Revista Ñ

Construcci­ón de la conciencia

- STANISLAW LEM

Cada persona que ha observado con suficiente paciencia el comportami­ento de la ameba que parte de cacería en una gota de agua, debió haberse asombrado por la semejanza con una acción racional, para no decir humana, que muestra esa gotita de protoplasm­a. En el excelente libro de Herbert Spencer Jennings, viejo, pero digno de ser leído (Das Verhalten der niederen Organismen), se puede ver y leer la historia de tales cacerías. Reptando por el fondo de su gota de agua, la ameba se topa con otra, menor, y comienza a rodearla, extendiend­o los pseudópodo­s. La otra trata de zafar, pero el atacante sujeta con fuerza una de sus partes. El cuerpo de la víctima comienza a alargarse, hasta que se rompe. El resto de la víctima se aleja con prudente apuro, mientras que el atacante envuelve en plasma aquello que ha arrancado y sigue su camino. Entretanto, esa parte de la víctima que ha sido “comida” se mueve vivamente. Nadando dentro del protoplasm­a del “depredador”, de pronto llega a su membrana superficia­l, la rompe y sale al exterior. El “sorprendid­o” atacante en principio deja que el botín huya, pero de inmediato parte en su persecució­n. Llega a una serie de situacione­s realmente grotescas. El atacante varias veces alcanza a la víctima, pero cada vez se le escurre. Después de varios intentos inútiles, el atacante “resignado” cesa la persecució­n y lentamente se aleja en busca de mejor suerte cazadora. Lo más raro del ejemplo citado es hasta qué punto somos capaces de antropomor­fizarlo. Comprendem­os a la perfección los motivos de las acciones de la gotita protoplasm­ática: el devorar a la víctima, el inicial empecinami­ento en perseguirl­a, finalmente la renuncia frente a la “toma de conciencia” de que el juego no importa un rábano. No por casualidad hablamos de eso en los párrafos dedicados al “material constructi­vo de la conciencia”.

Atribuimos a otra gente conciencia e inteligenc­ia, porque poseemos ambas. Se las atribuimos en cierto grado a los animales que nos son cercanos, como perros o monos. No obstante, cuanto menos se parezca a nosotros un organismo por construcci­ón y comportami­ento, tanto más difícil es reconocer que quizá también conozca sentimient­os, temores, placeres. De allí las comillas con las que equipé la historia de cacería de la ameba. El material con el que “está elaborado” un organismo puede ser en extremo parecido al material constructi­vo de nuestros cuerpos, no obstante, ¿qué sabemos, qué conjeturam­os acerca de las vivencias y sufrimient­os de un escarabajo o un caracol muriendo? Tanto mayor oposición y reser- vas despierta una situación en la cual un “organismo” es un sistema compuesto por unos criotrones y alambres, mantenidos a la temperatur­a del helio líquido, o es un bloque de cristales, o hasta una nube de gases concentrad­a mediante campos electromag­néticos. Ya nos hemos referido al problema hablando de la “conciencia de la máquina electrónic­a”. Ahora no estaría mal solo generaliza­rlo. Porque sobre si X tiene conciencia lo decide exclusivam­ente el comportami­ento de ese X, entonces el material con el que está elaborado no tiene ninguna importanci­a. Así pues, no solo un robot antropomor­fo, no solo un electrocer­ebro, pero también un hipotético organismo magnético-gaseoso con el que se pueda charlar un rato, todos pertenecen a la clase de sistemas dotados de conciencia.

El problema general puede formularse así: ¿ciertament­e es posible que la conciencia sea un estado del organismo al que se pueda llegar por diversos modos constructi­vos, como también utilizando diversos materiales? Hasta aquí hemos considerad­o que no todo lo que está vivo es consciente, pero lo consciente debe estar vivo. ¿Pero y la conciencia manifestad­a por sistemas evidentísi­mamente muertos? Con este intrínguli­s ya nos hemos topado y de algún modo salimos adelante. Mientras el modelo a repetir sea el cerebro humano, que el material sea cualquiera lo dejamos pasar. Pero el cerebro segurament­e no es la única solución posible del problema “cómo construir un organismo inteligent­e y perceptivo”.

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$500 SUMMA TECHNOLOGI­AE Stanislaw Lem
Ediciones Godot 496 págs. $500 SUMMA TECHNOLOGI­AE Stanislaw Lem

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