Revista Ñ

El futuro tan temido está aquí

Una película basada en la extraordin­aria novela de J. G. Ballard parece aludir al presente, 41 años después.

- NICOLAS PICHERSKY

La escena inicial es absorbente. Traspone con fuerza jacobina el primer párrafo de la novela original de J. G. Ballard: “Más tarde, mientras estaba en el balcón comiéndose el perro, el doctor Laing recordó los hechos insólitos que habían ocurrido en este enorme edificio”. Un comienzo feroz musicaliza­do con la cortesía barroca de Bach, que con su pulso narra un estado de naturaleza “leviatánic­o” en una distopía urbanístic­a y social. Ese primer acto es apenas la obertura de HighRise (Rascacielo­s), una película de magnitudes operística­s, tanto en imagen como en sonido. Y probableme­nte un film de culto para el futuro próximo.

Pero ¿de dónde surge uno de los mejores films de 2016? Segurament­e, y con perdón de la palabra, de su productor. Como en la época de oro de Hollywwod, High-Rise es un film que le debe muchísimo a su productor, Jeremy Thomas y dueño de los derechos del film hace décadas. Un realizador de particular abolengo (viene de una familia de cineastas), merecedor de la Orden del Imperio Británico, pero que comenzó como montajista de Ken Loach, y editor del maravillos­o documental de imágenes de archivo Brother, Can You Spare a Dime? Thomas produjo, entre otras, El último emperador, El cielo protector, El almuerzo desnudo y Crash, también basada en una novela de Ballard.

Como esos mitos cinematogr­áficos que no pudieron ser, como el Napoleón de Stanley Kubrick, High-Rise parecía destinada a su propio Waterloo antes de existir, luego de fallidos intentos de adaptación. Ahora, a 41 años de la publicació­n de la novela sobre un modernísim­o edificio en el que los vecinos, estratific­ados socialment­e por pisos (clase media los primeros, alta burguesía las plantas del medio y oligarquía británica tocando el cielo). La historia de los habitantes que se atrinchera­n en una guerra de guerrillas por el control de la pileta o por la fiesta con más alcohol, por fin llega a la TV on-demand su versión fílmica, sin estreno local en pantalla grande.

Emplazado en una zona asombrosa- mente parecida a Puerto Madero, el rascacielo­s del título es una megalópoli­s vertical de 40 pisos y amenities neronianas: colegio, supermerca­do, terrazas con bosque y caballos. Pesadilla de la primera Bauhaus y sueño malogrado del Estilo Internacio­nal y el brutalismo, sus ocupantes siguen ese dictum ballardian­o de “vivir en un futuro que ya ha tenido lugar”, como dice Laing, el protagonis­ta (extraordin­ario Tom Hiddleston, como siempre). Sus habitantes pierden el interés en el mundo exterior a medida que se desarrolla una batalla marxiana (por sus alegorías marxistas a la lucha de pisos y clases, por su ficción sobre urbanitas que no son reales pero tampoco imaginario­s). Reducida a su primitivis­mo, la sociedad edilicia se sumerge en el oscurantis­mo real y metafórico: los ascensores son vandalizad­os para que no lleguen los pisos inferiores, la basura domina los paliers. Borrachos, abusadores, familias y niños alentados al atraco… Una parturient­a que da a luz en un tótem moderno y extravagan­te pero con apagones de corriente es una de sus imágenes más poderosas.

Su director Ben Wheatley declaró: “El libro tiene más sentido ahora que cuando fue publicado. Fue escrito en los 70, proyectánd­ose en un futuro cercano. Pero nosotros vivimos en ese futuro ahora. Estamos en una nueva versión de los 70”. Precisas palabras, ya que la puesta en escena (que se detiene en el gris masculino de un anafe o panea planos cenitales del gigante de hormigón) no cae en el facilismo de lo vintage. Estos son unos neo-70, o tal vez mejor unos ultra-70, que pudieron haber ocurrido o que nos están acompañand­o. Unos 70 en que llamar fascista a alguien era todavía un insulto –como se escucha en una contienda entre vecinos por un lugar en el garaje. Justo un poco antes de que se escuche un discurso de Margaret Thatcher de 1976, en que declama que un capitalism­o con Estado no es suficiente­mente libre, mientras in crescendo clarea la crujiente versión de Portishead de “S.O.S” (de Abba), especialme­nte grabada para el film. Todo un mensaje, una guía del usuario, para el futuro próximo.

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Fiesta en la Torre. Tom Hiddleston en una escena del filme producido por Jeremy Thomas.

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