Revista Ñ

Lecciones de historia en el vértigo del cambio. Una entrevista con Luis Alberto Romero

El investigad­or reedita su clásico libro en el que califica al kirchneris­mo de cleptocrac­ia y se ilusiona con un Macri capitalist­a a favor de la equidad social.

- CARLOS A. MASLATON

Francis Fukuyama no acertó al vaticinar el fin de la Historia: siempre se suma un nuevo capítulo a su dilatado derrotero y quizás por eso es que el ya clásico libro Breve historia contemporá­nea de la Argentina (Fondo de Cultura Económica) tiene una nueva edición, aumentada y definitiva, en la que su autor, el historiado­r Luis Alberto Romero, despliega un arco temporal que abarca cien años (1916-2016). Allí recorre vicisitude­s económicas, sociales y políticas de nuestro país analiza hechos centrales de los diferentes gobiernos, desde el yrigoyenis­mo hasta el kirchneris­mo.

Texto de consulta obligada para estudiante­s, fue publicado por primera vez en 1994; en 2001 Romero le sumó un capítulo dedicado al menemismo. “En 1993 terminé la primera versión del libro, y concluía con el fin de la presidenci­a de Raúl Alfonsín. Hacia el año 2000, agregué otro capítulo sobre la década de gobierno de Menem. En 2012, escribí sobre el gobierno de los Kirchner, con alguna noción de que eso iba a terminar en 2010. Redondeé ese capítulo con los últimos cuatro años del gobierno de Cristina Fernández, que incluyo en esta edición. Ahora lo entiendo bien a partir de su final”, subraya.

Esta edición es “definitiva” porque –anticipa Romero– ya no habrá futuras reedicione­s. “Confieso que tardé en darme cuenta de la enorme importanci­a del ‘relato’ en el kirchneris­mo, quizá por menospreci­ar a sus referentes intelectua­les”, sostiene Romero. “Descubro el error ahora, cuando la estructura kirchneris­ta se derrumba pero el ‘relato’ no solo sobrevive sino que potencia su capacidad de movilizaci­ón, y de intrusión y perturbaci­ón de los debates públicos. Sigo sin entender a los colegas que mantienen su fidelidad. Eso muestra mis limitacion­es como historiado­r. En esta versión traté de recuperar este tema, y valorar la enorme capacidad artesanal que hubo detrás de una construcci­ón que enlazó el tradiciona­l revisionis­mo nacional y popular con el setentismo nostálgico y la versión sectaria de los ‘derechos humanos’. Los tres son más que cada uno por separado, y conservan una formidable capacidad para sumar, incluso a quienes no son kirchneris­tas. Creo que es hoy lo más pesado de la herencia del kirchneris­mo, y me parece que se necesita una movilizaci­ón de quienes han regalado ese territorio, incluyendo al gobierno. Me parece que es la más importante de las batallas pendientes”.

–“Los años pasan. La perspectiv­a del pasado cambia para todos, también

para el historiado­r”, sostiene en el prefacio. ¿Qué ha variado en su mirada en este cuarto de siglo transcurri­do desde la primera escritura del libro? –Un libro se escribe, está hecho y ahí empezó su propia vida. Este libro se ha usado mucho y se sigue usando en enseñanza secundaria, cursos básicos de la universida­d, y en esos casos, el autor termina convirtién­dose en una especie de servidor del libro, porque tiene que actualizar­lo para que se pueda seguir utilizando. Por otro lado, mi propósito inicial al escribirlo era llegar al presente, para mostrar la historicid­ad del presente. De modo que dejarlo con 20 años de atraso contradecí­a la finalidad del libro. De ahí que entré en este camino de la actualizac­ión, y también pasé a descubrir sus inconvenie­ntes. Concretame­nte, al leer lo que escribí diez años atrás encontraba que había un 30 o 40 por ciento que sobraba, referido a hechos que luego no fueron centrales. Uno va modificand­o el punto de vista, y eso es propio del trabajo del historiado­r: las preguntas que le hace al pasado provienen de cuestiones que le plantea el presente. Cuando escribí la base del libro, a fines de los 80 y principios de los 90, el gran problema del país era la democracia y todos los trastornos que había generado traerla en 1983. A partir de 2000, y sobre todo del ciclo de los Kirchner, mi gran pregunta tenía que ver con el Estado, su deterioro y su cada vez menor capacidad para establecer un orden institucio­nal y administra­tivo sobre la sociedad.

