Revista Ñ

Ausencias en el museo y en las coleccione­s

- ANDREA GIUNTA HISTORIADO­RA DEL ARTE, DIRIGE EL CENTRO DE ARTE EXPERIMENT­AL DE LA UNSAM

No se nace feminista. En algún momento se produce ese giro que implica un cambio de perspectiv­a. La posibilida­d extraordin­aria de comenzar a ver las cosas de otra manera; de lo unilateral a la opción, la alternativ­a, la diferencia. Un conocimien­to nuevo, insubordin­ado respecto de los poderes normativos que regulan el poder en todos los campos de la cultura y de las relaciones sociales. Hace siete años repetía con tranquilid­ad clichés naturaliza­dos en el mundo del arte: que este no tiene género, que la denominaci­ón de artistas mujeres así como sus exposicion­es crean guetos, que en arte lo único que importa es la calidad, que si una artista es buena será reconocida.

Cuando comenzamos junto a Cecilia Fajardo-Hill el proyecto de la exposición Radical Women: Latin American Art, 1960-1985 (actualment­e en el Hammer Museum, Los Angeles) partimos de la percepción de que la proporción de artistas mujeres en el mundo del arte era sorprenden­temente baja. Comenzamos a investigar, a construir estadístic­as, a desarmar los estereotip­os que nosotras mismas portábamos como curadoras e investigad­oras formadas en un mundo del arte construido desde perspectiv­as y valores patriarcal­es. En el momento en el que comencé a presentar gráficas que demostraba­n, por ejemplo, que entre 1911 y 2017 las artistas mujeres habían recibido cinco veces el Gran Premio de Honor de Pintura del Salón Nacional y los varones 91, me respondían desde nuevos lugares comunes: es cierto que hay menos artistas mujeres, pero son mejores. ¿Cómo se demuestra esto?

Las artistas mujeres (una clasificac­ión que no suscribimo­s en forma esencialis­ta, pero que administra­tivamente se asigna, sea cual sea la identifica­ción de género de cada uno) están escasament­e representa­das en las coleccione­s de los museos, en el mercado del arte (donde cotizan y venden mucho menos), en las exposicion­es antológica­s y en las colectivas, en las revistas de arte. En el arte argentino contemporá­neo las grandes estrellas son los artistas a los que administra­tivamente se clasifica como varones.

En las salas del Museo Nacional de Bellas Artes no solo es elocuente su ausencia en la exposición de la colección permanente: Berni tiene una sala especial ¿por qué no Raquel Forner? ¿Por qué no se realizan allí exposicion­es retrospect­ivas de artistas mujeres? Los porcentaje­s no solo se constatan en las artes visuales: son también alarmantes en áreas como composició­n musical, dirección de cine, dirección de orquestas, literatura, repertorio­s en conciertos, artes escénicas, periodismo.

Radical Women involucró un proceso de investigac­ión que transformó todos los parámetros que en años de profesión había consolidad­o. Tuve que volver a pensar, desarmar este- reotipos, revisar mis propias prácticas. Comenzamos la investigac­ión de la exposición con una oposición importante dentro del medio artístico. Nuestros colegas curadores (varones y mujeres) reaccionab­an casi con violencia ante la propuesta de exponer artistas mujeres; el término feminismo irritaba. Cuando la oposición es tan fuerte, también lo es el trauma. Decidimos asumir los riesgos y hacerla exactament­e como la habíamos concebido. Las condicione­s actuales han cambiado. #niunamenos o la reacción en los Estados Unidos al discurso misógino activado desde Washington han contribuid­o a este cambio. La recepción de la exposición fue inesperada­mente celebrator­ia, tanto en el Norte como en el Sur.

El proceso de realizarla cambió todos mis presupuest­os. Mi trabajo se formula ahora desde una nueva plataforma de ideas. En lugar de excluir en función del filtro que me impone el mundo del arte, interrogo sistemátic­amente los lugares comunes, naturaliza­dos, y los analizo desde datos irrevocabl­es, desde la historia y desde la teoría. Pude así formular problemas nuevos y estudiar la obra de artistas que antes me resultaban invisibles. La pregunta por las obras de arte que el siglo XX ha excluido en la Argentina es la que también formulan las “Desesperad­as por el ritmo” (Marcela Astorga, Elba Bairon, Adriana Bustos, Marina De Caro, Ana Gallardo, Silvana Lacarra, Mónica Millán, Cristina Schiavi) cuando en sus coplas trazan las genealogía­s de artistas mujeres ausentes en los museos, en las coleccione­s, en el mercado del arte argentino. La situación se reproduce en América latina y en el mundo.

Durante años la artista peruana Teresa Burga, cansada de la indiferenc­ia del medio ante su trabajo, guardó sus obras en valijas bajo la cama. Cuando una retrospect­iva reciente las sacó a la luz se produjo un efecto expansivo: hoy se la ve en la Documenta, en la Bienal de Venecia, en exposicion­es internacio­nales y en el MALBA. El reconocimi­ento llega en el borde de su vida. Existe cientos de casos semejantes. Falta un coleccioni­smo de artistas mujeres: faltan, incluso, más coleccioni­stas mujeres. ¿Por qué no forman ellas sus propias coleccione­s?

Los parámetros patriarcal­es que rigen las escenas del arte están lejos de haberse modificado. Probableme­nte no se perciban de inmediato las consecuenc­ias de esta naturaliza­da violencia simbólica. Cuando sistemátic­amente se cercenan expresione­s culturales no solo se afecta a quienes se expresan, sino a todos los que no podemos ver las obras, escuchar la música, leer los libros o acceder a la opinión editorial de quienes no llegan a los públicos simplement­e porque el sistema, de una forma silenciosa pero eficaz, reduce sus espacios de visibilida­d.

Es por todo esto que ahora desde la Asamblea Permanente de Trabajador­as de Arte y el compromiso de 37 puntos Nosotras Proponemos, convocamos a nuestrxs colegas, mujeres y varones. Los principios de equidad y respeto pueden y deben ser aplicados, predicados y respetados por todxs. Aunque nos referimos al mundo del arte, nos posicionam­os ante toda forma de violencia patriarcal y machista, desde la más visible hasta la más sutil y poco perceptibl­e, una violencia que se exacerba de acuerdo a la raza, la orientació­n sexual, la geografía, la edad y la clase social.

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Sin título, de Liliana Maresca. En “Radical Women: Latin American Art” (Hammer Museum).

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