Un trabajo sobre los límites
Exactamente cuarenta espectadores –el número máximo que admitía la diminuta sala del Teatro del Sur en el barrio de Monserrat– asistieron la noche del 6 de junio de 1991 a una experiencia singular: el estreno de la obra Numen de Oscar Araiz, interpretada por siete bailarines del Ballet Contemporáneo del San Martín que el coreógrafo dirigía en aquella época. Tan pequeño era el escenario y tan intensas las acciones de los intérpretes que público y bailarines parecían estar contenidos en una misma burbuja y los gestos más mínimos alcanzaban una gran potencia: los dedos, las bocas y los ojos tenían una proyección desacostumbrada en una obra de danza.
Numen nació cuando Araiz regresó de Suiza, donde había trabajado casi una década al frente del Ballet del Gran Teatro de Ginebra. Ese período fue para él sumamente intenso en términos de producción: tenía que crear dos obras nuevas por año y trabajar siempre acompañado en vivo por la Orquesta de la Suisse-Romande. “Eran condiciones que aceptaba con mucha felicidad pero de alguna manera representaban condicionamientos”, recuerda. Decidió entonces que no emprendería la creación de una obra nueva hasta que no sintiera la necesidad de hacerlo.
Una noche fue como espectador a una función en el Teatro del Sur, que dirigía Alberto Félix Alberto. Cuando Araiz vio la sala y ese escenario tan próximo al público, decidió que lo próximo que hiciera sería allí. Había transcurrido un año sin que creara una obra nueva pero Numen empezaba desde ese momento a buscar su forma. Dos años antes Araiz había estrenado con el Ballet del San Martín su maravillosa Stelle, un trabajo enteramente minimalista. Numen tomó algo de ese minimalismo pero con un carácter oscuro, opuesto a la luminosidad de Stelle. Numen no tiene personajes, o en todo caso son seres casi abstractos sometidos a circunstancias extremas y cada escena se sostiene en un concepto más que en una situación narrativa.
Al encarar el nuevo montaje en el teatro Hasta Trilce, Araiz tuvo que hacer modificaciones en la forma aunque no en el espíritu. En la primera puesta había trabajado con paredes sólidas y en el actual escenario hay paneles movibles en cada lateral. La obra necesita una solidez real y por eso tuvieron que colocar tornillos en los paneles para darles firmeza. Y hubo que acelerar la velocidad porque el escenario es más profundo y lleva más tiempo llegar al borde. Los bordes son importantes en Numen: es un trabajo sobre los límites.