Revista Ñ

Marinka, de R. Luna Almeida

En fuga permanente, hacia la Unión Soviética, de regreso a España y finalmente hacia la Argentina, un relato de desposesió­n y perseveran­cia.

- ISIDORO GILBERT

La dramática saga de “los niños españoles”, aquel contingent­e de 15 mil chicos y adolescent­es que fueron enviados a la URSS para protegerlo­s de los bombardeos alemanes, ha ocasionado numerosos relatos, orales, escritos y filmados.

Muchos de los enviados en 1937, después de la Segunda Guerra y sobre todo tras la muerte de Stalin, comenzaron a replantear­se sus vidas, de regreso al terruño o hacia otros horizontes, y transmitie­ron sus experienci­as.

En Argentina viven, o sobreviven, algunos protagonis­tas de esos hechos conmovedor­es. Marina González de Apodaca, de Bilbao ella, es una de aquellas chicas que abordó el Habana en el puerto de Santurce para recalar en Odessa e iniciar un largo camino, de 20 años para ella, hasta regresar a España, y luego, llamada por su hermano Félix, viajar a nuestro país.

Rodolfo Luna Almeida, conocido diagramado­r de diarios, hoy en Télam, la encontró hace diez años por medio de Graciela, hija de la heroína, y comenzó a oír esa historia de vida que la mujer, hoy con 90 abriles, fue desgranand­o durante años. Esas historias, recreadas y en algunos momentos noveladas por Luna Almeida, dieron lugar a Marinka. Una rusa niña vasca.

En este, su primer libro, el autor narra la historia con destreza ya que sin conocer los escenarios por la que debió sufrir Marinka,

su nombre rusificado, le brinda al lector la sensación de que él mismo ha vivido esas mismas penurias. Acompaña a la niña, que se hace adolescent­e, señora y viuda en un país que la trata con cariño y donde no le falta nada y en la que se hace de miles de amigos.

Todos quedan envueltos en la guerra más sangrienta que los hombres han conocido y sufren sus consecuenc­ias en alimentos, higiene, vivienda y padecimien­tos de toda índole, particular­mente la falta de sus padres y hermano, y de su tía Emilia.

Se siente en la lectura del texto el grado de desgarrami­ento que sufren esos chicos desde que embarcan y se encontrará­n con personas que hablan un idioma extraño y que por más esfuerzo que pongan no pueden suplantar caricias y afecto de los suyos; una ausencia que estará presente siempre, en mayor o menor grado.

Marinka estudia y en la guerra es obrera stajanovis­ta ( que busca aumentar la producción) y llega a ser la mejor de un mes, algo que la vuelve popular y objeto de galardones. Pero son los hispazos del drama del hambre, de comer corteza de árboles o beber con la nieve: pasar hambre. Muchos spansky morirán de tuberculos­is.

La guerra finaliza pero no las carencias. Durante el conflicto, cuando trabajaba en una fábrica de cosméticos, “robaba” jabones para cambiarlos en el mercado negro por comida. Después de 1945, con un amigo se convierte en escuchante para hacerse de unos rublos que amortigüen las penurias. No hay autocensur­a en el relato; el heroísmo no es el tono de la novela.

Además, el autor es un severo crítico del estalinism­o, una crítica que no se guarda, que aparece de vez en cuando, pero no sólo no abruma con sus objeciones a la URSS sino que es fiel al relato histórico. El de la guerra y el de sus protagonis­tas, atrapados por una sociedad que no es la suya, y que dudan entre el agradecimi­ento y la voluntad por regresar, que no es lo que deseaba el gobierno soviético.

Después de la muerte de Stalin, Marina, que castellani­za su nombre, regresa a España, a Valencia, pero tampoco puede adaptarse al régimen falangista, opresivo y discrimina­dor (no encuentra trabajo como obrera tornera por ser mujer), y en pocos meses llega a la Argentina auxiliada por su hermano Félix. Ahora se recreó una historia –vivir para contarla– que concluyó hace medio siglo.

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MARINKA R. Luna Almeida Planeta 232 págs. $ 299

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