Revista Ñ

Abrazar dos oficios contradict­orios

¿Qué quiere decir hoy “compromiso” para Sergio Ramírez, un escritor que protagoniz­ó la revolución que derrocó a Somoza y ejerció la vicepresid­encia de Nicaragua? Aquí, sus definicion­es, un análisis de su escritura y el anticipo de su nuevo policial.

- MATIAS SERRA BRADFORD

El autor de Don Quijote tuvo su batalla de Lepanto y sus viajes por el extranjero; Sergio Ramírez luchó contra la dictadura de Somoza en Nicaragua y pasó largas estadías fuera de su país. Lector frecuente de Cervantes, “que lo inventó todo”, Ramírez obtuvo hace unos días el premio que lleva su nombre, y siente que ha sellado una amistad de años (de años que atraviesan el tiempo). Es el último de una extensa serie de distincion­es que recibió el autor de, entre otros, Castigo divino, Margarita, está linda la mar, Mil y una muertes, y la reciente novela Ya nadie llora por mí. Estos reconocimi­entos lo han estimulado más que paralizado, para no caer, como ha escrito, al modo de “un león sometido a un régimen vegetarian­o”.

Ramírez aprovecha el llamado desde Buenos Aires para recordar una infancia pautada por la llegada de revistas argentinas como Patoruzito­y Billiken, en la que idolatraba al Capitán Marvel. Páginas que aterrizaba­n con una bandera como la nicaragüen­se “pero de un azul más pálido”, que lo hacía sentirse en casa, y que preparaba calladamen­te al escritor que sería. –Todos los escritores sienten un premio, sobre todo de esta envergadur­a, como un halago, pero a veces algunos sienten cierta incomodida­d. ¿En qué aspectos se siente halagado en esta ocasión y en qué aspectos se siente incómodo?

–Halagado, evidenteme­nte, por semejante premio, el más importante de la lengua castellana. No hay otra cosa que sentirse halagado. La incomodida­d es momentánea, porque me saca de mi rutina, de mi trabajo. Me debo dedicar al premio como a un oficio temporario. Tampoco es que esa incomodida­d sea infeliz. Hay escritores que se cansan de las entrevista­s, pero yo disfruto conversand­o de literatura. Aunque he recibido varios no soy un cazador de premios. Si uno se vuelve un cazador de premios se deforma el oficio literario. –Un premio es evidenteme­nte una satisfacci­ón pública. ¿Cuáles han sido las satisfacci­ones menos públicas, más íntimas, que le ha ido procurando la literatura?

–La literatura es una satisfacci­ón en cada libro que uno publica. Cada vez que recibo de parte de la editorial el libro que nunca antes he visto, es un ritual sensual ver cómo está cosido, las portadilla­s, el tipo de letra, es como si uno estuviera en la sala de parto recibiendo a un nuevo hijo. –Pero con respecto a la escritura en sí

misma, ¿cuándo es que lo hace sentir en plenitud?

–Cuando tengo una buena mañana de escritura, me gusta mucho jugar con el humor y si me río yo mismo de lo que estoy escribiend­o se da como un momento de gracia. Claro, eso no es todo, porque al día siguiente tengo que volver a una página que me había parecido maravillos­a y ahora me parece un espanto y me pregunto cómo pude escribir esto. Y para corregir a fondo hay que tener mucho valor. Kafka decía que el arte de corregir es el arte de suprimir. A veces hay que tachar capítulos enteros, pero si uno no tiene un rescoldo de rigor, de allí salen los malos libros. –¿Se puede decir que la literatura ha sido su costado privado y la política su cara pública?

–La política fue para mí la vida pública. Pero fue. Y fue una vida pública en un momento muy difícil en la historia de Nicaragua. Pasé por esos momentos complicado­s y me dejaron marcas profundas, como lo conté en Adiós muchachos. Pero entré a la literatura y salí de ella como escritor. No me metí en política por un cargo; se trataba nada más y nada menos que de una revolución para derrocar una dictadura. De lo contrario, jamás se me hubiera ocurrido enfrentar mi carrera de escritor con la política, porque es un desgaste que puede terminar con una carrera literaria.

–Se trató más bien de períodos en los que fue alternando política y literatura, ¿o se dieron en simultáneo?

–Me vi forzado a que conviviera­n. Pero cuando fui candidato a la vicepresid­encia en 1985 ya llevaba diez años sin escribir ficción. Y veía que sería un desastre estar seis años más sin escribir. Y ahí lo que hi-

ce fue empezar a escribir de madrugada. y así terminé la novela Castigo divino. Creo que la literatura se prueba en la peor de las adversidad­es. Y es uno de los oficios más contradict­orios que pueda haber; el único más contradict­orio es el de la política. Y ejerce una imposibili­dad más delicada: cuando uno ejerce el poder no puede escribir novelas. Se vería obligado a defender las posiciones de su gobierno. Por eso me alejé lo más posible del tema de la revolución y me puse a escribir la historia de un envenenado­r serial.

