Emprender en la Patagonia.
En la Patagonia no sólo enfrentan el riesgo de sus propias actividades y la falta de financiamiento, sino las distancias y los mercados de consumo reducidos. Aun así, surgen las iniciativas.
reconocida por su capacidad de adaptarse y sobrevivir en un ambiente hostil, la zorra es una especie que prolifera en la estepa patagónica. Pero su astucia bien puede ser, además, una metáfora del emprendedor de la región, que trata de exprimir al máximo los menguados recursos que su medio le ofrece, para desarrollar aquel proyecto que lo apasiona.
Por esa razón es que Diego Moreno no erró al bautizar con el nombre de Zorra a la cerveza artesanal que fabrica y comercializa desde 2013, en El Calafate, Santa Cruz. Con experiencia previa de casi una década como distribuidor de bebidas, fantaseó por mucho tiempo con la iniciativa, que terminó concretando antes de lo que imaginaba.
“La logística de las grandes compañías cerveceras consiste en que los barriles viajan por tierra hasta el punto de venta y, luego de su consumo, deben retornar vacíos, en un recorrido de casi 6.000 kilómetros. Sin considerar los costos de esta operatoria, los tiempos nunca cierran y el quiebre de producto es inevitable”, explica. “Durante un par de temporadas, la llegada de una cerveza industrial en barril desde Punta Arenas, Chile, resolvió ese inconveniente para El Calafate. Pero en 2012 se cerró la importación y se terminaron las excusas: había que
iniciar la aventura de hacer nuestra cerveza”, subraya.
El emprendimiento ya genera diez puestos de trabajo, y produce 25.000 litros mensuales de cerveza artesanal, que comercializa a restaurantes, bares y hoteles, a un promedio de $ 22 el litro, además de dos brewpubs propios en El Calafate y Río Gallegos. En el corto plazo, Moreno apunta a llegar a los 40.000 litros cada 30 días, a partir de la incorporación de seis nuevos fermentadores.
El montaje de la fábrica requirió de ingenio para superar la carencia de medios y recursos. “En materia de infraestructura de conectividad enfrentamos costos que quintuplican los de colegas ubicados en la región central del país”, confirma. En parte, esas carencias fueron compensadas por el acceso a financiamiento de los ministerios de Ciencia y Tecnología y de la Producción, y a herramientas de capacitación del INTI y el Conicet.
“Además, la empatía y el sentido de pertenencia que generamos es un fenómeno que no deja de sorprendernos y nos ayuda a superar muchas de las dificultades diarias. Desde el tornero del pueblo hasta el recolector de residuos, todos tienen la camiseta puesta y entienden al proyecto como una expresión de El Calafate”, asegura.
Con 25 estilos diferentes de cerveza, el rasgo que distingue a la bebida es un elemento fundamental: el agua de origen glaciar. “Una curiosidad que nos sorprendió gratamente fue una propuesta en firme para vender a Chile y a Estados Unidos. Hoy, la exportación se encuentra fuera de nuestros volúmenes productivos. Pero nos alienta a seguir soñando”, dice Moreno.
IMPACTO MÍNIMO
Marcelo Battilana es un profesional de las finanzas con 20 años de experiencia que cofundó el Hotel Océano Patagonia, ubicado en Puerto Pirámides, Chubut, junto con la canadiense Sharilyn Amy. “En 2005 compré un lote en primera línea al mar, el último disponible con esa ubicación privilegiada. Península Valdés había sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999 y vimos que existía
un segmento desatendido, el del huésped de lujo que a la vez valora el uso racional de los recursos naturales”, cuenta. “A partir de 2014, comenzamos a trabajar con un edificio bioclimáticamente eficiente desde cero. Fue clave la planificación de las compras y también del stock de seguridad, para evitar los fletes innecesarios o paralizar la obra, porque si necesitábamos clavos, por ejemplo, había que hacer 200 kilómetros ida y vuelta para conseguirlos”, ejemplifica. Dice que tuvieron trabas “de todo tipo” en la municipalidad, pero que a nivel provincial consiguieron el acompañamiento del Ministerio de Turismo. “Lamentablemente, no conseguimos financiamiento bancario, así que lo construimos enteramente con fondos propios. Con el equipamiento que se instaló, costó un 30% más caro que un edificio tradicional”, agrega.
