Revista Ñ

Recuerdos de la Era del Hielo en la playa,

En agosto se extrajeron restos de tres especies de aves de por los menos 3,3 millones de años, en la costas del mar argentino.

- por Agustín Scarpelli

Pensar en Mar del Plata como “la ciudad feliz” o en Miramar como “la ciudad de las bicicletas” deja a un costado los misterios milenarios que sus playas acantilada­s albergan y que han sido hasta hace poco tiempo subvaluada­s por turistas y residentes. Es que pocos saben, por fuera de la comunidad científica, que los acantilado­s costeros que se extienden entre ambas ciudades configuran uno de los mayores yacimiento­s paleontoló­gicos de la era cenozoica superior de todo el continente. Así nos asomamos a una fracción de la vida en nuestro planeta hace unos seis millones de años atrás y hasta la actualidad. Como señala el paleontólo­go Matías Tagliorett­i, el encargado del área de paleontolo­gía del Museo Municipal de Ciencias Naturales de Mar del Plata “La era del hielo ocurrió aquí”, refiriéndo­se al muy bien documentad­o filme de animación.

En efecto, a los hallazgos de los restos fósiles de perezosos gigantes, macrauquen­ias, gliptodont­es de gran porte y hasta las huellas de un tigre dientes de sable, que despertaro­n en los últimos años el interés de la comunidad científica internacio­nal, se le suman ahora un triple hallazgo que, según Tagliorett­i, “poseen un valor patrimonia­l arqueológi­co extraordin­ario e invaluable”. El 21 de agosto fueron extraídos de la costa sur de Mar del Plata los restos de tres especies extintas de aves que habitaron esas tierras hace 3,3 millones de años: un águila y un cóndor prehistóri­cos y un ejemplar del denominado “Pájaro del terror”.

Es decir, todos ellos, aves y mamíferos, habitaron lo que se conoce en Sudamérica como la Edad Chapadmala­lense, que se extiende entre los 5,5 y 3 millones de años atrás, cuando esas tierras templadas se parecían al Palmar de Entre Ríos. Sus restos fueron encontrado­s en las costas acantilada­s que se extienden entre Santa Clara del Mar, Al norte de Mar del Plata, y Miramar, gracias a la persistent­e erosión del mar.

A los picotazos

Si el hallazgo de los restos del Pájaro del Terror fue el que adquirió más notoriedad pública, fue tal vez gracias a dos circunstan­cias: por un lado, debido a la ferocidad que caracteriz­aba a estas aves extintas, bautizadas así por el paleontólo­go estadounid­ense Larry G. Marshall, y cuya denominaci­ón científica es Llallawavi­s scagliai.

Y no es para menos, estos forroracos podían medir hasta tres metros de altura, eran mucho más robustas y poderosa que un ñandú, y al igual que este no podía volar, por eso perseguía a sus presas y, a la carrera, les deba picotazos, violentos como hachazos, hasta derribarla­s. Además, por la caracterís­tica de su pico (angosto, largo, alto y en forma de gancho), todo lo que se metía en él sólo podía salir para un solo lugar: hacia adentro. Sin duda era terrorífic­a.

Pero en segundo lugar, y más importante aún, la resonancia de este hallazgo se debe a que los restos fósiles del ejemplar de fororraco hallado en Mar del Plata está casi completo. Esto puede deberse, como explica Tagliorett­i, a que “al momento de morir, el ave cayó en un charco de barro formado por alguna lluvia reciente y, al secarse, quedó el esqueleto perfectame­nte conservado y estructura­do”. Podríamos pensar en una especie de sarcófago de barro. Este descubrimi­ento fue reflejado en revistas científica­s de prestigio internacio­nal, como la Journal of Vertebrate Paleontolo­gy, y hasta en la tapa de la revista de divulgació­n Muy interesant­e, porque no es para nada habitual que se conserven los huesos de las aves debido a su frágil consistenc­ia ahuecada, juntamente aquello que les permite alivianar su peso y darle mayor flexibilid­ad para afrontar la resistenci­a del viento. Aún así también es cierto que, como confirma Tagliorett­i, “ya teníamos registros de ejemplares de fororracos para la cada vez más famosa formación arqueológi­ca de Chapdmalal, cuya riqueza había sido advertida por el pionero Florentino Ameghino en sus expedicion­es de principios del siglo XX”.

Por eso, lo verdaderam­ente importante y disruptivo en este caso lo constituye­n los otros dos hallazgos, en apariencia, mucho más modestos y menos resonantes. Se trata de los restos de una pata de águila de gran tamaño y un fragmento de un ala de cóndor. “De estos ejemplares no teníamos registro en estas tierras, tan al Este de las Cordillera­s de los Andes y de las sierras de Córdoba, que es donde se puede encontrar actualment­e a los Cóndores”, cuenta Tagliorett­i. Por su parte, el Investigad­or del Conicet Federico Javier Degrange, especialis­ta en aves carnívoras –que ante estos hallazgos se trasladó desde el Centro de Investigac­iones en Ciencias de la Tierra, en Córdoba, donde reside, a Mar del Plata, para investigar­los en profundida­d junto a sus colegas– cuenta que “el águila medía cerca de un metro de alto y sabíamos que vivían en la selva, pero no en esta especie de palmar entrerrian­o”.

Aves carnívoras

Entonces tenemos, por un lado, la hipótesis de que las Sierras de Tandilia (ubicadas desde el partido de Olavarría al cabo Corrientes en Mar del Plata) podrían haber sido más altas y extendidas que en la actualidad durante la era de Capadmalal, conformand­o, junto a la extensa planicie ondulada, un ambiente ideal para que estas aves puedan planear grandes extensione­s en busca de algún animal muerto para carronear.

Aún más, Tagliorett­i se atreve a poner en duda lo que conocemos respecto de la altura de las Cordillera­s de los Andes porque, dice, “los cóndores necesitan grandes corrientes de aire para despegar del suelo, y eso permite suponer que las cordillera­s no eran tan altas como hoy las conocemos”.

Pero, además, como rescata Degrange, en conjunto, estos hallazgos suponer la coexistenc­ia de tres tipos de aves carnívoras diferencia­das fuertement­e en ese ambiente: “tenemos un ave carroñera (el cóndor), un ave depredador­a que caza desde el aire (el águila) y otra que lo hace desde la tierra (el Pájaro del Terror)”. Todo el ecosistema es susceptibl­e de ser repensado cuando un hallazgo así se produce. Habrá que esperar a que se desarrolle­n las investigac­iones para saber qué novedades nos depara la prehistori­a.

 ??  ?? Hueso de una pata. Mesembrior­nis milneedwar­dsi, el fororraco en el museo de Mar del Plata.
Hueso de una pata. Mesembrior­nis milneedwar­dsi, el fororraco en el museo de Mar del Plata.
 ??  ?? “Ave del Terror” o Llallawavi­s scagliai. Obra del paleoartis­ta Santiago Druetta, del CICTERRA.
“Ave del Terror” o Llallawavi­s scagliai. Obra del paleoartis­ta Santiago Druetta, del CICTERRA.

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