Reglas para convivir en el campo virtual
El sociólogo francés dice que Internet es un fenómeno muy rico al que no le teme. Valora en particular el potencial creativo de los artistas locales.
Cuando estaba hablando con un productor de una película india en Bombay el sociólogo francés Frédéric Martel debió cortar la conversación porque un chimpancé los interrumpió y podría haber apagado el grabador. Acostumbrado a pasar tiempo fuera de su país para investigar, se rió y siguió adelante: sabía que para entender la “guerra mundial cultural” tenía que hablar con Hollywood, pero también con Bollywood.
De visita en Buenos Aires, Martel sigue buscando respuestas a las preguntas que se formula desde hace tiempo: por qué los fenómenos masivos se convierten en tales y cómo Internet fue cambiando la forma de consumir los productos culturales.
Además de teorizar, Martel tiene una particularidad: es un apasionado entrevistador. Para Cultura Mainstream, uno de sus libros, entrevistó a más de 1.200 personas, entre productores, directores ejecutivos y realizadores de empresas que realizan grandes películas comerciales (blockbusters) como DreamWorks, Universal o Disney. Pero también como las cadenas saudíes Rotana y Al Jazeera o la industria cinematográfica india.
Por esta razón viaja mucho. “Mi conclusión principal es que estamos ‘geolocalizados’, lo que significa que aunque seamos globales, estamos anclados a lugares territoriales y que a nivel cultural esa mezcla produce ‘industrias creativas’”, explica Martel, discípulo de Pierre Rosanvallon, un historiador clave de la academia francesa actual.
La definición de “industrias culturales”, de la Escuela de Frankfurt (principios del siglo XX), ha quedado petrificada, sostiene el investigador y por eso prefiere hablar de “industrias creativas”. “Ya no se trata simplemente de productos culturales, sino también de servicios. No sólo de cultura, también de contenidos y formatos. No sólo de industrias, también de gobiernos”, explica en Cultura Mainstream. Su relación con nuestro país es cercana: en Global Gay (2012) estudia la ampliación de los derechos homosexuales alrededor de 45 países, y la Argentina es un jugador clave en ese escenario. Este año, considera que otra vez este país es central para su próxima investigación. En diálogo con Ñ, repasa ideas: su optimismo crítico sobre Internet, la relación de Europa con la cultura separatista, etcétera.
–Tenés una visión optimista de Internet. Sin embargo, el ideal de que sea una herramienta democratizadora está cuestionado por ciertos usos gubernamentales.
–No ignoro que hay colegas muy preocupados por la privacidad, por la Agencia Nacional de Seguridad de los Estados Unidos, los datos personales y su soberanía. De hecho, fui uno de los primeros en hacer una petición para otorgarle asilo político en Francia a Edward Snowden e hicimos una campaña. Y desearía que existiera un Snowden en Oriente Medio, en Venezuela y en tantos otros países para saber qué ocultan los gobiernos. Pero no creo que Internet sea malo o bueno por sí mismo. Creo que es un fenómeno muy rico que aún no comprendemos del todo.
–Si tuvieses que periodizar la cultura digital, ¿dónde dirías que estamos? –Recién ahora estamos entrando en el siglo digital, apenas en el comienzo. La revolución que estamos viviendo probablemente sea más importante que la Revolución Industrial: modifica todas las relaciones existentes.
–¿Qué estás investigando actualmente?
–Ahora me estoy concentrando en cómo funcionan las recomendaciones online. Así como los soportes de streaming nos recomiendan música, películas y libros, ¿qué sucederá en un tiempo cuando queramos comprar un auto o una casa? El modo tradicional de las recomendaciones ya no funciona, esto ya lo sabemos. –¿Cómo llamás a este fenómeno? –Con un equipo de investigación hablamos de “curación inteligente” (smart curation). Publicamos un artículo y para explicarlo podemos tomar el discover weekly de Spotify (“descubrimiento semanal”, propone músicas en base a las elecciones realizadas). Maneja tres filtros: el primero es lo que escuchaste recientemente, tu propia curación. El segundo es mainstream, lo que se escucha en todo el mundo. Y el tercero remite a los influencers: artistas, periodistas, bloggers, instagramers, dj’s. La ingeniería lo combina y genera las recomendaciones. –¿Y por qué es relevante estudiarlo?
–Es relevante no sólo porque mejora la calidad de la recomendación, sino que sobre todo, cambia la forma de vínculo con la cultura: obliga al usuario a salir de su burbuja-filtro, y da más apertura y a la vez restricción. Todo esto es un proceso que no comprendemos del todo aún y puede seguir intensificándose a otras áreas. Netflix dice que tiene 600 ingenieros trabajando en su algoritmo y lo hace con 78 mil géneros que funcionan conjuntamente en ese algoritmo.