Ello incluyó un sistema de geotermia, con dos bombas de calor y ocho sondas enterradas a 50 metros de profundidad, que provee de agua caliente sanitaria, calefacción por losa radiante y ventiloconvección. También involucró un sistema de reutilización de aguas “grises”, para reducir su consumo en un 50%. Y sumó un proyecto lumínico con tecnología LED y control de gestión para ahorrar energía.
El mobiliario es de madera reutilizada y se eligieron proveedores de la provincia, en la medida de lo posible. Ahora prevén instalar paneles fotovoltaicos y baterías de respaldo para reducir aún más su impacto sobre el sistema energético.
Esta inversión adicional, justamente, le permitió al proyecto diferenciarse de otras propuestas, hasta el punto de obtener, el año pasado, el segundo puesto del concurso “Hoteles Más Verdes” de la Federación Empresaria Hotelera Gastronómica. Y de ser distinguido por el Ministerio de Producción provincial como el proyecto más innovador en la categoría “Eco Hotel”, además de conseguir un
lugar de la categoría Platino del programa Ecolíderes de TripAdvisor.
“Tenemos huéspedes de Europa, Asia, América del Norte y Australia. Pero el 50% son principalmente argentinos y chilenos”, cuenta Battilana. En el hotel trabajan cinco personas, cuenta con unidades provistas de cocina integrada, que les permiten a las familias o parejas alojadas comer mirando el mar desde su habitación o balcón.
BARRERAS DE ENTRADA
Pero los verdaderos emprendedores suelen hacer de la necesidad virtud. En consecuencia, la complejidad sintetizada en largas distancias y mercados reducidos también representa una oportunidad para quien pueda advertirla, asumir el riesgo y quedarse con un nicho sin prácticamente ningún competidor a la vista.
Ésa es la experiencia de Mauro Ziehlke, fundador de Zima Ingeniería, dedicada desde 2013 al mantenimiento de equipamiento médico, y Zima Tech, una escuela de programación y robótica creada el año pasado, ambas en Río Gallegos, provincia de Santa Cruz. “En 2000 me fui a Córdoba a estudiar ingeniería electrónica. Allí trabajé durante varios años hasta que sentí que debía volver a mis pagos. En ese momento, me desempeñaba en la empresa de respiradores y máquinas de anestesia Leistung. Como no había en el sur quien venda sus productos o los repare, y lo mismo pasaba con varias marcas que tenían sus fábricas en Córdoba, me traje la representación y luego fui sumando otros equipos”, señala.
“La logística resultó una contra y una ventaja. Al no haber fábricas de tecnología, no se consiguen insumos o repuestos y hay que pedir todo a Buenos Aires, lo que genera grandes demoras e inconvenientes. Si se quiere brindar un servicio de calidad, no es posible tener un equipo parado durante muchos días. Eso implica contar con un stock de repuestos y un buen capital inmovilizado. Pero, sobre todo
“En Bahía Blanca hay profesionales que brindan innovación, capacidad de desarrollo, promoción y gestión administrativa a costos competitivos”.
en equipos médicos, ante la urgencia, no tengo competencia”, destaca.
Zima Tech, por su parte, está dedicada a la capacitación. “Observé que muchos jóvenes tenían como meta terminar el secundario para ingresar como empleados al Estado y pensé en ofrecer cursos de robótica y programación de apps para celulares. Debido a la gran demanda, se fue consolidando la idea de una escuela de robótica”, agrega Ziehlke. Cuenta que lleva brindados más de 20 talleres para cerca de 200 alumnos, con el apoyo de la Municipalidad de Río Gallegos, la UTN y la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, junto con escuelas en varias localidades de la provincia, que le prestaron sus aulas para concretar la iniciativa. “En paralelo, trabajamos en los barrios más humildes de Río Gallegos, dando cursos gratuitos y tratando de llevar la idea de que la robótica, los videojuegos o las apps no son inalcanzables, sino que, con una PC o una tablet, permiten encontrar una salida laboral distinta”, añade.
