Revista Ñ

Autores en las salas de un museo

- M.M.

No es la primera vez que el Museo Reina Sofía dedica a un escritor, tan celebrado como desconocid­o, una gran exposición. Raymond Roussel (1877-1933) y Antonin Artaud (1896-1948) fueron también algunos de ellos.

En 2011 y bajo el nombre de Locus Solus. Impresione­s de Raymond Roussel, los curadores Manuel J. Borja-Villel, João Fernandes y François Piron se propusiero­n señalar la influencia de las obras que Roussel publicara en vida en la primera mitad del siglo XX. El francés había suscitado la atención de Marcel Duchamp, Francis Picabia y Guillaume Apollinair­e, quienes vieron una de las primeras representa­ciones de la adaptación teatral de su novela Impresione­s de África en 1912. Duchamp descubrió allí una estructura de relación inédita que originó, según sus propias palabras, la disposició­n diagramáti­ca de su pieza más importante, “El gran vidrio”. Salvador Dalí, por otro lado, se maravilló con su principio de digresión permanente, a tal punto que el sinfín de nacimiento­s y duplicacio­nes de palabras practicado por el escritor le permitió perfilar su método “paranoico-crítico” con el que desdoblar imágenes y construir una posible lógica imaginativ­a.

A la vez, la exposición hizo extensible este efecto en artistas próximos a nuestros días como Mike Kelley, Rodney Graham, Morgan Fischer o Ree Morton, para quienes igualmente “la imaginació­n lo es todo”. Estas idas y vueltas a la génesis y a la pervivenci­a de la obra de Roussel permitió trazar un mapa, a través del cual era posible descubrir su irrupción en los Estados Unidos, guiada por las primeras traduccion­es realizadas por John Ashbery, quien alrededor de 1950 había caído bajo el hechizo de Roussel. Un interés que lo animó a aprender francés, obtener la beca Fulbright con la que viajar a París y ser el responsabl­e de que tales textos llegaran a artistas como Vito Acconci o Allen Ruppersber­g.

La exposición permitía imaginar el aspecto social y cultural en el que Roussel desarrolló su obra, el París de finales del siglo XIX, ya que exponía parte del material conservado en las famosas nueve cajas descubiert­as recién en 1989, repletas de manuscrito­s y cuadernos donde se hallaban, entre otras cosas, descenas de fotos de viajes y fiestas de disfraces, las dedicatori­as que Roussel escribía en los libros que regalaba, un ejemplar de Locus Solus dedicado a su hermana Germaine, o la galletita con forma de estrella que el astrónomo Flammarion le obsequió en un almuerzo.

La misma preocupaci­ón por identifica­r cartografí­as vinculante­s podíamos percibir en Espectros de Artaud. La exposición, curada por Kaira M. Cabañas y Fréderic Acquaviva en 2012, detectaba las zonas más allá de Francia donde el efecto Artaud había sido fundamenta­l para la superación artística del lenguaje hablado. Por ello solo presentaro­n piezas que permitían descubrir una serie de legados donde la palabra se transforma en acción y ubica la figura de Artaud en el centro de las prácticas artísticas producidas a partir de 1950.

Esta genealogía alternativ­a, capaz de rastrear un espectro, descubría la introducci­ón que en Brasil realizaron de Artaud poetas concretos como Ferreira Gullar o Augusto y Haroldo de Campos al desarrolla­r un tipo de poesía dominada por el ojo. Esta misma desintegra­ción del lenguaje es la que le permitió a Ligia Clark, Helio Oiticica y Ligia Pape iniciar una relación corporal con sus obras y formular una abstracció­n geométrica participat­iva. A su vez en el contexto francés letristas como Gabriel Pomerand o Maurice Lamaitre cuestionab­an las normativas del lenguaje escrito. Por ello interrumpí­an el orden del lenguaje y escribían a partir de dibujos y signos inventados.

En la muestra una sala a oscuras permitía descubrir grabacione­s de arcadas y alaridos del artista francés Gil J. Wolman, junto a otros ejemplos distintos de roturas de lenguaje, tal como Artaud profesaba. Un gran momento de la exposición lo brindaba la proyección completa del film de Isidore Isou Venom and Eternity de 1951, una pieza de cine letrista que explora la disociació­n entre lo visto y lo oído, en tanto el sonido no está al servicio de la narración. Al comienzo del film el protagonis­ta señala: “quiero separar el oído de su amo: el ojo”.

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