Conversaciones difíciles
Esos temas que siempre se evitan para no abordar asuntos espinosos pueden pasar en cualquier familia. Pero en la empresa familiar se trata de una situación que hay que abordar y gestionar con cuidado.
Cuentan que una vez la Peste llegó a las puertas de una ciudad. El centinela allí apostado quiso impedirle el paso pero, como la Peste lo amenazó, aceptó no oponer resistencia con la condición de que le adelantara la cifra exacta de víctimas que se iba a llevar y prometiera no afectar a ningún ciudadano más. Así lo hizo la Peste y permaneció seis meses en la ciudad. Al cabo de ese tiempo, cuando se retiraba, el centinela le reprochó amargamente haber roto la promesa y duplicado el número de víctimas. La Peste contestó: “No me culpes a mí, yo cumplí mi promesa perfectamente. Por el exceso de víctimas, debés pedirle cuentas al miedo”.
Muchas veces, el temor agrava o es responsable de algunos de nuestros infortunios. Y pocas cosas tememos más que un conflicto que pudiera atentar contra la armonía y la estabilidad emocional de nuestra familia. ¡Cuánto más si –al mismo tiempo– pudiera afectar también la fuente de recursos de la que dependemos para subsistir y realizar nuestros anhelos! Eso es exactamente lo que pasa en los negocios familiares. Y es debido a eso que las conversaciones difíciles suelen evitarse infinitamente, esperando que algún milagro resuelva los problemas.
Pero ese milagro rara vez sucede. En su lugar, los problemas suelen profundizarse hasta límites en que se vuelven una grave amenaza a la subsistencia de la empresa y a la estabilidad de la familia. Eso produce mucha angustia. De la angustia al enojo extremo y a la pelea ofensiva, hay muy poco trecho.
En la escuela nos enseñan cantidad de cosas, pero no cómo abordar y resolver conflictos –como si eso sólo dependiera de alguna habilidad genética o espontánea–. No tenemos una guía para evitar los errores más comunes, como no preparar la conversación de antemano de modo de evitar sus derivaciones menos favorables.
Aquí van unos pocos consejos, extraídos de una lista mucho más extensa, para que los consideres al momento de tu preparación:
Desplegar el escenario más temido: imaginar la situación menos deseada y decidir qué estarías dispuesto a hacer si se produjera. Una vez asumida esa decisión, por más difícil que sea, algo se reordenará dentro tuyo promoviéndote confianza. Desde allí, todo lo demás que pudiera suceder será ganancia.
Abordar la conversación en tercera persona. Por ejemplo: “Si alguien nos observara desde afuera podría decir que estamos aquí porque tenemos problemas que resolver, pero también porque apostamos a que podremos hacerlo”. De otra manera, esto no tendría sentido. Tal vez sería bueno contarnos cómo nos sentimos al respecto y recién después ver cuáles son los motivos.
Usar la conversación de sentimientos. Por ejemplo: “Cuando ingresaste a tu yerno en una posición operativa sin consultarme, yo sentí que actuabas como si la empresa fuera sólo tuya y eso me enojó. No estoy diciendo que mi enojo sea justificado. Sólo digo que no pude evitar sentirlo. Y no es la primera vez que me pasa frente a situaciones similares”.
Si, a pesar de todo no hay espacio para el diálogo productivo, es posible triangular la conversación: conseguir una persona ajena a la situación, confiable para ambos y, si fuera posible, con las habilidades técnicas requeridas, que pueda ayudarlos a mantener la conversación en estado de diálogo significativo, de modo que les permita expresar sus desacuerdos, dirigiéndose a la persona pertinente con respeto, con cuidado y con firmeza, pero sin violencia.
“No tenemos una
guía para evitar los errores más comunes, como no preparar la conversación de antemano, de modo de estar a salvo de sus derivaciones menos favorables.”
La clave. Desplegar el escenario más temido: imaginar la situación menos deseada y decidir qué estarías dispuesto a hacer si se produjera. De allí en más, todo lo que pudiera suceder será ganancia.