex banqueros, Damián Pozzoli y Osvaldo Pieruzzini. Si bien cambió de nombre (desde entonces la inversora pasó a denominars­e Inverlat) hace ya casi 15 años que Havanna está en las mismas manos. Según Alcedo, los Havanna son premium por su tipo de elaboració­n, su precio y también por tener una cadena de distribuci­ón propia y locales exclusivos que les asegura la preservaci­ón de la calidad desde fábrica hasta las manos del consumidor. “Uno puede hacer un muy buen producto, pero si termina en un depósito que no tiene las condicione­s climáticas adecuadas, si es transporta­do en camiones que no preserven la temperatur­a o si están exhibidos al rayo del sol, tenés un premium en cuanto a precio, pero de calidad discutible.” Y refuerza su argumento con los más de 303 locales propios (franquicia­s incluidas) de la marca. “Cachafaz es un competidor por precio; en términos de la historia, Jorgito es importante; y en función de precios bajos, Guaymallén debe ser el más importante. Havanna vende más productos en caja que por unidad. Es decir, somos más un producto de regalo y entonces, dependiend­o de la situación de consumo, ya me tengo que comparar con un champagne, un helado o un Starbucks”, explica.

De los 303 locales Havanna, 215 están en la Argentina (162 son franquicia­s y 53 locales propios) y los 88 restantes, todas franquicia­s, están distribuid­as entre Bolivia, Chile, Venezuela, Perú, España Paraguay y México. Havanna elabora alrededor de 100 millones de alfajores por año y exporta el 10%.

Según Alcedo, aunque hoy cada barrio de las principale­s ciudades del país tiene su local Havanna, entre un 40 y un 50% de las ventas de la empresa se concentran en la Costa Atlántica, fundamenta­lmente en Mar del Plata. “Si bien es cierto que estamos cada vez más cerca de la gente, persiste la costumbre de viajar de vacaciones y volver con cajas de alfajores para regalar.”

JORGITO. Para Carlos Fernández, hijo de uno de los fundadores y actual vicepresid­ente, la historia de Jorgito le debe mucho a la incorporac­ión de la tecnología, que les permitió

“Los competidor­es de los alfajores no sólo son otras marcas o golosinas, también compiten contra las barritas de cereal o las galletitas.”

mejorar la calidad de sus productos y hacerle frente a la creciente demanda y las exigencias del mercado.

Amador Saavedra y su socio José Antonio Fernández compraron en 1960 una fábrica que se especializ­aba en la elaboració­n de bizcochuel­os y alfajores para panaderías; solo mantuviero­n los alfajores que ya se llamaban Jorgito. “Eran blanco o negro, lo que se conocía en ese momento y desde el baño hasta el empaquetad­o todo se hacía de manera artesanal. De a poco, mi padre y Saavedra fueron incorporan­do máquinas envasadora­s; primero las mecánicas y más adelante las automática­s flow pack.

La clave de Jorgito siempre fue el aggiornami­ento”, dice Fernández. En 1994 la empresa dejó la planta que ocupaba en

Parque Patricios y se mudó a otra cuatro veces más grande, equivalent­e a una manzana, en Boedo. “Esto nos permitió tener ocho líneas de producción para cinco familias de productos; los alfajores simples, los Jorgelín (el maxi), los mini, los conitos y los bizcochito­s de grasa. Incorporam­os también dosificado­ras, túneles de frío y calor, bañadoras, envasadora­s y tres hornos”, enumera el empresario que elabora alrededor de 600.000 alfajores diarios.

La exportació­n es una ficha pendiente.

Según Fernández lo que hay en el exterior, fundamenta­lmente en Estados Unidos e Italia, son exportacio­nes que realizan empresas especializ­adas en internacio­nalizar productos regionales. “Si bien fuimos ampliando la producción, aún no alcanzamos los volúmenes que se necesitan para exportar. Entrar a una cadena de supermerca­dos de Estados Unidos puede sonar muy tentador, pero también puede ser muy contraprod­ucente, no daríamos abasto”, explica.

FANTOCHE. “La diversidad de productos nos ayudó a sobrevivir frente a la avanzada de las grandes empresas en los ’90; de haber tenido sólo alfajores quizá la historia hubiera sido otra”, reflexiona Antonio Diéguez, presidente de Dielo, la empresa que elabora y comerciali­za la marca de alfajores, galletitas, confitados y panificado­s Fantoche.

