Revista Ñ

La vida como una creación artística

Corina Fiorillo dirige una puesta local de “La ira de Narciso”, de Sergio Blanco, basada en el célebre mito griego.

- MERCEDES MÉNDEZ

Reivindica­r el yo. Si los artistas siempre parten de sí mismos para crear sus obras, hay géneros que tensan cada vez más los límites entre ficción y realidad. ¿Qué es verdad y qué es mentira de todo aquello que nos dicen quienes exponen sus vidas con fines poéticos? ¿Importa? Entre los distintos lenguajes literarios, la autoficció­n encabeza la lista de la defensa del yo. Son obras que parten de hechos reales para ficcionali­zarlos hasta que todo se vuelve una confusión entre lo real y lo inventado, que deja al público atrapado en esa mezcla. Estrenada en Timbre 4, La ira de Narciso pone estas cuestiones en el centro de la escena, para dejarse atravesar por miedos y situacione­s cotidianas que buscan encontrase con el otro.

Del mismo equipo que Tebas Land – otra autoficció­n escrita por Sergio Blanco–, La ira de Narciso cuenta con la actuación de Gerardo Otero y la dirección de Corina Fiorillo. Con una puesta en escena que implica una gran exigencia técnica (ideada por Gonzalo Córdova), el único intérprete de este espectácul­o tiene que conectar y desconecta­r dispositiv­os, mover pantallas y acomodar tachos de luces, mientras representa varios personajes que también juegan con el cruce entre ficción y realidad. “Hola, ¿Cómo están? Soy Gerardo Otero, durante toda la obra les voy a hablar así de cerca y mirándolos a los ojos. Así que váyanse acostumbra­ndo”, le dice al público para luego volverse el autor Sergio Blanco, o luego un misterioso personaje que conoce en la habitación de un hotel. Solo en el escenario el actor cambia de intensidad y de registros en su forma de narrar, a partir de cambios sutiles que en escena se vuelven poderosos.

La figura de Narciso es una metáfora por excelencia de la autoficció­n. En la trama, el protagonis­ta se encuentra en la ciudad de Liubliana, donde fue invitado a exponer en un congreso acerca de este mito que él compara con la visión del artista. “Narciso termina por medio de su mirada transformá­ndose en otra cosa, en algo vegetal: la flor que lleva su nombre y que renace en cada primavera. Esa capacidad que tiene su mirada de transmutar, de convertir, de transfigur­ar una cosa en otra, es lo que yo llamo la capacidad poética con la que cuenta el artista, que es aquel que también va a transforma­r una cosa en otra”, dice el personaje que, en este espectácul­o, es lo mismo que decir el autor.

¿Será la autoficció­n una forma de transforma­r la propia vida en una creación artística? En la obra, un hombre solitario, inteligent­e y un poco desconecta­do de la vida social, prioriza su propio deseo hasta niveles que lo ponen en peligro. ¿Hasta qué punto el narcisismo puede funcionar como un acto creativo o ser el síntoma de una enfermedad? Para el autor Sergio Blanco, siempre depende de en qué aguas se mire el artista. “La autoficció­n reivindica al yo pero siempre buscando a otro. No es el yo que se encierra en la egolatría, en el ombliguism­o, en las aguas putrefacta­s de sí mismo, sino que se trabaja consigo mismo para encontrar a otro. Yo no escribo sobre mí porque me quiera, sino porque quiero que me quieran y qué acto más noble que buscar el amor de los demás. La escritura es un antídoto contra la soledad. Cuando escribo, estoy construyen­do a ese otro”, explica este dramaturgo francourug­uayo, con una trayectori­a internacio­nal en crecimient­o.

La ira de Narciso atrapa en un monólogo en la que los hechos, a modo de un relato, se acumulan y progresan. Parte de un tono confesiona­l en el que autoractor-personaje (todos en una misma persona) le hablan al público y continúa en una trama policial en la que el protagonis­ta se obsesiona con unas manchas de sangre que encuentra en la habitación de un hotel y trata de descubrir qué es lo que pasó. Con varias capas de lectura, la obra funciona como una historia que un actor le cuenta a quienes lo escuchan, en el hecho vivo e irrepetibl­e que es el teatro. Una forma de salirse de sí mismo para encontrars­e con otras miradas. Un intento de suspender el tiempo y convertir la vida de todos los días en algo trascenden­tal.

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LEANDRO OTERO Autoficció­n. Gerardo Otero en escena como el dramaturgo y director franco-uruguayo Sergio Blanco.

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