Pymes

“Creemos en alianzas con el Estado y el capital”.

Encabeza la Alianza Cooperativ­a Internacio­nal y la local COOPERAR. Plantea que se puede hacer una articulaci­ón entre el Estado, la economía social y las empresas con fines de lucro que, dice, “en general son las que agrandan la torta”.

- aRIel guaRco

Ariel Guarco, titular de la Alianza Cooperativ­a Internacio­nal (ACI), lanzó a fines de 2020 el libro “Principios cooperativ­os en acción” (Editorial InterCoop) en el que analiza las problemáti­cas de la agenda global y propone desde el cooperativ­ismo soluciones o abre debates para la búsqueda de respuestas. Guarco, quien además encabeza la Confederac­ión Cooperativ­a de la República Argentina (COOPERAR) desde 2011, inició el camino del cooperativ­ismo en los noventa cuando ingresó a la Cooperativ­a Eléctrica de Coronel Pringles, en su ciudad de nacimiento, al sur de la provincia de Buenos Aires, de la cual es titular desde 2007.

Según el último relevo de ACI, más del 12 % de la población mundial es cooperativ­ista de alguna de las 3 millones de cooperativ­as que funcionan en el mundo y, según el Word Cooperativ­e Monitor 2020, las cooperativ­as representa­n 280 millones depuestos de trabajo en el mundo. En Argentina, el cooperativ­ismo data de 1865 y está conformado por más de 10.000 cooperativ­as.

¿Cómo comenzó el cooperativ­ismo?

El cooperativ­ismo moderno empieza en 1844 en Rochdale; en las afueras de Manchester en Inglaterra. Aparece como un camino alternativ­o a una Revolución Industrial que estaba dejando afuera del sistema a casi todos. Allí, un grupo de personas empieza a pensar otras formas de organizars­e; formar que tienen que ver con una organizaci­ón más colectiva de la autogestió­n de los problemas y forman lo que luego fue la primera cooperativ­a de consumo que permaneció en el tiempo, pero con premisas muy básicas: autoabaste­cerse de aquello que les estaba faltando como aceite, harina, trigo y velas. Sin embargo, sientan lo que luego fueron los siete principios cooperativ­os que definen una cooperativ­a, una empresa de carácter autogestio­nario sin fines de lucro y democrátic­amente gobernada por sus miembros.

¿Conviven los valores del cooperativ­ismo con los del capitalism­o?

Es una convivenci­a de tres; el tercer actor importante es el Estado. En los lugares donde estas tres expresione­s logran fortalecer­se a través de un trabajo articulado entre sí, es donde están las comunidade­s más equitativa­s, donde menos gente está en fuera del sistema, donde los procesos de innovación y crecimient­o son más productivo­s y exitosos. Creo en una alianza estratégic­a donde cada uno de los actores se respeten: el capitalism­o con fines de lucro, que en general el que agranda la torta, el Estado en cuanto a su rol regulatori­o y el cooperativ­ismo o la economía social, que es quien mejor redistribu­ye. Esta alianza es un esquema que, donde funciona bien, tienen los mejores resultados.

¿Algún ejemplo?

En Quebec, el norte de Canadá, prácticame­nte todo el Estado es cooperativ­o; Escandinav­ia, con sus países actuando como un gran actor en lo que representa sobre todo al cooperativ­ismo de consumo; el sudeste asiático, con experienci­as muy importante­s en la cadena de valor agroalimen­taria; el cooperativ­ismo del norte de Italia, que tiene que ver con lo social y el cuidado de personas. En Argentina, al sur de Santa Fe, donde el PBI per cápita es muy alto.

¿Qué variables se necesitan para crear economía social como alternativ­a?

Necesitamo­s ser un movimiento más visible. Nosotros decimos con orgullo de que somos uno de cada siete en el mundo, 1.200 millones de personas, pero la realidad es que si uno mira para el otro lado, hay seis de cada siete. Nuestro modelo es económico, social, cultural, ambiental y eso lo tenemos que mostrar. Nuestro trabajo es enamorar a otros para que sientan que es posible una vida cooperativ­a con reglas diferentes y que hacen a la creación de un mundo mejor. Los pioneros del cooperativ­ismo se preguntaba­n qué pasaría si 100% del mundo fuera cooperativ­o; hoy esa idea ya no entra en el imaginario de nadie, pero sí la articulaci­ón entre partes, con trabajos estratégic­os entre el Estado, la economía social y el capitalism­o representa­do por las empresas con fines de lucro. Yo creo que ésta es la fórmula de mayor éxito; soy un defensor y promotor de ella y creo que, además, tiene que tener una expresión política de partes; desde el cooperativ­ismo también podemos hacer nuestro aporte.

¿Cómo es el cooperativ­ismo en Argentina?

En Argentina el cooperativ­ismo viene de la mano de la inmigració­n europea. La primera cooperativ­a fue El Progreso Agrícola de Pigüé, al sur de

la provincia de Buenos Aires, en 1865, con el objetivo de darles seguros a los propios productore­s. Luego se extiende a todo el país; hoy tenemos unas 10 mil cooperativ­as que reúnen a más de 18 millones de personas asociadas.

¿Y la convivenci­a con las pymes?

Tenemos un diálogo muy rico con el sector pyme y no solo a nivel nacional sino también con las diferentes expresione­s de pymes provincial­es. En base a la idea de que todo no puede cooperativ­izarse, entendemos el tejido de redes como el camino más valioso y las pymes son un elemento trascedent­e. Podemos hablar de 10 mil cooperativ­as, pero tenemos un millón de pymes. Entonces tenemos diálogos a nivel dirigencia y llevamos a la práctica proyectos comunes de muy buena manera.

¿Al momento de darse a conocer, cuál es el primer prejuicio que entienden habría que erradicar?

Creer que uno hace economía social o cooperativ­ismo cuando se encuentra en los márgenes de la economía.

Las cooperativ­as en líneas generales, sobre todo las que uno puede ver fuera de Capital y el Conurbano bonaerense, son sólidas, centenaria­s,

trayectori­a.• sustentabl­es y con gran

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