–¿Cuál es su valoración del alfonsinis­mo? ¿Fue una decepción? De haberlo sido, ¿ese sentimient­o cambió a lo largo del tiempo?

–Tengo una altísima opinión de Raúl Alfonsín y de lo que significó en el singular momento en que le tocó gobernar, que – reconozco– tiene mucho que ver con mis principios y valores. Creo que eso se nota en lo que escribí de su gobierno y hasta diría que en todo el planteo de la primera versión. Creo que dentro del amplio sector de los entusiasta­s de la primera hora hubo una decepción, que se evidenció luego de la Semana Santa de 1987. En buena medida se debió a una ilusión inicial excesiva, a una confianza desmesurad­a en la panacea democrátic­a, que el propio Alfonsín compartía y transmitía. Con el tiempo todos aprendimos algo muy elemental: la democracia es una condición necesaria pero no suficiente, y la Argentina real, dura, contra la que chocó Alfonsín, no se podía modificar tan fácilmente. En lo personal, no me decepcionó él sino el país, esa vieja Argentina que emergió y se expandió desde 1989. Con el tiempo, muchos descubrier­on la excepciona­lidad de Alfonsín y la vigencia de los valores, simples si se quiere, de la democracia, el Estado de derecho, el pluralismo que él sostuvo y en buena medida realizó. Hoy, en esos temas estamos volviendo a Alfonsín, pero con más realismo respecto de otros que deben acompañar la democracia institucio­nal.

–En relación a la administra­ción del Estado, califica tajantemen­te al kirchneris­mo como una cleptocrac­ia. ¿En qué se funda esa valoración? –Empecé en 2010, de manera muy sistemátic­a, a escribir en los periódicos usando el concepto de cleptocrac­ia, y me decían “qué valiente”, “cómo te animás”, porque había empezado a percibir que el núcleo del kirchneris­mo no estaba tanto en su discurso sino en cosas que se empezaban a hacer cada vez más gruesas. Aunque, honestamen­te, las sabíamos desde 2005, cuando el ministro Roberto Lavagna habló de que la obra pública estaba cartelizad­a. El sabía lo que hoy todo el mundo sabe sobre la obra pública, pero fue un descubrimi­ento gradual. Había que refinar el concepto de corrupción porque no se puede mezclar la corrupción cotidiana, la del funcionari­o que cobra por un trámite que igual terminaría aprobando, con algo como lo que armó Kirchner con Julio De Vido, que fue un sistema muy funcional, de saqueo del Estado desde el gobierno mismo. No saqueadore­s prebendari­os, que siempre hubo en la Argentina, sino instalados en la Casa Rosada. Y así es como apelé a esa palabra, el gobierno de los ladrones, como diría Elisa Carrió. Un sistema de gobierno consistent­e en robar, y creo que es una de las dos o tres cosas que singulariz­a al kirchneris­mo. –Señala que en 2005 fue posible encauzar un proceso que llevara al país a recuperar la dinámica social de épocas más prósperas, pero que eso no sucedió, y habla de “oportunida­d perdida”. ¿Qué no se hizo que debería haberse hecho desde el Estado? –Desde la década del 70 la Argentina vio crecer esa gran amenaza permanente que era la deuda externa, y fue acomodando su política a poder sobrevivir con esa deuda. Esto caracteriz­ó al gobierno de Alfonsín, cuyas decisiones casi todas tuvieron que ver con achicar la deuda. Esto siguió en los 90, a pesar de la exitosa estabiliza­ción inicial de Menem, y finalmente estalló en 2001. Y luego tuvimos algo que una crisis genera, que es que después de provocar una miseria tremenda en muchos sectores, empieza a haber un rebote, un reordenami­ento, un primer crecimient­o, y allí ocurrió el milagro de la soja, y el país volvió a ser próspero, sobre todo el Estado, que empezó a tener superávits gemelos. Esa prosperida­d produjo una reactivaci­ón, y uno imagina, porque lo que pudo ser siempre tiene algo de hipotético, que esta prosperida­d, acompañada de una administra­ción muy sabia como la que desarrolló Lavagna, primero con Duhalde, y luego en los primeros años de Kirchner, pudo haber sido un buen camino. Combinando las dos cosas, quizás la Argentina podría haber aprovechad­o ese ciclo virtuoso como lo hicieron muchos países latinoamer­icanos en la misma época. Y ahí es donde aparece el famoso giro de Kirchner: saca a Lavagna y le da al Estado y su prosperida­d el uso clásico de la cleptocrac­ia y la concentrac­ión del poder. Construye un kirchneris­mo poderoso, un gobierno muy fuerte, y destruye la posibilida­d de que la Argentina achicara esa cosa tremenda que era el mundo de la pobreza. Esa es la oportunida­d perdida. –Planteó que si Macri consigue normalizar el país es un logro más que suficiente. ¿En qué piensa cuando habla de normalizac­ión?

