El arte demoledor de Ai Weiwei
Sus obras evocan la persecución política y denuncian violaciones de los derechos humanos, las migraciones y los refugiados.
Tras la prolongada expectativa que el propio artista se encargó de alentar con su fugaz paso por Buenos Aires hacia fines de julio, los interrogantes en torno de la obra del chino Ai Weiwei empiezan a ser despejados a cuentagotas. El sábado pasado hizo su aparición en la explanada de la Fundación Proa su instalación Forever Bicycles (Por siempre bicicletas). Una suerte de arco de triunfo armado a partir de 1254 bicicletas de acero. La ligera construcción alude al principal medio de transporte de China que implica a millones de trabajadores como usuarios y productores. Mientras tanto en Buenos Aires inmediatamente se convirtió en el telón de fondo de innumerables selfies para los visitantes de la Boca. El resto de la presentación del artista en Argentina todavía está por verse. La expectativa permanece vigente a la espera de ser despejada el sábado próximo con la apertura que se ha visto dos veces postergada en espera de “La ley del viaje”, una de las obras de mayor impacto que integran la muestra.
Prevista para inaugurar el 18 de noviembre, el arribo de esta enorme balsa de 70 metros de largo y 258 figuras inflables ha sido la causa de la postergación. Curado por el brasileño Marcelo Dantas, el conjunto expositivo que lleva por título Inoculación incluye una selección de objetos, fotografías, impresiones e instalaciones destinados a brindar el panorama más amplio de la producción de Ai Weiwei que se haya visto en la región.
De la vida de este artista se conocen muchos detalles, la mayoría de ellos ligados a su condición de crítico del régimen chino por razones familiares y personales. Se sabe de los avatares que debió enfrentar su familia desde su niñez y cuánto influyó en su mirada el hecho de que su padre poeta, condenado por el régimen de Mao, fuera trasladado a un campo de trabajos forzados. Es también conocido el compromiso que lleva asumido con el drama de los refugiados y las migraciones contemporáneas. Su último trabajo en relación a este tema es el documental Human Flow (Marea Humana, que se acaba de estrenar en el festival de Mar del Plata). Pero lo cierto es que el encuentro con las piezas que expresan metafóricamente muchas de estas cuestiones a través de distintos formatos constituye una deuda pendiente que aviva la expectativa.
Una de las primeras obras ya emplazadas en las salas de Proa es “Remains” (Restos). La instalación de 2015 exhibe sobre un dispositivo una serie de piezas de porcelana que reproducen con minucioso detalle los huesos descubiertos al excavar el lugar donde funcionó un campo de trabajos forzados durante el régimen de Mao en los años 50. No cabe duda de que la pieza alude a tantos condenados como Ai Qing, padre de Ai Weiwei y uno de los mayores poetas chinos del siglo XX, que en esa misma época fue acusado de “desviación derechista” y desterrado a la región occidental de Xinjiang, donde se le obligó a limpiar letrinas y se le prohibió dar a conocer su poesía.
La crítica a la economía y la política implementada por la Revolución Cultural en épocas de Mao sobrevuelan varios de sus trabajos. Por caso, la gran instalación “Semillas de Girasol”. Se trata de una adaptación de la monumental ocupación que realizó en la emblemática Sala de Turbinas de la Tate Modern en 2010. En esa ocasión cubrió con miles de semillas de girasol realizadas en cerámica el am-
plio espacio que sirvió a distintos proyectos de destacados artistas como Eliasson, Salcedo y Louise Bourgeois, entre otros.
Las semillas de girasol fueron elegidas por los múltiples sentidos que evocan en el ámbito de la cultura china. No sólo
constituyen el alimento más común que se vende en las calles sino que evoca las hambrunas padecidas en tiempos de la Revolución Cultural. Al mismo tiempo la propia factura en cerámica por la que optó el artista remite al tipo de trabajo semi esclavo generalizado por siglos en China. Para la intervención que Ai Weiwei hizo en la Tate Modern fueron necesarios 1.600 artesanos de un pueblo conocido por el delicado tipo de porcelana que produce, una práctica milenaria que se ha mantenido hasta hoy. Dos años y medio les llevó realizar esas piezas que forman parte de la instalación que ocupa 116 metros cuadrados en un espacio de Proa.
La crítica al papel de la China actual y el partido que le permitió sacar su régimen laboral cuasi esclavo en la economía capitalista globalizada, es otro dato que subyace en el tipo de producción implicado en esta sencilla y enigmática obra. Muchas de las obras de este artista hunden raíces en fenómenos propios y singulares de la cultura china. Uno de los puntos críticos que emergen con mayor fuerza en muchos trabajos de Ai Weiwei es el que deviene del peso de la tradición milenaria china y su práctica laboral, hoy al servicio de la expansiva conversión capitalista de las últimas décadas.
Una obra que remite específicamente a esta cuestión y podrá verse a partir de ahora en Proa es el tríptico “Dropping a Han Dynasty Urn” [Dejando caer una urna de la Dinastía Han], íntegramente realizado en pequeñas piezas de Lego. El artista traslada a un soporte connotado por la masiva producción de piezas de juguete, el registro fotográfico de una acción que realizó en 1995 al tirar deliberadamente al suelo una urna de la Dinastía Han. La provocadora acción que dejó sin respiración a anticuarios y coleccionistas siguió con la instalación en la que pintó con colores pop una serie de vasijas de la misma época que tienen enorme valor arqueológico y han sido datadas entre el 200 a.C. y el 200 d.C. La monumental pieza que presentó en la Documenta 12 Kassel, una suerte de escultura en colapso, también participaba de ese espíritu irreverente frente a la tradición. Estaba hecha de puertas y ventanas de casas de las dinastías Ming y Qing que se desplomaban como un castillo de naipes. Frente a los reclamos Ai Weiwei suele responder con una de las máximas de Mao: “Para construir un mundo nuevo es preciso destruir el antiguo”.