Revista Ñ

Desafiar al mito

- CHRISTIAN FERRER SOCIOLOGO Y ENSAYISTA. ES AUTOR, ENTRE OTROS, DE “CABEZA DE TORMENTA”

No es improbable que la figura de Fidel Castro sea olvidada antes siquiera que la Historia termine de sopesar virtudes y defectos en los platillos de su balanza. Un mito no admite escrutinio drástico, y Fidel –a secas– fue mito desde el principio. De allí en más sólo fue cuestión de ir actualizán­dolo de continuo –al mito–, tarea en la que descollaro­n –también– sus adversario­s –exiliados y purgados–.

Eso mismo sucedió en Argentina en época de Rosas. Y además, no hay que olvidar que no es fácil, en Cuba, desafiar al mito, pues allí existe la pena de muerte, al igual que en los Estados Unidos, su eterno bloqueador y probable socio comercial de aquí en más, como ya lo son los países europeos.

En aquel tiempo, el mito se potenció por el “efecto juventud” (también sucede para otros acrecentam­ientos de capital en nuestros días). Esa era una ventaja comparativ­a, algo difícil de entender en su magnitud, pues ahora Cuba está gobernada por una gerontocra­cia parecida a la de los antiguos países comunistas contra quienes también se hizo la Revolución Cubana, tan sólo para terminar aliada a ellos.

Este es un camino probable de la actualidad: salir de la encerrona histórica en que se encuentra Cuba adaptándos­e al capitalism­o a la manera tropical, tomando como modelos a China o Vietnam, otras dos gerontocra­cias.

En cuanto al contenido del discurso de Castro, lo importante fue su inmensa habilidad retórica –cosa de jesuitas–, más que el contenido, pues ha de recordarse que en Cuba, y en el radio completo del Caribe, siempre cundió el analfabeti­smo, de modo que la habilidad oral era imprescind­ible para hacer carrera en política.

Para los jóvenes de izquierda de la Argentina de comienzos de la década de 1960, el triunfo de la Revolución Cubana significó saltar por encima de sus dilemas de entonces: peronismo sí o no, universida­d laica o libre, reformismo o revolución. Los subsiguien­tes dilemas fueron: colonialis­mo sí o no, antiimperi­alismo sí o sí, no-violencia ya no y no y no.

La Revolución Cubana también fue la posibilida­d de que sectores hoy llamados “subalterno­s” y entonces despreciad­os –por ejemplo negros y mujeres, tratadas poco menos que como probable carne de prostíbulo–, pudieran llegar a lo más alto –al ápice– del poder cubano. Pero no: hubo que conformars­e con lo que había –Fidel Castro y su hermano Raúl–, y es lo que sigue habiendo.

En última instancia, todo depende de que la gente se excite o no se excite ante la existencia de un líder, jefe o caudillo. Esto parece fenómeno universal. Pero cuando Fidel Castro sea restituido a su verdadero tamaño histórico, no importa cuál vaya a ser, todavía José Martí estará allí, al igual que el océano, pues así de inconmensu­rable era Martí, aún siendo más petiso que el metro noventa de Fidel.

Y al fin, hay que considerar que Cuba sólo pudo ejercer de peón significat­ivo en el tablero geopolític­o de otrora en tanto y en cuanto la “Guerra Fría” fue existente.

Luego, llegó la larga etapa del amustiamie­nto, sólo reavivada por alguna aventura africana y sobre todo por el turismo de los fieles, como el que antaño peregrinab­a hacia Jerusalén.

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