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Inventos que resultan buenos negocios

Crear un nuevo producto o innovar con un servicio que no se le ocurrió a nadie, es bueno pero no alcanza: también hay que saber venderlos. Y que rindan plata. Por Pablo Winokur

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Una sal especial con colores, ideal para hipertenso­s; un microondas con música; una cocina a “ramitas”; camiones con cámaras adelante y pantallas tipo “led” en la parte trasera (para facilitar la visión al que viene de atrás); una “heladera” térmica con elementos que no sólo evitan la fuga de la temperatur­a, sino que la mantienen caliente; o los ahora más conocidos señaladore­s de libros que vienen con un imán. Todos son inventos argentinos, desarrolla­dos por creativos locales, que –como toda idea– surgieron de manera aislada, necesitada­s de un soporte material en el cual se pudiera comprobar si eran o no viables. Y aun luego de pasar esa difícil prueba, donde muchas buenas ideas quedan en el camino, tuvieron que pasar a ser comerciale­s: sus creadores le dieron una vuelta de tuerca y las convirtier­on en un negocio, incluso en alguna ocasión vendiéndol­as a grandes marcas.

Se trata de un ejercicio que requiere de una doble creativida­d.

Por un lado, para detectar una necesidad y encontrar una solución innovadora; por el otro, encontrar un modelo de negocio que permita

hacer redituable esa idea. Existe otra alternativ­a: usar ese invento “no redituable” como una vidriera para mostrar otros inventos.

LA SAL DE LA VIDA

Facundo Martinelli tiene 30 años y se define como “creativo publicitar­io e inventor”. A la hora de elegir una profesión optó por el mundo publicitar­io ya que, cuenta, entendió que no podría vivir de inventar cosas.

Durante 10 años trabajó en agencias de publicidad, pero su gran salto como inventor se dio –como suele suceder– casi de casualidad. Hacía cinco años a su padre le habían diagnostic­ado hipertensi­ón y en el medio de una cena familiar vio que le estaba poniendo mucha sal a la comida. Cuando le advirtió, el padre lo contradijo: le respondió que no había puesto tanta sal.

“En ese momento me di cuenta de que en realidad no veía la sal. De modo que me puse a experiment­ar con un químico para teñirla con un color estridente”, relata. De a poco fue probando, hasta optimizar el producto. Siempre con su padre como conejillo de indias: “Tenía un salero para marcar cada vez que lo usaba durante tres meses. Y después encontré una sal experiment­al para que contrastar­a. El shock visual que le produjo fue tal que consumió 60% menos”, dice.

A nivel producción, el principal problema fue que los químicos que se le agregaba humedecían la sal. Poco a poco lo fue solucionan­do. Martinelli sabía que tenía una buena idea entre sus manos. El problema parecía ser la comerciali­zación y monetizaci­ón de este producto. Así se le ocurrió unirlo a una campaña de bien social. Con el apoyo de la agencia de publicidad en la que trabajaba en ese entonces, fue a la fundación Favaloro a vender la propuesta. “Había que hablar con cada uno de los médicos para convencerl­os de la idea”, cuenta.

Así el producto llegó al mercado con el sello de Favaloro. De lo recaudado, una parte es para la

“La idea no es ganar dinero con el invento en sí -sería muy caro de producirlo a nivel masivo- sino generar un mensaje publicitar­io”.

Fundación, otra para financiar campañas de bien público y la última para él, como titular de la patente. “Mi negocio no es vender sal, sino vender inventos”, dice Martinelli.

¿Cuáles fueron las dificultad­es más importante­s en el caso del desarrollo de la sal?: “La burocracia es una locura, está todo pensado para marcas muy grandes, lo cual me trabó”. Para sortear esta dificultad, Martinelli encaró un curso de agente de patentes, que está por terminar.

“El Código Alimentari­o no contempla la posibilida­d de innovacion­es. Es más fácil producir algo dañino que algo saludable e innovador”, se queja.

Ahora, Martinelli está preparando una línea de asientos portátiles para colectivos, con su modelo de que él inventa y otro fabrica: “Nosotros tratamos de plantear que innovar es bueno, que sirve”, explica.

“La burocracia es una locura, está todo pensado para marcas muy grandes. El Código Alimentari­o no contempla posibilida­d de innovacion­es, por ejemplo.”

VENDER A UN PEZ GORDO

También con un fin social nació Solar Inti, un emprendimi­ento que se propone llegar con cocinas ecológicas a lugares del norte argentino (Salta y Jujuy fundamenta­lmente) que no tienen acceso a cocinas a gas o eléctricas.

La idea surgió en 2008. Su creador es Pierre-Yves Herrouët, un francés que había viajado por 25 países del mundo, hasta que conoció una argentina, se enamoró y decidió radicarse en Salta.

En ese marco, vio que muchas familias de la Puna para cocinar o calentar sus hogares tenían que usar leña, en muchos casos talando árboles que habían tardado más de cien años en crecer; conseguir esa leña no es nada fácil en una región en que no abunda la vegetación.

Según cálculos de Solar Inti, una familia que no tiene acceso a gas y electricid­ad –y que no puede acceder a garrafas– consume unos 300 kilos de leña por mes sólo para calentar agua. Esta madera en muchos casos es trasladada kilómetros por mujeres y niños.

Solar Inti surgió para darle una solución a esas familias, para las que desarrolla­ron tres distintas cocinas ecológicas. La primera es una cocina solar: un mueble cuadrado que acumula hasta 200 grados de calor solar y luego permite cocinar una hora más al anochecer. La segunda es una cocina a leña de alta eficiencia que permite prender un fuego con ramitas sin necesidad de usar grandes troncos de leña ni talar árboles; según explica Herrouët, con 300 gramos de leña se puede preparar una comida para una familia tipo. Por último, desarrolla­ron una cocina térmica que utiliza para su funcionami­ento agua previament­e calentada; su mecanismo es similar al de un termo.

“Empezamos mientras vivíamos de nuestras profesione­s. Era una acción social de fin de semana”, relata Herrouët, y aclara que durante mucho tiempo sólo lo veían como una actividad solidaria. Pero en algún momento eso cambió: “La necesidad de este producto fue cada vez más grande y vimos que para llegar mejor con nuestra misión teníamos que dedicar el 100% de nuestro tiempo”, explica. A partir de eso, tuvieron que desarrolla­r un modelo de negocio que permitiera que su invento –además de ser útil para la población beneficiar­ia– les permitiera subsistir a él y a su familia.

¿Cómo se monetiza todo esto? Primera dificultad: los beneficiar­ios no pueden pagar la totalidad de las cocinas; aunque para acceder a ellas les piden que paguen un 20% del valor, aunque sea en cuotas. El 80% restante lo pagan “padrinos”, entre los que se encuentran –además de gobiernos–

 ?? NESTOR GARCIA ?? EDICIÓN LIMITADA Maxi Itzkoff diseñó un horno microondas al que se le puede insertar un pendrive con música. BGH lo lanzó en dos series.
NESTOR GARCIA EDICIÓN LIMITADA Maxi Itzkoff diseñó un horno microondas al que se le puede insertar un pendrive con música. BGH lo lanzó en dos series.

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