Zima Tech, le reportó 300.000 de los $ 400.000 que facturó el año pasado. “Este año vamos a sumar nuevos cursos, siempre de diseño propio, por ejemplo de drones, además de profesores y viajes a distintas localidades del interior de la provincia. También queremos aumentar el rango etario de los alumnos”,
aventura. Mientras tanto, con Zima Ingeniería confiesa que vive un impasse: “La idea es sostener los clientes con los que ya trabajamos, pero sin crecer”.
SINERGIA
Lo positivo de gestionar un negocio complejo y dificultoso, por otra parte, es que resulta bastante difícil de imitar. Así lo destaca como ventaja Adrián Bustingorry, socio de Andacollo junto a los hermanos José Luis y Nicolás Álvarez, en Zapala, Neuquén. Allí produce arcilla de bentonita, utilizada para las necesidades de los gatos hogareños. Desde su oficina de ventas en Lomas de Zamora, en el conurbano bonaerense, en tanto, ofrece el material bajo el paraguas de su marca Stonecat en presentaciones de 2, 4 y 6 kilos.
“La diferencia es la aglomeración del producto, que permite encapsular el amoniaco, y el rendimiento entre tres y cuatro veces mayor al de cualquier otra cama sanitaria. Andacollo es competitiva hoy en día, por tener una estructura acorde con su tamaño, y tratar de dirigir sus productos a mercados de valor agregado, y no a los de volumen y bajo precio”, sostiene Bustingorry.
Andacollo facturó algo más de $ 5 millones en 2017 y parte del negocio, según Bustingorry, es la conexión Patagonia-Buenos Aires en sí. “El secreto es que mis socios son locales en Zapala y yo en Buenos Aires”, asegura. Con diez empleados, la firma prevé lanzar una marca premium, MonkCat, e incluso tiene en sus planes de mediano plazo expandir el negocio a los segmentos de la alimentación, el cuidado personal, el tratamiento de la basura y la construcción.
“En Río Gallegos muchos jóvenes tienen como meta ser empleados del Estado. Pensé en ofrecerles cursos de robótica y programación de apps para celulares”.
Las puertas de la Patagonia son un sitio como cualquier otro para detectar una oportunidad de negocio. Es el caso de Los Baskos, creado en Coronel Dorrego (Buenos Aires) por los hermanos Martín y José Javier Errazquin, que desarrollaron un sistema para silobolsas con roturas, que separa automáticamente el cereal podrido que está en buenas condiciones del que está echado a perder.
El producto es un doble rodillo, bautizado DMC 373, usado como accesorio en extractoras de cereal hidropropulsadas. “Desde hace siete años soy prestador de servicios de extracción de cereal. Estar en este lugar y con esa actividad fue lo que me llevó a detectar el problema, que es muy común después de determinado tiempo de realizado el bolsón, y a generar este proyecto”, indica Martín.
“Nuestros usuarios son productores agropecuarios, acopiadores, cooperativas y prestadores de servicios de extracción, además de fábricas de maquinaria interesadas en nuestro sistema como herramienta competitiva. De hecho, realiza la tarea con menor esfuerzo de personal y maquinaria, mayor rendimiento y una baja considerable de las roturas. La separación del material es más eficiente, disminuyendo el desperdicio de cereal. Y se reducen los rechazos de mercadería en puerto, ahorrando gastos de acondicionamiento al productor e inconvenientes al transportista”, asegura.
Financiado con un subsidio del programa BahíaEmprende, que también le ofreció asesoramiento y contactos para llevar el proyecto adelante, muy pronto lograron su punto de equilibrio.
Martín cuenta que ya vendieron 11 equipos y prevén superar las 50 unidades en el transcurso de 2018.