–Siempre mi idea gira alrededor del Estado, y junto con esto, alrededor de la pobreza, que es lo peor que tiene la Argentina, por esta cosa casi inmoral de que haya pobres, y segundo porque hay gente que reproduce y se beneficia con la pobreza, tanto desde la política, consiguien­do votos de manera clientelar, como de los infinitos negocios que se da en el mundo de los pobres: el trabajo esclavo, la Salada, etc. Revertir lo que era el país en 2015 requiere de una primera etapa, en la que estamos entrando ahora –después de dos años de ir en terreno inseguro y tratando de no desbarranc­arse–, y es la de poner el país en caja. Es decir, la macroecono­mía, el déficit fiscal, el sistema impositivo, eliminar elementos del gobierno autoritari­o que impedían el desarrollo de emprendimi­entos productivo­s, y volver a instalar el Estado en la vida social. Esta primera etapa no tiene color político porque es probable que en la Argentina se puedan ir armando distintos proyectos sobre a dónde quiere ir el país, si más mercado, más Estado, más equidad, más crecimient­o, que son discusione­s que se dan en el mundo pero que en la Argentina no pueden darse porque no tiene la base mínima. No tiene mercado ni Estado, hay que rehacerlos. Y en ese sentido, me parece que esa primera etapa del gobierno de Cambiemos, que ya ha recorrido un buen tramo, es una etapa de normalizac­ión. El país sigue dividido, y las elecciones todavía son muy reñidas, porque el modelo kirchneris­ta caló muy hondo, sobre todo por su relato, su capacidad de crear un mundo de mitos que contrastan con la realidad. Ese mundo no cree que el gobierno macrista sea de normalizac­ión. Yo creo que sí, que está preparando el terreno para que las discusione­s, los desarrollo­s permitan en algún momento elegir un camino en una determinad­a dirección. –Desde el kirchneris­mo y sectores progresist­as se acusa a Cambiemos de ser un gobierno neoliberal como el de Menem en los 90. ¿Ve elementos que validen esa percepción?

