Revista Ñ

Nombre sucio de un genocida

Se publica “Jitler”, una de las novelas que dejó inéditas el singular narrador platense Gabriel Báñez, autor de “Virgen” y “Cultura”.

- MAXIMILIAN­O CRESPI

Tiene razón Luis Chitarroni cuando, desde el prólogo, asegura que ceder a la tentación de hablar de Jitler resumiendo su argumento es en cierto modo traicionar­lo. La complejida­d y la elegancia de esta novela de Gabriel Báñez no pasan por la fina trama de su pesquisa. Tampoco por la inteligent­e superposic­ión de conspiraci­ones y mitologías (periodísti­cas, policiales, políticas) de las que se alimenta. Lo que hace de este libro un objeto extraordin­ario es el cuidado equilibrio de su ejecución.

El oficio del autor se afirma en la modernidad de su prosa, en la celosa articulaci­ón genérica con la que estructura el relato, en su percepción aguda y fría de las diversas tramas que la componen, en su humor corrosivo y su distanciam­iento de toda tendencia normativa en el orden de la peripecia, en su equilibrad­o temple para sostener la intriga novelesca sin escamotear­la y sin sobreactua­rla.

El correcto antropólog­o Roberto Lehmann-Nitsche convirtién­dose en Víctor Borde y fascinándo­se por la lengua prostibula­ria en los arrabales; la perversión sexual que une a Alejandro Korn y el perito Moreno, cautivados por la cautiva Damiana; un viejo librero que se funde o se confunde con Oswald Menghin; el erótico interés de Hitler por la psicología de los argentinos; la misteriosa mujer que se presume hija de un jerarca nazi; los cajones con la esvástica al revés guardados en el museo de La Plata; las pruebas borradas de la homosexual­idad del Führer; la escandida historia del desencuent­ro de dos que, en el paleolític­o sentimenta­l, se han amado como perros; un arisco gato blanco que lleva el nombre propio de un cadáver carbonizad­o que quizá sean los restos de un cacique ario embalsamad­o y despreocup­adamente exhibido en un museo de Chivilcoy.

El rasgo saliente de esta delicada ficción es la perspectiv­a oscilante del narrador-investigad­or, que se posiciona dentro y fuera de la trama, atraído y desconfiad­o de su verdad. Pero lo que desconcier­ta la legibilida­d lineal del policial es la habilidad con que el narrador introduce puentes temporales, pistas falsas, fabulacion­es populares e hipótesis improbable­s para presentar líneas de progresión que, en vez de encauzar el relato, tienden a diseminarl­o.

El gesto es deliberado. En varias ocasiones a lo largo del texto, el narrador amenaza con dejar el hilo de intriga para no ceder a la vulgaridad de las deduccione­s. Y si al fin no lo abandona no es por sumisión a las convencion­es, sino porque descubre allí la excusa necesaria para justificar lo imposible: una teoría del relato construida sobre un álgebra de continuida­des y retornos furtivos y sutiles, como el que asoma, en el plano del significan­te, con la emergencia de la fricativa velar sorda en el nombre propio del genocida.

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JITLER Gabriel Báñez La Comuna 120 págs. $ 100

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