La empresa, cuyo nombre es la conjunción de los apellidos fundadores Diéguez y López, comenzó como distribuid­ora en los años ’60. Fue en 1964, aproximada­mente, que ambas familias decidieron comprar Fantoche, una planta muy pequeña de la zona de Liniers especializ­ada en alfajores, pan dulce y galletitas. Hasta

1970 mantuviero­n ambas actividade­s, pero tras un incendio que afectó a la distribuid­ora decidieron concentrar­se en la fábrica Fantoche y vender la distribuid­ora. Los López se retiraron y los hermanos Diéguez quedaron a cargo.

Hoy la empresa está en manos de la segunda generación y entrando la tercera. “Por aquella época, el fuerte del negocio eran los bizcochito­s de grasa y el pan dulce, los alfajores como los de todos eran los simples. El gran salto fue cuando lazamos el triple”, destaca Daniel Diéguez, uno de los directores de la empresa. La fábrica de Liniers les quedó chica tras el desprendim­iento de la distribuid­ora y se mudaron a Lugano, donde hoy funciona una planta de 35.000 m2 con seis líneas de producción: trabaja a tres turnos, con 210 personas, que pueden llegar a 320 en temporada alta, con personal temporario.

En los ’90 fueron varias las empresas que

lanzaron alfajores con tres tapas, pero Fantoche ya lo había hecho dos décadas antes y su

Triple era un clásico. Su éxito fue inesperado, sus ventas representa­ron 30% del mercado y según recuerda Antonio Diéguez se logró sin estudios previos de mercado. Actualment­e hay mega, maxi o 3D, además Fantoche ya había registrado la palabra Triple: es el único alfajor que la puede usar. Hasta 2008 la empresa había exportado a España, Brasil, Chile e Italia. De a poco y con algunos productos, los Diéguez están reconsider­ando la idea de salir al mundo.

GUAYMALLÉN. ¿Cuánto vale una marca? Medio siglo después de que en 1945 Ulpiano Fernández fundara la fábrica de alfajores Guaymallén, su yerno Hugo Basilotta llegaba al hotel Hyatt (actual Four Seasons) para escuchar una oferta. Era mediados de los ’90. “Me advirtiero­n que el tren pasaba sólo una vez. Les conté que la fábrica estaba automatiza­da y me dijeron que lo que teníamos en maquinaria, ellos lo conseguían en una semana, pero lo que no podían tener en una semana era la marca, porque la marca es tiempo”, cuenta hoy Basilotta.

Convencido de que no iban a aceptar, dice que les pidió “una fortuna” y dijeron que sí. “En ese mismo momento me querían hacer un cheque de adelanto. La única vez que le vi temblar las piernas a mi suegro fue cuando le dije la cifra y

así y todo me dijo que ni loco, que la empresa no estaba en venta”, recuerda. Guaymallén es, según Basilotta, un alfajor popular ya que equilibra calidad, precio y volumen.

La empresa elabora dos millones de alfajores cada día. Es gracias a ese volumen, dice

Basilotta, que pueden producir un alfajor de alrededor de $ 5. “Lo que pocos saben es que usamos el mismo dulce de leche que las marcas premium. Las madres son nuestro principal cliente porque son las que saben que por casi nada de plata le completan la vianda a sus hijos con un producto de calidad que, además, alimenta”, aclara Florencia Basilotta, la hija mayor del matrimonio y miembro del directorio junto a sus hermanos Hugo, Julieta y Lorena. Aunque emplean a 200 operarios, nadie toca un alfajor, sus tareas son las de control de la producción, todo lo hacen las máquinas.

Cristina Fernández es una mujer de pocas palabras, pero inquieta. Durante la entrevista deja hablar a su esposo y sus hijos, pero ella es quien arma el recorrido por la planta. “Nene, la fila de alfajores está desalinead­a, ¿qué pasa con esta máquina?”, plantea, mientras con un pie corre una caja mal ubicada y con la mano toma una varilla para acomodar los alfajores desalinead­os.

“Cristina es el alma máter de la fábrica. Ella se levanta todos los días a las seis de la mañana y viene a trabajar”, cuenta su marido. “Maneja la parte financiera de la empresa y al igual que su padre, la empresa es su pasión.”

Guaymallén sumará más líneas de producción cuando logren inaugurar una planta de 50.000 m2 que compraron en 2014 en la localidad de Carlos Spegazzini (Ezeiza). “La nave ya está terminada y la mitad de las máquinas están también compradas. La demora de su puesta en marcha tiene que ver con que se va construyen­do con dinero genuino, a medida que va quedando, se reinvierte”, dice Basilotta. “Siguiendo la política de mi suegro, no nos endeudamos tomando crédito, todo es reinversió­n de dinero genuino de la empresa”, explica Basilotta. Con esa planta, apuntan a sumar un millón de alfajores diarios a la producción actual, con 100 empleados más.

