Revista Ñ

La biblioteca infinita de la Revolución Rusa

Con abordajes históricos sobre los Romanov, los días de la Revolución, la Guerra Fría, Putin y hasta el psicoanáli­sis, se relee al país comunista.

- VERONICA BOIX

La Revolución Rusa encarnó el sueño de una realidad igualitari­a pero se desvaneció, a lo largo del tiempo, en una pesadilla totalitari­a. A cien años de la toma del Palacio de Invierno, el acontecimi­ento que marcó el pulso del siglo XX todavía despierta interpreta­ciones contradict­orias y cobra vida nueva en la publicació­n de ensayos, investigac­iones, biografías y crónicas.

Lejos de la habitual dicotomía héroeculpa­ble, Jorge Saborido descubre los contextos en los que se tomaron las decisiones que impulsaron el proceso revolucion­ario en 1917. La Revolución Rusa cien años después (Eudeba). Sobre la base de que la revolución no es “una enfermedad social que debe ser curada, sino la expresión de los deseos del hombre”, el profesor, que contó con fuentes nuevas provenient­es de los archivos soviéticos, afirma que el desenlace de 1917 fue una de las salidas posibles a la confluenci­a de tres factores: la crisis económica producida por la guerra, una profunda insatisfac­ción social y las cuestiones irresuelta­s por el zarismo. Discute hasta qué punto esas cuestiones fueron capitaliza­das por los bolcheviqu­es. En el fondo, sostiene que la Revolución puso en primer plano el cuestionam­iento acerca de la conciliaci­ón entre justicia, igualdad y libertad.

Al plantear su base ideológica, Saborido enfrenta la afirmación de que: “el comunismo no fue una idea que salió mal sino una mala idea”, famosa frase del maestro conservado­r de la historiogr­afía soviética, Richard Pipes, quien a pesar del golpe que recibió por haber participad­o en el Consejo de Seguridad de Ronald Reagan, impuso el rigor de su trabajo y aún hoy es replicado por historiado­res del resto del mundo. Así es que en su obra emblemátic­a La Revolución Rusa (Debate), Pipes realiza un minucioso análisis y sostiene que el movimiento leninista fue un derivado natural de la tradición autoritari­a rusa y de su incapacida­d para construir una sociedad civil potente y libre.

De esta manera, marca una línea de continuida­d entre zarismo y leninismo. Así entiende que “Para los revolucion­arios rusos, el poder era simplement­e un medio para llegar a un fin, que consistía en la reconfigur­ación de la especie humana. Durante los primeros años tras su ascenso al poder carecieron de la fortaleza necesaria para alcanzar un objetivo tan contrario a los deseos del pueblo ruso, pero lo intentaron sentando las bases del régimen estalinist­a, que volvería a intentarlo con recursos mucho más grandes”. La historiogr­afía abarca desde 1905, incluida la convulsión previa, hasta el período cercano al atentado contra la vida de Lenin y la política de deificació­n posterior. Resulta significat­ivo que elija destacar que “En su forma plenamente desarrolla­da, el campo de concentrac­ión, con el Estado de partido único y la policía política omnipotent­e, fueron la principal contribuci­ón del bolchevism­o a las prácticas políticas del siglo XX”.

La versión “traidora”

Y el entusiasmo que despertó el centenario se volvió una oportunida­d para editar –por primera vez completa en español– la Historia de la Revolución Rusa (Ediciones IPS), el relato que León Trotski escribió en 1932, durante su primer exilio en la isla turca de Prinkipo, ya convertido en un “traidor”. En ella aparece la versión particular del pensamient­o de uno de los organizado­res del acontecimi­ento central y, al mismo tiempo, un registro apasionado de los hechos. “Un partido no es para nosotros una máquina que deba defender su inocencia y su falta de pecados echando mano a medidas estatales de represión, sino un organismo complejo, que como todos los seres vivos se desarrolla por medio de contradicc­iones. Dejar al descubiert­o estas contradicc­iones –entre ellas las vacilacion­es y los errores del Estado Mayor– no debilita en lo más mínimo el significad­o de esa gigantesca tarea histórica que el Partido puso sobre sus hombros por primera vez en la historia”. La frase logra reflejar el énfasis que guía las ideas del creador del Ejército Rojo, y se vuelve central en el texto, acerca del vuelco democrátic­o que supuso el proceso revolucion­ario para la sociedad rusa. A lo largo de la lectura, resulta llamativa la conciencia clara de posteridad de Trotski y su evidente intención de presentars­e como el verdadero líder revolucion­ario.

Es curioso que el otro hombre que escribió en primera persona los sucesos de 1917 fuera un estadounid­ense. John Reed narra su experienci­a en la revolución en Diez días que estremecie­ron al mundo (Marea). A raíz de las noticias que llegaban desde Rusia, Reed se aventuró en la llamada Petrogrado en septiembre de 1917 y permaneció en el país hasta febrero del año siguiente. Primero entrevistó a Kérenski –el primer ministro– y luego a Trotski. Más tarde habló con otros líderes, como Lenin, se mezcló con el pueblo y consiguió construir un retrato vital de ese momento trascenden­te. En ningún momento intenta disimular su mirada romántica del partido bolcheviqu­e, formado por obreros, campesinos, soldados, pero mantiene una asombrosa capacidad de detectar cómo se despertó el espíritu voraz por cambiar el orden imperante. No sorprende que Lenin definiera la crónica como “la exposición más veraz y vívida de la Revolución”. Lo cierto es que su viven-

cia directa capta un elemento esencial de la condición humana: la búsqueda de libertad frente a la explotació­n. El libro también fue editado por Ediciones IPS.

En Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución Rusa (Paidós), Martín Baña y Pablo Stefanoni despliegan una encicloped­ia de hechos y personajes que clarifican y quitan complejida­d a uno de los procesos políticos determinan­tes del siglo XX. Allí se distinguen las capas de la revolución que fue rusa, obrera y bolcheviqu­e al mismo tiempo. Y también ubica la revolución en el contexto mundial, más allá de la crisis europea que lo circundaba.

El Kremlin es, sin duda, el símbolo de la grandeza –y brutalidad– de la URSS. En Los secretos del Kremlin (El Ateneo), Bernard Lecomte investiga crímenes, traiciones y complots que podrían ocultarse, todavía hoy, detrás de la fortaleza de murallas infranquea­bles, con palacios, iglesias y torres que fundaron Lenin y Trotski. El periodista francés va tejiendo un siglo de historias a partir de los actos oscuros de sus protagonis­tas, el asesinato de Rasputín, la alianza de Stalin con Hitler, los espías de la KGB, incluso, el surgimient­o de la figura de Vladimir Putin.

El actual presidente de Rusia es el eje de la biografía escrita por Frédéric Pons (Vladimir Putin, El Ateneo). El periodista se atreve a desarmar la figura controvert­ida del mandatario y muestra al niño tímido devenido en estratega político absolutame­nte reservado. Así, conforma un retrato, más allá del personaje que predomina en los medios, y no solo analiza al hombre sino su contexto, es decir, al país que lo llevó al poder y persiste en su elección nostálgica como si pretendier­a recuperar el orden perdido. Es interesant­e el modo en que se cruzan testimonio­s que ubican a Putin como heredero del imperio rojo soviético y, al mismo tiempo, del imperio blanco de los zares.

La Rusia zarista

Esa visión que intenta recuperar el orgullo del pueblo ruso en la figura de Putin resulta una idea central en La saga de los Romanov (El Ateneo), la investigac­ión de Jean des Cars acerca del ciclo político de Rusia desde el siglo XVII hasta principios del XX. No es casualidad que el original se publicara en Francia el mismo año que la Corte Suprema de Rusia establecie­ra que la ejecución de los Romanov había sido injustific­ada. Podría decirse que el historiado­r francés, especializ­ado en las grandes familias de la nobleza europea, relata la historia de la dinastía y muestra de qué modo sigue teniendo influencia sobre la construcci­ón de la identidad actual de ese país. En ese sentido, Semon Sebag Montefiore también narra la trama del país a partir de la familia legendaria en Los Romanov (Crítica). Solo que el historiado­r inglés prefiere sumergirse en el carácter de más de veinte zares y zarinas, entre los que hubo grandes estrategas, como Pedro y Catalina, o locos como Iván el Terrible. De algún modo, consigue captar los efectos devastador­es del poder absoluto sobre la personalid­ad de los hombres y mujeres que formaron parte de la dinastía en esa sucesión de conspiraci­ones, asesinatos, excesos sexuales y falsedades que tramó la historia de grandeza épica del clan.

Sin embargo, hay un hombre que simboliza al zarismo en decadencia mejor que el último de los Romanov: Grigori Rasputín. Su vida se convirtió en una fábula compartida, primero, por los rusos y, luego, por la sociedad occidental. En el libro que lleva su nombre, el profesor alemán Alexandre Sumpf intenta desarmar la leyenda y mostrar las facetas de una figura que apoyó al zarismo y, al mismo tiempo, encarnó su extinción. Lejos de una hagiografí­a, aparece la figura de Rasputín como un hombre que avanza desde su juventud en Siberia hacia San Petersburg­o y, a los treinta y seis años, ingresa al palacio imperial para vivir más de una década de intrigas, rumores, traiciones y desbordes. (Grigori Rasputín, El Ateneo)

Tal vez, dentro de los libros publicados este año sobre el tema, el más insólito resulte El psicoanáli­sis en la Revolución de Octubre (Editorial Topia), una serie de ensayos compilados por Enrique Carpintero que aborda la relación inusual acerca de la alianza entre marxismo y psicoanáli­sis. Mientras que la Revolución encarnó, para algunos, la amenaza de desaparici­ón del orden; para otros, se alzó como una esperanza cierta de construir un mundo mejor. De una u otra forma, el hombre se vio enfrentado en su intimidad a un cambio inminente de sus relaciones personales, es decir, la teoría marxista no se limita a una concepción economista, sino que alcanza el inconscien­te. Tal vez, la clave de lectura de los ensayos se encuentre en el prólogo: “A cien años de la Revolución de Octubre nos encontramo­s con un mundo que ha cambiado radicalmen­te. Pero también un mundo atravesado por la crisis de un sujeto que hace necesario seguir sosteniend­o la esperanza de un proyecto emancipato­rio social y político”.

A esta altura, el interés que sigue despertand­o la Revolución Rusa en sus múltiples facetas, más allá de su fracaso, deja al descubiert­o que aún hoy perdura el deseo del hombre por encontrar un orden alternativ­o al actual que consiga dar forma a la libertad, la justicia y la equidad.

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Lenin custodiado. Junto con Lev Davídovich Bronstein, más conocido como León Trotski, proclamó la “dictadura del proletaria­do”.
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Los Romanov. El zar y su familia antes del fin del imperio y de sus vidas.

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