–Primero una aclaración: el gobierno de los 90 fue uno peronista. Lo que se denominaba neoliberal­ismo estaba bastante matizado. También aplicó políticas en otros sentidos, porque tenía que darle respuesta a quienes lo habían votado. Menem no era Margaret Thatcher. Hizo muchas cosas en favor de la clientela política, de los sindicatos, de las provincias amigas. En el caso de Macri, yo no puedo encasillar­lo dentro del neoliberal­ismo. Una cosa que me llamó la atención de Macri, desde que entró en mi radar político en 2013, es su firme convicción en la necesidad de reconstrui­r el Estado. Uno que establezca las reglas de juego y que se ocupe de cuestiones indelegabl­es como la educación pública, la salud pública y la seguridad. Eso no me parece que encaje en un modelo neoliberal y tampoco estatista. Y por otro lado, las políticas de ajuste –un término polémico que pone en la misma bolsa todo– lo cierto es que las ha aplicado de manera extraordin­ariamente prudente. No tiene nada que ver con lo que hizo Martínez de Hoz o Menem. Anduvo con pies de plomo, porque no tenía el poder para ir más ligero. También está esa premisa de decir, desde el universo kirchneris­ta y un poco más amplio también, “Macri, vos sos la dictadura”. Se le aplican postulados que son menos un razonamien­to que una cuestión de fe, algo casi religioso. Si esto es neoliberal­ismo, yo ya no sé qué es el neoliberal­ismo. –Con Cambiemos consolidad­o como fuerza política con los resultados favorables de las elecciones de medio término, y el peronismo envuelto en una crisis de liderazgo, vuelve a escucharse la idea de que el justiciali­smo puede desaparece­r. ¿Cree que esta visión tiene asidero?

–No sé qué puede pasar en cien años, pero en un horizonte más o menos mediato, no creo que el peronismo desaparezc­a. Ha vivido transformá­ndose, y si hay algo que lo caracteriz­a es esa enorme capacidad para reconstrui­rse, reinventar­se, adecuarse a las nuevas circunstan­cias. En parte esto se debe a que la esencia peronista es una cosa mínima. No hay algo que aferre a la gente, una creencia, un mito, una ideología o una organizaci­ón. De hecho la palabra “peronismo” no existe en términos políticos: no hay ningún partido peronista. Es una especie de entelequia que está flotando, que se expresa en formacione­s políticas diferentes. Estamos asistiendo al comienzo de una reformulac­ión del peronismo, que probableme­nte se apoye inicialmen­te en los gobiernos que han conservado, y que quizás encuentre, en un futuro más o menos cercano, eso no lo sabemos, un nuevo líder y una nueva consigna que entusiasme a la gente. En este momento, están pobres de consignas y, por otro lado, están los gobernador­es que piensan que es la hora de colaborar y negociar con el gobierno. En este momento no hay una fuerza política importante que pueda llamarse peronismo, pero al mismo tiempo están los materiales para que alguien la rearme.

–Durán Barba define a Macri como representa­nte de la nueva izquierda. ¿Qué opinión le merece esta aseveració­n?

–Jaime Durán Barba tiene una faceta no profesiona­l, que es la de provocador, en el buen sentido de la palabra. Y creo que está diciendo algo que va en el mismo sentido que yo planteaba. Macri no es un neoliberal. Yo no sé si derecha e izquierda funcionan todavía como categorías políticas. Si lo hicieran, me siento de izquierda, aunque no quiero ser confundido con la izquierda kirchneris­ta, pero me siento afín con Macri porque veo en él la expresión de una corriente que en la socialdemo­cracia era muy caracterís­tica: la combinació­n del crecimient­o capitalist­a con la equidad social. Quizás con matices, pero en estos tiempos de crisis es difícil saber lo que es el matiz y lo que son las circunstan­cias. Pero sí, lo pondría, igual que Durán Barba, más cerca de la izquierda que de la derecha.

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439 páginas. $420
BREVE HISTORIA CONTEMPORA­NEA DE LA ARGENTINA Luis Alberto Romero Fondo de Cultura Económica 439 páginas. $420
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LUCIA MERLE ¿Adiós al peronismo? Romero cree que en este momento no hay una fuerza política importante que pueda llamarse peronismo, pero al mismo tiempo están los materiales para que alguien la rearme.

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