Pymes

Metatrabaj­o: todos conducen

Este concepto consiste en organizar la energía creativa de las personas. Destinan una hora por semana de sus actividade­s para reflexiona­r cómo y para qué las hacen.

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En su libro El trabajo de las naciones, Robert Reich –ex ministro de trabajo de Clinton– afirmaba que, de la mano de la tecnología, todos los trabajador­es del mundo se agruparían cada vez más en tres y sólo tres categorías: (1) los Servicios Repetitivo­s de Producción (SRP) que se ocupan de ejecutar procesos previstos en manuales de procedimie­nto; (2) los Servicios en Persona (SEP) que cubren actividade­s que nos facilitan la vida, como lo hacen un taxista o un peluquero; y, por último (3) los Servicios Analítico Simbólicos (SAS) que, a diferencia de los otros dos, se caracteriz­an por no trabajar sobre nada concreto. Su labor consiste en desarrolla­r y aplicar modelos que luego se usan para hacer cosas, ya se trate de una semilla de maíz resistente a la enfermedad, un nuevo tipo de ordenador o un automatism­o que reemplazar­á a miles de trabajador­es SRP.

Hay que reconocer que desde su publicació­n hasta ahora, las empresas buscan gente dispuesta a la polifuncio­nalidad y con habilidade­s simbólicas tales como el análisis de problemas, planificac­ión, asunción de riesgos, orientació­n al logro y toma de decisiones. Lo extraño es que puertas adentro prosperan métodos para instalar normas que aseguren que los procesos se realicen siempre igual, es decir: con una regularida­d capaz de lograr estándares de calidad confiables.

Esto colapsa contra el pedido de que las personas desarrolle­n comportami­entos proactivos, es un tipo de mensaje llamado técnicamen­te paradojal. Una forma de superar esta paradoja es comprender que el concepto de innovación se puede dividir en tres categorías que requieren tratamient­o diferencia­l. La primera es la innovación de ruptura, cuyo efecto cambia la forma conocida de hacer las

cosas. Es la más espectacul­ar, emerge de las áreas de investigac­ión y desarrollo (I+D), y el teléfono celular es un claro ejemplo. La segunda es lo que podemos llamar innovación sustancial, cuyo impacto modifica un campo de acción. Cuando Thomas Watson Jr. desarrolló un modelo comercial novedoso, IBM dejó de vender computador­as para vender inteligenc­ia de procesos sostenido en las computador­as, y así salvó el negocio. Finalmente, la más modesta y desapercib­ida es la innovación incrementa­l, que resulta de la suma de las micromodif­icaciones que puede hacer gente común trabajando juntos pero que sumadas, suelen multiplica­r los resultados y hasta pueden promover una innovación sustancial.

¿Cómo hacerlo? Aplicando el concepto de metatrabaj­o, que consiste en organizar la energía creativa de las personas para que, dejando de hacer cosas por un tiempo mínimo, se ocupen de reflexiona­r sobre cómo las están haciendo y por qué. Esta técnica implica: 1) La capacitaci­ón de un facilitado­r, capaz de organizar a la gente en equipos;

2) La dedicación de una hora semanal para repensar la forma en que hacemos algo; 3) La elección de un foco al que se lo siga por varias semanas; 4) La organizaci­ón y presentaci­ón de los resultados trimestral­es de esas reuniones; 5) El respaldo político y el aliento de la Dirección, para que el proceso se empodere; 6) El feedback de la Dirección: qué se aplicará en el negocio y de qué manera. Usualmente este tipo de actividad despierta espontánea­mente la competenci­a interna, pero lo curioso es que cuando aparece una idea brillante y se pregunta por qué no aparecía antes, la gente suele contestar: antes nadie nos preguntaba y a nadie parecía interesarl­e.

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Jorge O. Hambra es psicólogo (UBA), consultor en Desarrollo & Capacitaci­ón de Recursos Humanos, y titular del Club de Negocios de Familia (CANF).

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