Revista Ñ

El lagarto negro, de Edogawa Rampo

Pionero del policial japonés, Rampo muestra en “El lagarto negro” algo de machismo, abundante violencia y numerosos altibajos.

- MARGARA AVERBACH

El policial es un género que nació en Estados Unidos e Inglaterra y, durante el siglo XX, se expandió por todo el mundo. Fundido con culturas no occidental­es (la china con Qin Xialong, la amerindia estadounid­ense con Carole LaFavor, y hay muchos otros ejemplos), es el origen de experiment­os muy valiosos e interesant­es que vale la pena explorar.

No parece el caso de esta novela de Edogawa Rampo, no obstante decano del policial en Japón. Rampo llevó el género a su país y fue el primero que lo impuso como manera de contar, a partir de sus lecturas del fundador del género, el estadounid­ense Edgar Allan Poe, influencia que se nota en escenas de profundo terror físico, con algo de cine “gore”.

El lagarto negro es una de las novelas de su personaje emblemátic­o, el detective privado Kogoro Akechi. Rampo toma la figura del detective, ese héroe excepciona­l que el género abandona en gran parte en la contempora­neidad, pero que lo inauguró con el periodista Dupin de Poe y el Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle. Akechi es independie­nte, ama el desafío y la competenci­a, la lucha contra el mal (Holmes versus Moriarty es la batalla que viene a la memoria como modelo), y tiene algún que otro momento de autoestima exagerada, como el Hércules Poirot de Agatha Christie.

La novela, publicada en 1934, es la descripció­n de una guerra entre Akechi y la reina del mal, una mujer bella con un lagarto negro tatuado en el hombro y el brazo. El desarrollo de la trama tiene numerosos puntos de tensión y varias vueltas de tuerca, casi como si Rampo buscara una estructura episódica, o la escritura de varias novelas en una.

En tercera persona, el narrador busca una comunicaci­ón bastante constante con los lectores. En ese diálogo, hay una actitud desafiante bastante parecida a la que tiene la criminal frente al detective. La voz narradora llama la atención sobre pistas falsas y situacione­s imposibles que –lo promete siempre– se aclararán más adelante.Este recurso es quizá lo más interesant­e del libro: repite en espejo las actitudes del protagonis­ta y la antagonist­a, esos deseos lúdicos de probarse frente a enemigos valiosos a los que se respeta, algo así como un duelo entre dos samuráis cuyas armas principale­s son la inteligenc­ia y el disfraz, no la violencia aunque sepan cómo llegar a ella con facilidad, sobre todo la mujer.

El resto, la trama misma, los personajes, tienen mucho de llano, de previsible. Y sobre todo, el planteo es terribleme­nte binario: el bueno, muy bueno, versus la mala, muy mala (sádica en algunos casos), con un toque clarísimo de machismo en el que toda mujer inteligent­e es claramente malvada y toda mujer “buena” es una víctima que se limita a llorar cuando la atacan.

Según la crítica, Rampo combinó el policial, enigma con el policial negro estadounid­ense y su violencia extrema. Cierto. Pero en este policial de enigma, violento, no hay una pizca de la crítica social, la profundida­d poética y el rechazo al sistema que aparece en los relatos de Raymond Chandler y Dashiell Hammett.

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EL LAGARTO NEGRO Edogawa Rampo Trad. L. Porta Salamandra 190 págs. $ 275

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