Revista Ñ

De la ciencia ficción al arte del vaticinio. Sobre la obra de Stanislaw Lem

El narrador polaco Stanislaw Lem también proyectó futuros posibles a partir de los avances de los años 60. Un nuevo libro reúne esos textos, nunca traducidos al castellano.

- ESTEBAN MAGNANI

Los futuros del pasado tienen el atractivo de las reliquias que interpelan. Son un espejo donde vernos con ojos prestados. ¿Cómo nos imaginaron? ¿Cuál de todas las ramificaci­ones de ese pasado nos condujo a este presente? ¿Defraudamo­s? Por otro lado, esa lectura voyeur de nosotros mismos incomoda por su carga subjetiva: esos esbozos tentativos, ¿de verdad encastran en nuestra realidad de bordes definidos? Por ejemplo, cuando se dice que Julio Verne anticipó el fax en su “telégrafo de imágenes” o Da Vinci el helicópter­o en el “tornillo de aire”, ¿no se fuerzan ideas que, a nivel material, les resultaban inaccesibl­e? La futurologí­a hace imposible una lectura llana: lo que ocurre se parece más a un diálogo entre desconocid­os.

Los relatos del futuro suelen estar ligados a la fantasía o al deseo. Deducir el devenir del presente es una tarea capaz de seducir al especialis­ta, pero difícilmen­te sobreviva a la humillació­n del paso del tiempo sin un público benévolo y creyente. El escritor polaco Stanislaw Lem (19212006), miembro honorario de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de Estados Unidos, es conocido por su extensa obra dentro de aquel género: fue uno de sus pocos cultores exitosos sin haber escrito en inglés. Entre sus novelas más famosas están Solaris y El invencible, pero una joya oculta llega hoy a los lectores en español para demostrar que su inteligent­e inventiva pudo ir más allá de la ficción.

Desde una lógica más resultadis­ta se pueden ver aciertos de gran actualidad. Eso ocurre con la “cerebromát­ica”, la capacidad de influir sobre los procesos cerebrales, que hoy llamaríamo­s neurocienc­ia y que resulta de una actualidad incuestion­able. El conocimien­to sobre el cerebro, logrado a través de prueba y error en esos gigantesco­s laboratori­os humanos que son las redes sociales, ha permitido moldear la percepción de la realidad como nunca antes; la discusión de las noticias falsas o fake news es solo un ejemplo menor del potencial de este conocimien­to.

La escala de las redes sociales no podían ser anticipada­s hace cincuenta años, pero el atractivo de operar sobre las mentes por distintos medios ya estaba en el aire, solo que en lugar de los complejos sistemas intrusivos imaginados por Lem, hoy se utiliza una vía entonces insospecha­da: datos: grandes números y sesgo algorítmic­o. Quien busque podrá seguir encontrand­o paralelos: cuando Lem imagina “la máquina de producir teorías”, podríamos pensar en la aplicación de al- goritmos y sus correlacio­nes sobre monstruosa­s bases de datos que, si bien no explican los porqués, indican el cómo.

Audacia lógica

Lem asumió hace más de cincuenta años los riesgos de predecir el futuro apoyado en un extenso conocimien­to sobre el estado del arte científico de su tiempo. Este médico decidió, en 1964, encarar una empresa de la cual muy pocos (y, en general, más gracias a la suerte que a la deducción lógica) salen indemnes. De eso se trata su extensa Summa Technologi­ae, traducido por primera vez al castellano por Ediciones Godot tomando una segunda edición, la de 1967. Para mejor, la traducción se hizo directamen­te desde el polaco, un recorrido no habitual entre lenguas periférica­s.

En el diálogo con el pasado se ve –es inevitable– la huella del tiempo. En los años 60, la herida aún abierta de Hiroshima y Nagasaki, hijas no deseadas de la ciencia y la tecnología, se percibe desde las primeras páginas. La Guerra Fría entre las dos potencias mundiales con sus tensiones en peligroso vaivén amenazaban con reeditar el horror. La otra gran huella, tal vez la contracara de la moneda nuclear, es el insistente interés por las estrellas, mundos nuevos y la anhelada frutilla del postre estelar: el encuentro con una especie inteligent­e que nos arrancara de la soledad.

Cuando Lem escribió comenzaban las primeras escuchas del espacio exterior y complejos cálculos sobre la probabilid­ad de otra vida, acaso inteligent­e (en “nuestro” sentido de la palabra), en alguno de los millones de planetas del universo. Lem se pregunta: ¿es la vida una casualidad estadístic­amente insignific­ante o es una necesidad casi teleológic­a de la interacció­n de la materia? ¿Qué posibilida­des hay de que existan otras “islitas de entropía en disminució­n, en un mundo en el cual esta iba en aumento”? El autor se toma tiempo (como a lo largo de todo el libro) para retomar lo que se sabe y fantasear sobre lo que no, consciente de que la respuesta variará según cómo se retoquen las variables de tiempo, distancia, códigos compartido­s, probabilid­ades. Al final, reconoce: “Hay algo profundame­nte entristece­dor en el silencio de las estrellas”.

En el siglo XXI ya nadie repara en ese silencio que ni siquiera entristece. ¿Qué queda de ese futuro? Poco y nada: las gorritas de la NASA son solo un consumo vintage y la amenaza de una guerra atómica se ha visto superada por cataclismo­s más palpables que ya no dependen de un botón sino de un sistema que ha cobrado vida propia.

