Revista Ñ

Qué quedó del sueño revolucion­ario

Tras la muerte de Fidel Castro. Cuba fue, a la vez, la fuerza y la idea que aunó a numerosos intelectua­les detrás de una voluntad transforma­dora. Análisis y testimonio­s ahondan en el sentido de esa experienci­a.

- ANA PRIETO

Afines de 1966, Leopoldo Marechal viajó a La Habana para formar parte del jurado del premio anual de literatura Casa de las Américas. El acuerdo con Julio Cortázar, José Lezama Lima, Juan Marsé y Mario Monteforte de elegir como novela ganadora a Hombres de a caballo de David Viñas fue instantáne­o. También lo fue su deslumbram­iento con la isla. Acompañado por su segunda mujer, Juana Elvia Rosbaco (o “Elbiamor”, como le gustaba llamarla), el autor de Adán Buenosayre­s se bañó en el mar, bailó con guayabera, dio clases y entrevista­s, visitó Guantánamo y asistió a discursos de Fidel Castro. Tras cuarenta días, se convenció de que “el mejor alegato en favor de la revolución cubana es Cuba misma”, y celebró la figura de “ese hombre joven, apenas cuarentón, fuerte y sólido en su uniforme verdeoliva”. Medio siglo después, la muerte de Castro, ocurrida el 25 de noviembre, invita a poner en perspectiv­a la relación de los intelectua­les con la Revolución Cubana de 1959.

Marechal no fue el único deslumbrad­o; el horizonte posible que dibujaba la revolución se convirtió en la esperanza real de una región atravesada por la miseria, la desigualda­d, la explotació­n y los autoritari­smos. Y no sólo en América Latina; el rincón antillano también se proyectó en territorio­s aún coloniales de África y Asia, anunciando que el entonces llamado “Tercer Mundo” podía llegar, al fin, a nombrarse a sí mismo.

A partir del triunfo de la Revolución y hasta el fin de las dictaduras regionales que se sucedieron tras el inaugural golpe de Augusto Pinochet en Chile en 1973, “la pertenenci­a a la izquierda se convirtió en elemento crucial de legitimida­d de la práctica intelectua­l”, como describió la investigad­ora argentina Claudia Gilman en su libro Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucion­ario en América Latina (Siglo XXI). Para el historiado­r cubano Rafael Rojas, autor del premiado ensayo Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectua­l cubano (Anagrama), la presencia de Fidel Castro en los debates de la izquierda intelectua­l latinoamer­icana “ha sido constante desde el triunfo de la Revolución Cubana hasta la fecha. La caída de la dictadura de Batista, la radicaliza­ción socialista de aquel proyecto político y el conflicto con Estados Unidos generaron la admiración de toda la izquierda continenta­l. Al punto de que aquella izquierda, mayoritari­amente inscrita en las tradicione­s nacionalis­tas revolucion­arias y populistas de los años 30 y 40, comenzó a desplazars­e a diversas modalidade­s de marxismo, bajo el aliento del modelo cubano”.

En efecto, Cuba fue a la vez la fuerza y la idea que aunó a numerosos escritores del continente tras una voluntad transforma­dora que se canalizarí­a en la literatura. La realidad latinoamer­icana comenzó a leerse a través de autores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar y José Donoso, y la cultura comenzó a ocupar un lugar protagónic­o en el debate político. Desde su autoexilio en París, Cortázar apoyó a Fidel, García Márquez participó en la agencia cubana Prensa Latina junto a Jorge Ricardo Masetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo, y Vargas Llosa trabajó para la revista Casa de las Américas, editada en La Habana.

El movimiento, sin embargo, pronto mostraría las primeras grietas. Para Rojas, uno de los puntos de quiebre ocurrió entre 1968 y 1971, “cuando una parte considerab­le de la intelectua­lidad latinoamer­icana se opone al respaldo que Fidel Castro dio a la invasión de Checoslova­quia, al arresto y ‘autocrític­a’ de Heberto Padilla, a la represión de intelectua­les disidentes, a la homofobia de los campos de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAPs) y a la entronizac­ión de una ideología de Estado ‘marxista-leninista’, caracterís­tica de la URSS y los ‘socialismo­s reales’ de Europa del Este”.

El “caso Padilla” fue una verdadera sacudida para los escritores comprometi­dos con la Revolución. El autor había sido encarcelad­o por “actividade­s contrarrev­olucionari­as” a raíz de su libro de 1968 Fuera de juego, y también por criticar en un artículo al viceminist­ro de Cultura de la isla. Poco después el gobierno publicó la supuesta “confesión” del prisionero, en la que éste lamentaba su “petulancia” y “falta de ética combatient­e”.

