Satélites y órbitas
LAS NUEVAS GENERACIONES DE SATÉLITES SON CONSTELACIONES MÁS NUMEROSAS Y PEQUEÑAS.
La mayoría de los satélites de comunicaciones son geoestacionarios: están en una órbita circular, a la altura del Ecuador, y se mueven casi a la misma velocidad de rotación de la Tierra. Por lo tanto, para un observador terrestre, siempre estarán en el mismo punto en el cielo. La ventaja de esto es que no es necesario que los receptores rastreen la señal: pueden estar fijos y son de menor precio que los rastreadores. En general, estos receptores son pequeñas antenas parabólicas apuntadas hacia el lugar en el cielo adonde el satélite “flota”. Estas antenas parabólicas se pueden colocar permanentemente en un lugar y son de bajo precio en comparación con las antenas de rastreo. Un satélite geoestacionario cubre 40% de la superficie de la Tierra: tres satélites separados 120º ofrecen cobertura total del planeta, salvo pequeñas áreas en los polos Norte y Sur.
Pueden brindar muchos servicios, tales como radio, TV y meteorología, además de Internet. Pero orbitan a 35.900 km de la Tierra en la llamada órbita geoestacionaria o GEO.
Esa enorme distancia genera un retraso en la propagación de la señal (latencia) y una atenuación en su intensidad, que requiere transmisores y antenas muy potentes.
Para paliar estas consecuencias, surgieron los satélites de órbita baja o LEO (Low Earth Orbit) ubicados a cientos de kilómetros sobre la Tierra y con mucho menor retraso. Pero al ser más pequeños y estar más cerca, se necesitan constelaciones de muchos satélites para brindar servicios eficientes, con una gran inversión. No obstante, las constelaciones de satélites tienen ventajas: requieren menos potencia de transmisión y son más confiables. Resultan más complejas de operar que un satélite geoestacionario. Como analogía, vale imaginarlas como un sistema de torres de telefonía celular, en donde la señal va pasando de una a otra. Con la complejidad de que, en el caso de las constelaciones, esas “torres” se mueven.