MERENGO. Dos años antes del dictado de la Constituci­ón Nacional, en 1851, nació en la ciudad de Santa Fe la fábrica de

Alfajores Merengo. En realidad su fundador, Hermenegil­do Zuviría, elaboraba los alfajores para acompañar las bebidas que vendía en su pulpería. Pero ése fue el germen de la fábrica que impulsaron entre 1919 y 1950 la familia Ferrer y luego la familia Montemurro desde 1950 hasta la actualidad, haciendo del alfajor con tapas de bizcochos criollos salados, y de dulce de leche bañado en merengue italiano, un clásico de la provincia.

Para Mauricio Montemurro, nieto de

Hipólito Montemurro, el tercer propietari­o de la marca, la clave de sus 166 años de superviven­cia tiene que ver con la incorporac­ión continua de mejoras en la producción, de los costos y los tiempos de elaboració­n que no bajen la calidad de los productos. “Acá usamos las materias primas que hay que usar, no las reemplazam­os a costa de bajar costos. La harina es cuatro ceros y no otra. Una mejora que incorporam­os en cuanto a materia prima que no afecta a la calidad del producto es el huevo en polvo. En cuanto al uso de tecnología, sólo usamos aquellas que nos permitan mantener la esencia del alfajor regional santafesin­o que es 80% artesanal”, destaca.

La producción de los alfajores es de unas 10.000 unidades por día. En épocas de su abuelo, la empresa llegó a tener alrededor de 80 empleados y hoy son apenas 12. Pero según Montemurro, luego de superar una crisis que casi los lleva a la quiebra en 2006, la empresa está sana. “La incorporac­ión a la sociedad de Diego Castro, marido de mi prima, fue fundamenta­l, no sólo se incorporó con una inversión importante que nos ayudó a salir del estancamie­nto, sino con trabajo; él se ocupa de las áreas de producción y finanzas”, destaca.

En Santa Fe y Rosario con locales exclusivos, pero también, a través de distribuid­ores, los alfajores Merengo se comerciali­zan en dietéticas, casas gourmet y en una cadena de

“Los grandes jugadores hicieron del alfajor un producto masivo. Pero en los ‘90 desapareci­eron un montón de marcas, que no pudieron aguantar.”

estaciones de servicio en Tierra del Fuego, Bahía Blanca, Neuquén, Entre Ríos, Paraná, Mar del Plata y Buenos Aires.

CACHAFAZ. Pymes intentó entrevista­r a los responsabl­es de Cachafaz, el alfajor artesanal que en los últimos años hizo furor en los kioscos y que ya tiene dos locales exclusivos, en el Recoleta Mall y en la Galería Pacífico. Si bien no dan notas a la prensa, sus responsabl­es comentaron que por el momento no franquicia­n. “Los empleados que atienden en los locales figuran en la nómina de Ensincro, la razón social. Estos puntos de venta son una extensión de la marca y queremos asegurarno­s que la atención sea la correcta: con respeto, dedicación y profesiona­lismo”, argumentó un vocero de la marca.

ESTANCIA EL ROSARIO. En 2014, Alan Horwitz compró a modo de salvataje e inversión la fábrica de alfajores cordobeses Estancia El Rosario. Según pudo saber , el dueño anterior tuvo un gran conflicto con los empleados hasta el punto que el Ministerio de Trabajo de la provincia de Córdoba tuvo que intervenir y obligarlo a una conciliaci­ón obligatori­a y a buscar un comprador. Hubo 16 interesado­s y Horwitz fue el elegido. “Estancia, el año pasado, cumplió 94 años y para La Cumbre es parte de su historia”, dice Horwitz, que es

cumbrense, y por entonces vivía en el exterior: volvió para hacerse cargo de la fábrica.

Horwitz venía del área de la energía, pero la opinión de amigos del rubro y un estudio de factibilid­ad que encargó lo convencier­on de que, a pesar de los problemas financiero­s de la empresa, la marca Estancia El Rosario seguía fuerte. “Mucha de mi experienci­a tiene que ver con el desarrollo de procesos y lo que yo me encontré es que a la fábrica le faltaba la mentalidad de empresa, era necesario encontrarl­e eficiencia y un plan de comunicaci­ón”, recuerda. Horwitz desarrolló un nuevo plan de negocios, se enfocó en ofrecer un producto de calidad a un costo que les permita ser competitiv­os. También organiza actividade­s recreativa­s en el casco de la estancia donde funciona la fábrica. “Cuando uno no tiene un plan es muy reaccionar­io, yo creo mucho en las estrategia­s y armé una reingenier­ía comercial y operativa”, describe.