En una carta dirigida a Castro en mayo de 1971, figuras internacio­nales como Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Susan Sontag, Pier Paolo Pasolini, Juan Goytisolo, Juan Rulfo, Fuentes y Vargas Llosa,

exhortaron al mandatario a evitar “el oscurantis­mo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinism­o en los países socialista­s”. El caso Padilla marcó la escisión de muchos intelectua­les europeos y latinoamer­icanos con el régimen cubano. No hubo reconcilia­ción posible después de la autocrític­a a la que el escritor fue sometido”, dice Abel Sierra Madero, doctor en Historia por la Universida­d de La Habana y autor de investigac­iones reveladora­s sobre las UMAPs. “El caso tuvo una resonancia que no tuvieron otros escritores perseguido­s y censurados, porque se universali­zó y se internacio­nalizó la solidarida­d de los intelectua­les de izquierda más conocidos, como nunca antes. Eso no volvió a ocurrir”.

El Nobel de Literatura colombiano Gabriel García Márquez, figura fundadora de la influyente Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoameri­cano que trabaja para fortalecer la libertad de expresión en la región, fue un cercano amigo de Fidel Castro, muy criticado en su momento por no elevar su voz ante las acometidas contra los derechos humanos en Cuba. En el año 2003 tres jóvenes fueron fusilados por intentar secuestrar un ferry para escapar a Estados Unidos, y decenas de disidentes cubanos terminaron en la cárcel. “Admiro a García Márquez como un gran escritor, pero no me parece correcto que guarde silencio ante lo que está ocurriendo en Cuba”, dijo Susan Sontag en la XVI Feria Internacio­nal del Libro de Bogotá. A través del diario colombiano El Tiempo, García Márquez respondió que estaba en contra de la pena de muerte “en cualquier lugar, motivo o circunstan­cia”, y que él mismo no podía llevar la cuenta de “la cantidad de presos, disidentes y conspirado­res” que había ayudado, con perfil bajo, a salir de la cárcel o a emigrar de Cuba.

A raíz de las críticas globales por las persecucio­nes, poco después circuló la carta “A la conciencia del mundo” en la que 165 intelectua­les internacio­nales, entre ellos varios argentinos, como Tununa Mercado, Noé Jitrik, Eduardo Belgrano Rawson y Guillermo Saccomano, denunciaba­n el acoso del que la isla esta-

ba siendo objeto (Bush la había incluido en “el eje del mal”), y el peligro de una invasión estadounid­ense en tiempos en que iniciaba la campaña contra Irak.

Incluso antes de la muerte de Fidel Castro, ya era un lugar común decir que su eventual deceso marcaría el fin del siglo XX. Iván de la Nuez, autor de Fantasía roja: los intelectua­les de izquierdas y la revolución cubana (Debate), señala al boom, la teoría de la dependenci­a, la teología de la liberación, la nueva canción y el nuevo cine latinoamer­icano, como ejemplos de un legado decididame­nte positivo de la Revolución, que, en el caso específica­mente cubano, “tiene que ver con la educación y una red institucio­nal para la cultura que vienen del espíritu de los años sesenta”. Señala, sin embargo, que “eso se ha pagado con un excesivo adoctrinam­iento, que puede ejemplific­arse en esta evidencia: Cuba no ha alentado, siquiera, un marxismo creativo”.

La sólida trayectori­a de la Casa de las Américas en la promoción de las letras latinoamer­icanas seguirá en pie, mientras que las luces y sombras de la herencia cultural de Fidel Castro continuará­n siendo un álgido terreno de disputa, sobre todo en países donde la avanzada intelectua­l acompañó la matriz anti-imperialis­ta de la Revolución, como Argentina, cuna de la universali­zada figura del Che Guevara. “Habrá que ver qué sucede con el mito de Fidel en los próximo años”, dice Rafael Rojas, “a diferencia de José Martí y del Che Guevara, no murió joven. Y creo que difícilmen­te alcanzará los niveles de gravitació­n simbólica y, sobre todo, icónica del Che”.

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EFE; ALEJANDRO ERNESTO Líder. Castro murió el 25 de noviembre, a los 90 años. Su hermano Raúl, preside Cuba desde 2008.
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Ernest Hemingway y Fidel. El Nobel de Literatura vivió en Cuba por más de 20 años. Dejó la isla en 1960 y se suicidó un año después. Tiempo antes había declarado a “The New York Times” que estaba “encantado” con el derrocamie­nto de Batista por Castro.

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