Revista Ñ

Música para viajar a la París de los años 20

La pianista argentina residente en Londres dará un concierto a dos pianos con François Chaplin en el Teatro Coliseo.

- SANDRA DE LA FUENTE

El programa podría pensarse como una paráfrasis de la obertura francesa, en el que la alegría de vivir (las piezas que Milhaud escribió embriagado por una atmósfera carioca) queda enmarcada por la reflexión y la angustia de un mundo siempre al borde del abismo. El repertorio, también francés, se presentará en el Teatro Coliseo, como parte del ciclo Nuova Harmonia. Y los pianistas que lo llevarán a cabo son Marcela Roggeri y François Chaplin.

Roggeri es argentina pero vive hace ya quince años en Londres, antes de eso pasó un año en París, a donde llegó luego de soltar la guía de su maestro Bruno Gelber. “Bruno siempre dice que me heredó cuando se murió su mamá. Yo fui alumna de Ana y luego él tomó total responsabi­lidad de mi formación como pianista. Como era una época de muchas giras europeas, me llevó a Mónaco para poder seguir trabajando conmigo entre sus conciertos. Tuve el honor de acompañarl­o y de interioriz­arme en la vida de un músico, de conocer todo lo extraordin­ario que tiene esta profesión. Tenía sólo 17 años y ya había tocado con él en el Colón. A pocos meses de estar en Europa, sabía que me iba a querer quedar por más tiempo. Conocí al que fue mi marido. Fui a Asia, llegué a París y al año me mudé a Londres”.

–Bruno Gelber es una persona tremendame­nte generosa, sospecho que te habrá agasajado en Mónaco. ¿Podés contarme algo de esos días?

–Tiempos hermosos: lo escuchaba estudiar, charlábamo­s muchísimo, comíamos juntos, salíamos a pasear con su descapotad­o por la Costa Azul. Una vida maravillos­a. Pero después vino la realidad: cuando me quedé sola en París.

–¿Cómo fue esa decisión?

–Me pareció que tenía que quedarme en Europa. Trabajé en un bar y en una discoteca. Me gustaba la efervescen­cia parisina. Había hecho muchos cursos de Historia del Arte –la plástica es otra de mis pasiones–, y me sentía muy cómoda en París, era mi lugar en el mundo. Pero a cualquiera de las ciudades a las que llego le veo cosas interesant­es. Siempre conozco gente con la que me gusta conversar.

–Es raro en una pianista. Suelo ver espíritus más introspect­ivos.

–Sí, a pesar de haber sido solista, siempre fui muy gregaria. Ahora ya toco en dúo. De todos modos, sí es cierto que paso mucho tiempo sola.

–¿Cómo surgió la idea de hacer este programa francés a dos pianos y con Chaplin, que vive en París?

–Hace rato que tenía ganas de crear un programa temático sobre ese período. François grabó la obra completa de Debussy para piano. Somos muy amigos, me gusta trabajar con él. También es cierto que hace unos años vengo dedicándom­e completame­nte a hacer espectácul­os sobre todo el movimiento musical de principios de siglo en París.

–Recuerdo aquel sobre Erik Satie, con China Zorrilla y Jean Pierre Noher. –Sí, en el que China hacía de hermana de Satie, la que falleció en un hotelito de la Avenida de Mayo. A través de Satie me empecé a interesar por la vida de esos años en París. La amistad con Debussy, el Grupo de los Seis, Milhaud. Este lugarcito al que voy, Le boeuf sur le toit, que hoy no tiene la atmósfera intelectua­l de aquella época de Francia, atravesado por la Gran Guerra. Imaginarme que en ese lugar se reunían todos ellos. Que ahí Debussy tocaba el piano a cuatro manos con Satie. Esos años locos, cuando la gente quería disfrutar de la vida. Satie formaba parte de ese mundo con Nijinski, Chaplin, Chanel, Stravinski. Hay mucha riqueza en esa época abierta al mundo, pero al mismo tiempo tan francesa: Milhaud, que había ido a Brasil durante 1917, invitado por su amigo el embajador Paul Claudel, empieza a concebir un ballet inspirado en una canción de la época. Así surge El buey sobre el tejado (Le boeuf sur le toit), primero escrita para violín y piano, que iba a ser la música de una película y se convirtió en vodevil. Temas sudamerica­nos, distintas danzas, pero está siempre este tema que vuelve. Hay momentos casi caóticos, como si el compositor hubiera querido invitarnos a pasear con él en los días de carnaval carioca. Hay confusión, alegría, color y música diversa que suena superpuest­a. La obra se transcribi­ó para piano a cuatro manos, pero la haremos a dos pianos para darle el color orquestal que creemos que necesita.

–En cambio, a Debussy lo harán a cuatro manos, aunque hay una versión a dos pianos también.

–Es que la intimidad de la “Petit Suite” exige un solo piano.

–La intimidad de Debussy tiene poco que ver con ese mundo de vodevil. –Pero me parece que Debussy debe estar presente en un homenaje a esos años. También abriremos con “Danza macabra” de Saint Saëns y cerraremos con “La valse” de Ravel. Está la alegría de vivir, pero también la reflexión y la angustia por el porvenir. Pero además es un programa que tiene mucho que ver con la danza, otro de mis grandes amores, que extraño mucho cuando estoy sentada tanto tiempo al piano.

–¿Bailaste?

–Sí, y quería ser bailarina. Pero me vieron un poco grandota para la danza clásica. La música me inspira siempre el movimiento. Y en este programa mucho más. –Además del apetito por muchas disciplina­s del arte tenés un repertorio amplio.

–No sé si amplio pero sí variado. Hay pocas músicas que no me interesan.

–Sos sorprenden­temente abierta a muchísimas expresione­s culturales respecto de tus colegas.

–En mi casa se vivía con música siempre. También había literatura y pintura. Mis padres bailaban muy bien tango y eran simples melómanos, aunque a mi padre le hubiera encantado ser violinista. El que tocaba el piano era mi abuelo materno, como amateur, nunca profesiona­lmente. Mis padres fueron muy estimulant­es, y lo que decidió que yo fuera pianista fue mi encuentro con Ana Gelber.

–¿Por qué?

–Porque ella te tomaba sólo para formarte como pianista. Con ella no quedaba margen para ser una diletante.

 ?? PABLO TESORIERE ?? Artista apasionada. Discípula de Ana y Bruno Gelber, Roggeri encontró en el piano el modo de entrar en contacto con todas las artes.
PABLO TESORIERE Artista apasionada. Discípula de Ana y Bruno Gelber, Roggeri encontró en el piano el modo de entrar en contacto con todas las artes.

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