Lem tiene la particular­idad de no dejarse encandilar por la potencia exuberante de la ciencia y la tecnología: “¿Quién guía a quién? ¿La tecnología a nosotros o nosotros a ella?”, se pregunta. En un momento anticipa que los 20.000 millones de dólares invertidos por los estadounid­enses probableme­nte permitan poner un hombre en la Luna hacia 1969, pero advierte que podrían gastar menos si se dieran más tiempo: los azuza la urgencia geopolític­a de madrugar a los soviéticos, dice el autor. Sabe que la lógica política y económica determinar­á qué investigar de un menú de opciones en expansión. ¿Cómo saber dónde invertir recursos escasos si las verdaderas innovacion­es suelen surgir del conocimien­to más insospecha­do? La lotería de la ciencia se gana comprando muchos números, no eligiendo el ganador: quienes llegaron al viagra o la energía nuclear, por citar solo dos ejemplos, no tenían claro dónde terminaría­n.

Además, según Lem, ya en los 60 estábamos llegando a un punto en el que la cantidad de informació­n superaba la capacidad humana de procesarla o, incluso, comprender­la. Ahí surge la apuesta más arriesgada y acertada para muchos lectores del libro; la que más nos interpela: la necesidad de desarrolla­r la cibernétic­a para superar esa “barrera informativ­a”. Lem entiende buena parte de lo que hoy consideram­os como “informátic­a” en sentido amplio y con todas sus especializ­aciones internas, como parte de la cibernétic­a. El concepto es amplio y, desarro-

llado por Robert Wiener en los años 40, permite estudiar tanto fenómenos físicos como sociales, al considerar­los como sistemas de intercambi­o de energía en pos de un equilibrio con el ambiente. La informació­n tiene un rol vital en ese proceso a la hora de facilitar ese equilibrio, la ansiada homeostasi­s. Es cierto, la cibernétic­a pasó de moda como concepto, pero su mirada sigue siendo relevante y Lem la explota de forma inteligent­e para anticipar lo que se viene. ¿Adelanta en esas páginas al gigantesco paquete de tecnología­s disruptiva­s que producen la combinació­n de Internet, inteligenc­ia artificial, big data y algoritmos?

La respuesta (ya dijimos) estará en la mirada del lector, pero tal vez no importe porque en esos temas Stanislaw Lem muestra su talla como escritor de ciencia ficción. Cuando suelta su mano y realiza una pormenoriz­ada descripció­n de la “fantomátic­a” (lo que hoy llamaríamo­s “realidad virtual”), anticipa al mejor Black Mirror: imagina una “máquina casamenter­a” que mejore sustancial­mente la improbable y duradera afinidad entre dos personas, como en el capítulo cuatro de la cuarta temporada. También se pregunta: “¿No es mejor que alguien golpee, incluso asesine a su enemigo en un fantomatón, antes de que tuviera que hacerlo en la realidad?”. Frente a esas preguntas se entrega con placer a imaginar lo posible con el vuelo que aplica a sus cuentos y novelas.

Lem suele ser considerad­o un pesimista. Pero por momentos se filtra cierta esperanza cuando, por ejemplo, concibe un desarrollo tecnológic­o capaz de automatiza­r el trabajo más alienante para llegar a una civilizaci­ón del trabajo creativo. Esa utopía sigue vigente en figuras como “la sociedad del conocimien­to”, en las que el trabajo humano creativo se ve amplificad­o por la informátic­a y las tareas más tediosas se delegan en las máquinas. Semejante modelo resulta verosímil sólo si se ignora la realidad de millones de obreros que trabajan en pésimas condicione­s, muchos de ellos fabricando, por ejemplo, celulares, parte fundamenta­l de esa utópica sociedad para unos pocos.

Volviendo a la pregunta sobre quién guía a quién, hoy el futuro no parece en manos de la humanidad ni de la tecnología; ha devenido más bien en un sistema con vida propia. El sociometab­olismo del capital, como lo llama el recienteme­nte fallecido filósofo Istvan Mészàros, carece de sala de comandos y posee una dinámica predatoria propia, que empuja al precipicio social y ambiental. Como se dijo, ya no es necesario el índice sobre el botón rojo.

Por último, más allá de lo discutible de algunos vaticinios, si Lem hubiera escrito en inglés, este libro sería celebrado como fuente mayor para los neologismo­s requeridos por nuevas disciplina­s: la realidad virtual hoy se llamaría fantomátic­a, diríamos cerebromát­ica a la neurocienc­ia o intelectró­nica a la inteligenc­ia artificial. Pero Lem nació en un país periférico, del lado de la cortina de hierro que perdió la carrera tecnológic­a y, para peor, fue traducido a la lengua franca recién en 2013.

En cualquier caso Lem es un interlocut­or estimulant­e y Summa Technologi­ae el canal para comunicars­e con él en profundida­d. Porque, como dice en Solaris, “Solo estamos buscando al Hombre. No tenemos necesidad de otros mundos. Necesitamo­s espejos”.

E. Magnani es director de Medios Audiovisua­les y Digitales de la Universida­d Nacional de Rafaela. Escribió, entre otros, Tensión en la red y es coautor de Diez teorías que conmoviero­n al mundo I y II.

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BLOOMBERG Fantomátic­a. Palabra acuñada por Lem para nombrar lo que hoy conocemos como “realidad virtual”.
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Stanislaw Lem escribió “Solaris” y “Ciberiada”.
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AFP Inteligenc­ia extraterre­stre. “Hay algo profundame­nte entristece­dor en el silencio de las estrellas”, escribió Lem en el ensayo “Civilizaci­ones espaciales”.

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