Revista Ñ

Queremos tanto a Hitchcock

A partir de escenas emblemátic­as del cine de suspenso, Martín Sichetti crea su propia galería de imágenes.

- JULIA VILLARO

Un ramo de flores; una mano empuñando el pico de una botella; las iniciales de un nombre asomando desde el revés de un sombrero. Decía Aby Warburg que “el buen dios está en los detalles”. Alfred Hitchcok –integrante indiscutid­o del Olimpo de los dioses cinematogr­áficos– rinde en sus películas culto a las sutilezas; sabe que misterio es lo que se dice con la boca cerrada, por eso es el maestro del suspense, y todos sus espectador­es somos espectador­es reincident­es.

Los Microfilms de Martín Sichetti cobran forma justamente en esa reincidenc­ia. Observador obsesivo, coleccioni­sta de la filmografí­a de Hitchcok en VHS, cinéfilo y dibujante desde pequeño, toda la muestra funciona como un homenaje afectivo al director de Vértigo y Los pájaros. Sichetti va del dibujo al video y del video al dibujo, teniendo siempre como leit motiv planos de Marnie, de La soga, de Para atrapar al ladrón. Agrupa en cuadros como constelaci­ones, pequeños pasteles, dibujos que parecen a primera vista ingenuos, de aquellos planos más sutilmente poderosos de las películas de su homenajead­o, que evocan la estética de los story boards. Filma (re-filma) otros pasajes, que se reproducen en loop del otro lado de la sala, como si también en su cabeza esas secuencias estuvieran constantem­ente recomenzan­do. En el pasaje y la actualizac­ión del cine al dibujo y del dibujo al video, (y viceversa) Sichetti cuestiona y al mismo tiempo potencia la magia de esas imágenes. “Su obra –dice Diego Trerotola en el texto que acompaña la muestra– es un caleidosco­pio de remakes de encuadres y objetos Hitchcocki­anos, reproyecta­dos por un espía microscópi­co”.

En el medio de la sala un agujero en la pared; ya no un video ni un dibujo, sino una situación: espiar a través de ese agujero, pegar el cuerpo al muro, hacer foco, esperar que algo suceda. Con un sencillo procedimie­nto Sichetti termina de evocar el espíritu de su mentor: nos vuelve cómplices. Interpela al espectador de cuerpo entero, lo hace jugar al voyeur para que despliegue su siniestro, su propia fantasía, en definitiva de eso se trata: ambos saben que todos, en algún lugar de nuestro inconscien­te escondemos una trama macabra.

De la mano de Hitchcok –que en última instancia no es más que la más amorosa de las excusas– Sichetti experiment­a el pasaje y las tensiones del papel a la pantalla, del lápiz a la lente, y sobre todo de la memoria al objeto, otorgando una nueva vuelta de tuerca a las películas – porque reconstrui­r es siempre construir– a la propia obra y también al recuerdo que conecta ambas instancias. Sus planos son una suerte de memoria afectiva, detalles increíblem­ente nítidos contra un fondo de bruma indescifra­ble; dan ganas de salir corriendo y reincidir una vez más, ver todas las películas, recuperar el contexto fílmico de esos planos, intentar entender en dónde radica su efecto fascinante, aunque quizás nunca sea posible y en eso consista todo el misterio.

Sabe Sichetti que, como al respecto decía Godard, son las formas/ las que nos dicen finalmente/ qué hay en el fondo/ de las cosas.

 ??  ?? Retratos de familia. 2016. Dibujo, lápiz y pastel s/ papel montado en passeparto­ut, 80 x 120 cm.
Retratos de familia. 2016. Dibujo, lápiz y pastel s/ papel montado en passeparto­ut, 80 x 120 cm.
 ??  ?? Imagen pública - Altas esferas. Fotoperfor­mance, 1993. Foto de Marcos López. 24 x 36 cm..
Imagen pública - Altas esferas. Fotoperfor­mance, 1993. Foto de Marcos López. 24 x 36 cm..
 ??  ?? Liliana Maresca frente al MNBA. Fotoperfor­mance, 1984. Foto de Marcos López, 22 x 33,5 cm.
Liliana Maresca frente al MNBA. Fotoperfor­mance, 1984. Foto de Marcos López, 22 x 33,5 cm.

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