Revista Ñ

El legado de los espías, de John Le Carré

Con una trama que vuelve a sucesos de la Guerra Fría, Le Carré analiza y juzga el juego cruel que mueve a sus personajes.

- MÁRGARA AVERBACH

Las novelas de John Le Carré están marcadas por una prosa aparenteme­nte fluida y una concepción muy compleja del mundo y de las fuerzas que lo manejan. Eso sucede tanto en los libros sobre espías que lo hicieron famoso como en otros, como El jardinero fiel, donde se explora el mundo de las corporacio­nes y el dinero.

El legado de los espías (el título original, mucho mejor para la trama, es Un legado de espías, uno entre tantos) suena a cierre del ciclo que empezó con El espía que vino del frío, llevada al cine en su momento. El autor vuelve al caso de Alec Leamas y Elizabeth Gold y a sus secuelas, esta vez desde el punto de vista de uno de los jefes de la operación, Peter Guillam. Quien aparece aquí muy a lo lejos es George Smiley, centro de otros libros sobre la Guerra Fría, y el autor repite el juego de Joseph Conrad con su personaje Kurtz en El corazón de las tinieblas: Smiley es- tá siempre atrás, siempre lejos, y aparece solo al final pero su “ausencia” es el centro de la trama.

El tema general de Le Carré es siempre la ética, ese ideal que debería ser el fondo de todos los actos de los poderosos. Para decidir cualquier acto que conlleva poner en peligro la vida, la cordura, los sentimient­os y el destino de los subordinad­os (ni hablemos de los enemigos), hay que tomar en cuenta el valor de esas personas y compararlo con “el bien común”, es decir con la idea de “patria”. Esa operación es terribleme­nte difícil y todos los personajes de Le Carré se enfrentan a ella, desde los jefes como Guillam y Smiley hasta los espías como Alec.

En El espía que vino del frío y en El legado, del otro lado del “deber patriótico” está el amor en todas sus formas, desde el amor de pareja al de familia (madre, padre, hijo). La lógica del amor suele ser contraria a la del “deber”. No es un tema nuevo en la literatura europea masculina: ya está en La Eneida, por ejemplo. Como casi siempre en Le Carré, aquí el amor está condenado porque las grandes decisiones las toman entidades mucho más poderosas y más abstractas que los personajes, fantasmas con nombres tan extraordin­ariamente metafórico­s como “Control” (la relación con la serie televisiva El Superagent­e 86 es directa y el comentario de Mel Brooks es el mismo que hace Le Carré, en otro tono).

Hay otro eje temático: la “informació­n”. Si se examinan todos los libros de espías de Le Carré desde ese ángulo, una parte de los personajes centrales (en este caso, el narrador) carece de la informació­n que necesita para tomar decisiones porque esa informació­n es “secreta”, está “clasificad­a”. Los agentes de campo se mueven a ciegas y eso los vuelve patéticos, tristes y heroicos al mismo tiempo. Pero quienes sí tienen la informació­n, si viven con algún tipo de ética, la pasan todavía peor en este mundo, porque tienen que actuar contra ella. Hay una conversaci­ón que resume este tema, núcleo de todos los libros sobre Smiley: “¿Tienes ya toda la informació­n que necesitas?”, le pregunta Smiley al narrador. “No”, dice el espía. “Te envidio”, contesta el jefe. Smiley es el que debe decidir sabiendo las consecuenc­ias. Ambos, jefe y subordinad­o, están perdidos.

Esa charla es toda una definición sobre el espionaje en general: un juego cruel en el que los que se arriesgan reciben el nombre de “peones” y son, apenas, marionetas de otros… Marionetas con sentimient­os destrozado­s. Le Carré perdona cada vez menos a Smiley: al final, el jefe se pregunta por qué se hicieron las cosas que se hicieron. Las respuestas (el capitalism­o, la cristianda­d, Inglaterra) no son suficiente­s. Smiley y el narrador lo saben. Le Carré también. Por eso escribe. Porque tantos años después de la Guerra Fría las preguntas son las mismas y seguimos sin respuestas.

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363 págs. $ 389
Trad. Claudia Conde Planeta 363 págs. $ 389

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