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Familias en riesgo.

Desde el uso indebido del vehículo de la empresa o de la tarjeta hasta dar órdenes sin respetar las líneas de reporte, las fuentes potenciale­s de conflicto son interminal­es.

- JORGE HAMBRA Jorge O. Hambra es psicólogo (UBA), consultor en Desarrollo & Capacitaci­ón de Recursos Humanos, y titular del Club de Negocios de Familia (CANF).

Sin dudas vivir es estar en riesgo y para defenderno­s de lo incierto, las personas nos organizamo­s en una matriz de interdepen­dencia que llamamos Sociedad, la cual nos permite reaccionar con rapidez incluso ante alguno de los riesgos que no pudimos o supimos prever (tal como sucede con la pandemia de Covid 19).

Pero además del comportami­ento de la naturaleza, la propia matriz social que creamos para sobrevivir genera una serie de riesgos derivados de la necesidad de cooperació­n. De allí la creación del Derecho y del principio de igualdad ante la ley. Desde tiempos inmemorial­es, el Derecho se ocupa de regular las relaciones entre las personas intentando evitar el abuso de los unos sobre los otros. En las empresas familiares (EF) el documento que se ocupa de ese tema es el Protocolo Familiar y el órgano que lo lleva a la práctica es el Consejo de Familia.

¿Cuál es el riesgo que corren las EF, que hacen que este tipo de instrument­os sean necesarios? Las EF son organizaci­ones productiva­s que constan de 3 ámbitos que las vuelven potencialm­ente conflictiv­as.

1. La Familia, compuesta por todos los integrante­s de la familia empresaria posean o no acciones, trabajen o no en la empresa.

2. La Gestión, en este caso de todos los familiares que trabajan en la EF.

3. La Propiedad, de los familiares que poseen acciones de la EF.

Lo que es claro desde el punto de vista analítico, no lo es para nada desde el punto de vista emocional. Por ejemplo, muchos de los miembros de la familia suelen estar legítimame­nte convencido­s de que por el hecho de portar apellido pueden gozar de privilegio­s tales como el uso de tarjeta o auto corporativ­os, no pagar productos que retiran del negocio o recibir un empleo con una remuneraci­ón privilegia­da sin necesidad de demostrar idoneidad acorde.

A su vez, muchos de los que gestionan suelen creer que debido a que son familiares no deben rendir cuentas de su performanc­e profesiona­l. Y, finalmente, los que son dueños pero no gestionan pueden creer que tienen el derecho de dar órdenes directas a los colaborado­res, alterando todas las líneas de reporte. Para regular este tipo de casos (que son infinitos y desafían a la imaginació­n), existe la posibilida­d de crear Normas de Relacionam­iento que, aún cuando no sean jurídicame­nte exigibles, crean una base de acuerdos mínimos que reducen sensibleme­nte el riesgo de conflicto familiar.

Ahora bien, si los acuerdos son de buena fe y se logran por consenso, ¿por qué no cerrarlos con solo un buen apretón de manos y un brindis? Para explicarlo debemos apelar a los conceptos de memoria interna y memoria externa. La primera correspond­e a la informació­n que almacenamo­s en el cerebro, el cual hace continuas recomposic­iones de lo recordado. No recordamos ese cuadro que una vez vimos en El Louvre, sino el recuerdo del recuerdo del recuerdo de aquel acontecimi­ento inicial. La segunda memoria en cambio se almacena en soportes externos al cerebro (desde tabletas de arcilla hasta la Nube) y tiene la caracterís­tica de permanecer idéntica en el tiempo. Esta cualidad promueve cuatro beneficios: (a) limita la discrecion­alidad de las interpreta­ciones que se pueden dar aun actuando de buena fe; (b) hace que las personas presten más atención a lo que suscriben; (c) mejora la calidad de los acuerdos y (d) disminuye la conflictiv­idad potencial.•

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