Pymes

Mujeres al frente

Clara Ibarguren y otras historias de ejecutivas, empresaria­s y líderes sociales.

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“Con Enrique vivíamos en Don Torcuato; yo cortaba en una mesa de ping pong y mi marido trabajaba para Vía Vai. Dejó ese negocio y comenzó a trabajar conmigo.”

Clara Ibarguren comenzó a diseñar de manera autodidact­a, cuando terminó el colegio secundario. En 30 segundos, resume 15 años de su carrera. “Quinto año. Tenía 18; eso fue hace más de 40 años. ¡Qué horror! Yo estaba con una amiga, y dijimos: ‘Vamos a hacer remeras’. Fuimos a un taller, las armamos, las diseñamos, les hicimos estampas, nos fue bien y a los cuatro o cinco años nos juntamos y creamos una marca, que se llamaba Ropa Natural, e hicimos remeras, joggings, todo de algodón pintado con aerógrafos. Ahí conocí a mi marido cuando justo terminé mi sociedad, yo le vendía a él y un día me dijo: ‘¿Por qué no hacés una marca con tu nombre?’.”

Ya es 1989. Ella y su marido, Enrique Moguilevsk­y, encaran desde la mesa de ping pong de un galpón de Don Torcuato, una marca que, tres décadas más tarde, tiene 70 empleados, franquicia­s y presencia en casi todos los shopping centers. Vende unas 300.000 prendas por año, en su mayor parte de confección propia. Durante una entrevista con Pymes, Ibarguren dice que, con su marido, “estamos más para disfrutar de lo que ya tenemos, en vez de seguir haciendo”. Pero enseguida se ríe, porque en realidad no es así: acaban de inaugurar una nueva fábrica, ya que –dice– la anterior no alcanzaba para abastecer a todos sus locales.

Tu marido comenzó siendo tu cliente.

Sí, sería a mediados de la década de 1980. De hecho, en 1988 nos casamos.

Y la marca surgió antes del casamiento...

Sí, antes. No tan intenso como marca, mandé a hacer la etiqueta, hacía unas poquitas cosas. Nosotros vivíamos en Don Torcuato, cortaba en la mesa de ping pong y mi marido trabajaba para Vía Vai, la marca que fundaron Alan Faena y Paula Cahen D’Anvers. Dejó su negocio y comenzó a trabajar conmigo.

¿En Vía Vai era socio?

No. Era la mano derecha de Alan. Yo empecé a trabajar, hacía una mini colección y cuando él decidió dejar Vía Vai nos pusimos juntos.

En esa época surgía una nueva camada de diseñadore­s.

Sí, pero yo no estudié diseño. Estudié dibujo, porque hace cuarenta años no existía la carrera. Me nutría de viajes, de lecturas, de películas. ¿Seguías a algún diseñador?

En ese entonces me gustaba mucho Catherine Walter, una londinense. Yo viajaba y veía todo. Un poco es como ahora, vas a comer afuera y mirás cómo se viste la gente. La inspiració­n no es cerrar los ojos e imaginar una cosa rarísima con alas, la inspiració­n es la calle, la ilusión, ver cómo te parece que te quedaría canchero vestirte. Me parece que tiene mucho que ver con el sentido de la intuición. Creo que la moda no existe. Es lo que te queda bien. Por supuesto, existen tendencias de lo que te queda bien, prendas más holgadas o más justas, esas cuestiones. Pero la moda es lo que te queda bien: de repente, cosas que no se usan más te quedan bárbaras. Si te queda bien y es afín a tu personalid­ad, ¡ponételo!

Además, la moda se recicla.

Sí, por eso el auge de los negocios vintage. Yo voy a los vintage y me encanta porque encontrás joyas. Claramente, tiene que ver con el cuerpo, con lo que te queda bien. La moda es jugar, hoy quiero vestirme de femme fatale, o vestirme como para ir a la reunión de padres.

¿Cómo armaron el negocio con tu marido? Siempre lo tuvimos muy dividido. Yo armaba el marketing y él las ventas. Al principio no teníamos un lugar fijo, estábamos en Don Torcuato. Cuando nos empezamos a instalar, él era como el director y yo me encargaba de diseño y producción. Ahora estoy también en

“La moda en sí no existe, es lo que te queda bien. Existen las tendencias, si algo se usa más grande o más ajustado. Pero la moda es lo que te queda bien.”

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