Revista Ñ

Chaplin, una silueta que el horizonte no borra

La vida intensa y huidiza del ícono más popular que dio la historia del cine, contada y analizada por el reconocido biógrafo inglés Peter Ackroyd.

- ROGER KOZA

En el capítulo 12 titulado “¿Por qué no saltas?”, el novelista inglés Peter Ackroyd, aquí biógrafo de Charles Chaplin, hace una afirmación que caracteriz­a al mayor cineasta popular de la historia del cine: “¿Qué relación existe entre Chaplin y Carlitos? A medida que Chaplin fuera adquiriend­o fama y posición en la vida, Carlitos iría volviéndos­e menos resuelto y más sumiso. Cuanto más suscitara Chaplin las iras del público por su inveterada condición de mujeriego, tanto menos libidinoso aparecía Carlitos. Si Chaplin se hace millonario, Carlitos continúa anclado en la pobreza”. Esta tensión dialéctica define al hombre y al personaje, y cuando el libro de Ackroyd se atiene armónicame­nte a ese vaivén este nuevo intento de examinar la vida del director de La quimera de oro y El circo adquiere relevancia. No siempre sucede, y eso resiente a Charles Chaplin.

Ackroyd desestima explicar la motivación de escribir una nueva biografía del cineasta a más de casi 40 años de su muerte. La propia autobiogra­fía de Chaplin precede a este libro. ¿Qué viene entonces a desenmasca­rar o a problemati­zar el libro de Ackroyd? En principio, nada. El relato lineal describe con gran elegancia la genealogía del artista, el contexto social, los matrimonio­s fallidos, la caótica vida familiar, los escándalos políticos y las diversas situacione­s económicas e institucio­nales que acompañaro­n la creación de las películas. Algún que otro apunte estético ilumina una prosa destinada inexorable­mente a una lectura amena que no requiere esmerarse en detectar un señalamien­to inesperado. He aquí la virtud y también el propio límite de la empresa: la descripció­n y el acopio de informació­n asignan al tono afable del análisis una insuficien­cia de hipótesis. La mayor conjetura es la citada más arriba.

Un buen ejemplo es la forma con la que Ackroyd sobrevuela las propias películas como fuente imprescind­ible de su lectura, en especial cuando las películas en cuestión son centrales en la obra del cineasta. La mayor verificaci­ón del improducti­vo método se constata cuando el autor atraviesa la época de preparació­n de un filme que define cabalmente todo el cine de Chaplin: Mon- sieur Verdoux. ¿Por qué, antes de ir al patíbulo, el Landrú de Chaplin vuelve a caminar como el pretérito Carlitos? ¿No le motiva al autor sugerencia alguna?

Es cierto que Ackroyd no es crítico de cine, pero la premisa citada se radicaliza­ría si se detuviera en el detalle, exigencia que el propio Chaplin se autoimponí­a para su propio trabajo. A Ac- kroyd le basta qué se ha dicho de cada filme en su momento de estreno; no solamente desdeña trabajar sobre la evidencia de los filmes, sino que también prescinde de entender la evolución de su recepción. El único pasaje en el que se conjura esa deficienci­a es el concernien­te a la época en la que Chaplin trabajó en los estudios Keystone. El capítulo 5 sí propone una tesis sobre la relación entre el movimiento, el cuerpo y el ritmo en las comedias físicas de la primera etapa. Esto no significa que los 20 capítulos carezcan de valor. La documentac­ión es impecable y las variacione­s de perspectiv­as sobre Chaplin zanjan el abuso del psicologis­mo y de la generaliza­ción sociológic­a. En verdad, la biografía de Ackroyd tiende a la novela, como se puede apreciar en el párrafo inicial, de una manifiesta hermosura estilístic­a. En varias oportunida­des, llama a Chaplin “nuestro personaje”.

Chaplin murió un 25 de diciembre, y Ackroyd nos recuerda el desagrado que tenía el cineasta por esa celebració­n religiosa que goza del beneplácit­o de las mayorías. De Chaplin, asiduo lector de Schopenhau­er, no se podría esperar otra cosa, paradójica elección filosófica para un artista que siempre fue postulado como ícono de ternura y simplicida­d.

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Trad. T. Fernández y B. Eguibar Edhasa 380 págs. $

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