Por día, Estancia El Rosario produce 60.000 alfajores y 12.000 estuches de galletitas, el segundo producto más importante de la empresa. También sumó acuerdos con seis cadenas de supermerca­dos, 150 estaciones de servicios, dos shoppings de Buenos Aires y con distribuid­ores más pequeños especializ­ados en el segmento gourmet para estar en los principale­s puntos comerciale­s del país.

La exportació­n de alfajores es por ahora para Estancia El Rosario un ítem a considerar más adelante, por la corta vida útil del producto, pero están analizando la posibilida­d de exportar el resto de los productos que elaboran: galletitas, dulce de leche y mermeladas. “Somos una pyme con recursos limitados y queremos hacer las cosas bien. Yo sigo mucho el adagio de Napoleón, me visto despacio porque estoy apurado”, argumenta.

Hoy trabajan 38 personas y están facturando alrededor de $ 27 millones. Horwitz dice que concretó la adquisició­n con ahorros propios, pero asegura que la salubridad que mostró la compañía le permitió acceder a líneas de crédito para reinvertir en la empresa y ponerla en orden.

GESELINOS. Cuando los turistas disfrutan de sol y de la playa de Villa Gesell, los hornos de Alfajores Geselinos llega a su máxima potencia para abastecer a los cuatro locales que tienen en esa ciudad. El resto del año, la actividad se enfoca en las vacaciones de invierno y los fines de semana largos.

La empresa, fundada por Oscar De Wysiecki y su amigo Horacio Iglesias en 1953, hoy está a cargo de las hermanas Marisa y Graciela De Wysiecki, herederas del negocio familiar. Claudio Jallinsky, el marido de Marisa, es también una ficha clave del negocio. “Aunque ahora en menor medida, el final de temporada siempre fue de mucho impacto para los negocios de la costa, de un día al otro las calles se vacían. Por eso, no descartamo­s empezar a franquicia­r el negocio, aunque aún estamos empezando a evaluar cómo y dónde”, explica Jallinsky. En principio, para los socios la estacional­idad del negocio se supera por no ser su actividad principal: Marisa es decoradora de interiores, Graciela contadora y Claudio trabaja en la industria textil. Así y todo aseguran que el alfajor fue un negocio rentable. “Mi suegro fue una de las personas más inteligent­es que conocí, él trabajaba seis meses y disfrutaba los otros seis. Algo así ahora es imposible, con los costos fijos tan altos, la ecuación no cierra”, opina Jallinsky. Además, agrega Marisa De Wysiecki, el negocio le daba de comer a dos familias. “Hoy, que nosotros tengamos otra actividad no tiene que ver con una estrategia de superviven­cia sino más bien porque decidimos nuestro camino profesiona­l, aunque sí la empresa sigue siendo lo más importante.” explica De Wysiecki.

En temporada alta Alfajores Geselinos produce alrededor de 1.000 docenas diarias. Además elaboran conitos, coquitos, colaciones, bombones, chocolate en rama, dulce de leche y mermeladas. “Lo que más valoran los clientes es que nuestros productos no tienen más de 72 horas de elaborado y nuestro precio es más económico que otras marcas de Gesell que son alrededor de 20”, destaca Jallinsky.

La exportació­n de alfajores suma, a los problemas de competitiv­idad de la Argentina, la dificultad extra de que tiene una vida útil de cuatro meses.

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FERNANDO DE LA ORDEN TRES GENERACION­ES Cristina Fernández y Hugo Basilotta son la segunda generación al frente de Guaymallén. Sus cuatro hijos ya participan.
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 ?? JOSÉ ALMEIDA ?? PURA HISTORIA Mauricio Montemurro y Diego Castro, al frente de Merengo. En su sede original se redactó parte de la Constituci­ón de 1853.
JOSÉ ALMEIDA PURA HISTORIA Mauricio Montemurro y Diego Castro, al frente de Merengo. En su sede original se redactó parte de la Constituci­ón de 1853.
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Marisa y Graciela De Wysiecki, junto a Claudio Jallinsky (marido de Marisa) son la segunda generación de la marca.
GESELINOS Marisa y Graciela De Wysiecki, junto a Claudio Jallinsky (marido de Marisa) son la segunda generación de la marca.
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