–¿Qué te trajo a la Argentina?
–Una segunda parte de mi investigación que tiene que ver con artistas jóvenes. Y la Argentina es un lugar interesante para eso porque hay muchos. Las personas creativas tienen más lugar que antes a partir de un modelo económico que está cambiando mucho. En el lapso 20002015 tenemos más músicos que hacen más dinero, aun con la desaparición de los medios físicos como el CD. Muchos perecen en el camino, pero a la larga, se ve que Internet no era malo para los músicos, porque tenemos un sistema de difusión mucho más simple de los contenidos.
–¿Cómo resumirías lo que planteaste en tus tres libros anteriores? –Primero, traté de ver cómo la globalización, esto es, la internacionalización de los cambios, los productos y los servicios, se producen a más velocidad y cómo esto afecta a la cultura; esto fue Cultura Mainstream. Segundo, cómo Internet juega un rol importante en eso; esto fue Smart. Y cómo todo esto impactó en cambios de identidades y valores; lo traté en Global Gay con la cuestión gay como símbolo de debate de una identidad. Lo que me interesa no es Internet, sino cómo la web revoluciona, indirectamente, el sector de las industrias creativas.
–Los conceptos de esos libros ¿siguen funcionando?
–Bueno, un investigador o un periodista trata de encontrar patrones, modelos o reglas, que existirán aunque el contexto vaya cambiando. Puede ser que Amazon sea más grande que hace unos años, que Alibaba (mercado online de origen chino) haya crecido también más. Pero la pelea cultural entre China y Estados Unidos o la dominación o necesidad de regulación de los gigantes de Internet todavía se mantienen. –Uno de los conceptos que más que más usás es el de “soft power” (poder blando). ¿Podrías explicarlo?
–La idea principal, que está en Cultura Mainstream, es que el soft power se usa para influir en los asuntos internacionales y “lavar” la imagen de los gobiernos. Pensando en grandes potencias como Estados Unidos, muchas veces es la influencia cultural y no su fuerza militar o industrial (el hard power) para expandir su predominio: las películas, la música, los libros. Hay una guerra cultural a nivel mundial y es interesante porque el soft power es algo que opera y se puede explicar a través de la Argentina y Francia. –¿Por qué?
–Porque no somos jugadores clave en el juego de la globalización, ninguno de los dos países. No somos Estados Unidos, China o Rusia. Somos más chicos, tenemos una población más pequeña y es un desafío ser parte de la discusión global. El soft power es nuestra mejor herramienta para ser influyentes a nivel global, incluso sin tener el peso que tienen los grandes en la diplomacia o la economía mundial.
–Es llamativo que la nación que “inventó” la libertad moderna haya perdido ese papel mundial preponderante.
–Sí, pero fijate que el matrimonio igualitario, que es una expansión de derechos, se legisló en la Argentina antes que en Francia. Esto tiene que ver con que el centro y la periferia ya no son tan definidos ahora. El país de los derechos humanos, el de la Revolución Francesa, no ha sido el primero en adoptar algo que está fuertemente arraigado en la tradición de los derechos humanos, como el matrimonio igualitario. Por eso la Argentina es un país interesante en cuanto al soft power. “El soft power es la atracción, y no la coerción”, me explicó Joseph Nye, politólogo estadounidense, en su despacho. –La idea de un “poder blando” ¿puede explicar los conflictos separatistas que atraviesa Europa con el ejemplo de Cataluña a la cabeza?
–Es difícil contestar porque soy francés y los franceses somos muy centralizados. Creemos en la lengua francesa, no en las locales. Es una tradición desde la Revolución Francesa: los maestros de la Tercera República en adelante, entre 1875 y la Segunda Guerra, impartían un tipo de educación unificada conocido como el modelo francés. Pero creo que se puede hablar de una “inseguridad cultural”. Tomemos el caso de Quebec, que es una comunidad francoparlante de Canadá. ¡Ellos son extremadamente franceses! De hecho, no entienden cómo los propios franceses no somos como ellos. Eso es porque la cultura francesa no está bajo amenaza en Francia. Podés hablar inglés, pero el francés se sigue hablando sin problemas.
–Antes de que Trump llegara a la presidencia no se hablaba tanto de “noticias falsas” como hoy. ¿Qué pensás del fenómeno?
–No quiero ser muy categórico sobre las noticias falsas. Pero sí diré que no es un fenómeno nuevo. Existió desde siempre. Para tomar un ejemplo local, durante la dictadura, aquí, cuando alguien como Monseñor Angelelli era asesinado era presentado en la prensa como un accidente automovilístico. Era una noticia falsa del gobierno militar. El tema es que en ese momento era mucho más difícil que aparecieran artículos diciendo la verdad. Creo que en el mundo de hoy tenemos noticias falsas, pero también tenemos herramientas para combatirlas.