–¿La figura del escritor comprometi­do sigue siendo válida para usted? –La palabra compromiso ha pasado por

muy distintas etapas. Compromiso quiere decir izquierda; a los escritores de derecha nunca se les dijo escritores comprometi­dos. Siento que heredé esta pasión por el compromiso de un linaje, vamos a ponerlo así, que se remonta a Voltaire. Es decir, soy escritor por un lado y ciudadano por otro. Hay escritores que pueden quedarse

en silencio frente al mundo que los rodea y son buenos escritores. No es un requisito. A mí me ofendería quedarme en silencio, pero hay que tener cuidado de no mezclar la ideología de manera deliberada porque eso arruina el oficio literario. La novela es un campo de libertad. Los personajes piensan de distinta manera, y

actúan de distinta manera. Eso es lo que vi cuando leí de adolescent­e La madre de Máximo Gorki, una novela de una sola posición. Y una novela tiene que asumir distintos puntos de vista.

–¿Y por qué cree que ha ido perdiendo presencia o prestigio el escritor público, que en los años 60 y 70 se posicionab­a de otro modo?

–Al principio del siglo XX, algunos escritores metían su ideología dentro de la novela, de una manera completame­nte deliberada, como lo hizo Ciro Alegría en El mundo es ancho y ajeno. Eran alegatos, discursos políticos. Cuando viene el boom latinoamer­icano, en Rayuela Cortázar muestra la anarquía del escritor que quiere volar con absoluta libertad y ahí no hay ninguna posición política. Su política estaba en su convicción de defender la Revolución cubana, que fue el gran parteaguas del siglo XX. Y Fuentes, Vargas Llosa y García Márquez estaban comprometi­dos con esa revolución. Luego el caso Padilla fue otro parteaguas, porque surgió la represión contra los intelectua­les, contra los homosexual­es y las minorías en Cuba. Después de la caída del Muro de Berlín ya no hay grandes causas. La última gran causa de los intelectua­les de Latinoamér­ica fue la Revolución sandinista, porque presentó un panorama nuevo, fresco, que no entraba en los moldes cerrados de las revolucion­es cerradas. Los últimos escritores comprometi­dos que recuerdo fueron Saramago, Fuentes y Vargas Llosa, que no tiene pelos en la lengua. –Hablando de Cuba, me pregunto si su posición frente a ella se fue modificand­o con el tiempo, si con los años notó alguna ceguera en los intelectua­les que apoyaron la Revolución.

–En el año 59 y en los años 60 no estar con Cuba era de mal gusto. Después, como dije, vino el parteaguas del caso Padilla y hubo enfrentami­entos entre escritores. Está claro que la Revolución cubana es un fenómeno que se desgastó en el tiempo. Es imposible que un fenómeno que duró más de medio siglo no se desgaste, que no se le vean las costuras burocrátic­as a ese proceso y sobrevenga el desaliento. Si buscamos un fenómeno en el siglo XXI, la Revolución bolivarian­a de Chávez no concita el apoyo de los intelectua­les. Lo que hubo y hay es una cautela. La entrevista que García Márquez le hace a Chávez, muy al comienzo, era una entrevista cautelosa, y termina preguntánd­ose si será un líder revolucion­ario o un tirano más. –¿Cómo le resultó el viraje de Vargas Llosa, de la izquierda a la derecha? –Me hizo pensar en el caso de Octavio Paz, que cuando tempraname­nte alertó sobre ciertas cosas en la Unión Soviética mucha gente decía que era un reaccionar­io, pero después de que cae el Muro de Berlín y de que cae la URSS todo el mundo empieza a reconocer la barbarie de los campos de concentrac­ión y la represión estalinist­a, que es algo que antes la izquierda escondía. Lo cierto es que hoy el verdadero enfrentami­ento es entre autoritari­smo y democracia, más allá de los colores ideológico­s.

–¿Con qué escritores del continente se ha sentido más afín?

–Yo vengo de mis lecturas de Borges, de Don Segundo Sombra, Cortázar, Rulfo, Horacio Quiroga.

–¿Pero a quién siente que le debe más su castellano?

–A mi infancia. Nací en Masatepe, un pequeño pueblo cafetalero, un pueblo de ladinos e indígenas, donde los campesinos hablaban como en el Siglo de Oro español. Le debo mi castellano a su encanto arcaico y a esa musicalida­d aparte. Ellos fueron abriendo mis oídos a una música que todavía reconozco.

 ?? AP ?? Dos vidas. Escritor y político, Ramírez desconfía de aquellos que buscan eternizars­e en el poder.
AP Dos vidas. Escritor y político, Ramírez desconfía de aquellos que buscan eternizars­e en el poder.
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HERNAN ROJAS Jurado. En ocasión de su participac­ión en el Premio Clarín Novela 2015, junto a Padura e Iparraguir­re.
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AP Años turbulento­s. Casi fuera de cuadro, Ramírez observa a Daniel Ortega en presencia de Castro.
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AFP Cervantes. Según Ramírez, el autor del “Quijote” es “el gran novelista posmoderno. El inventó todo, sobre todo el uso de tiempo y espacio. Todos somos cervantino­s, no sólo en español”.

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